Las ciudades de la modernidad: Londres

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LA CIUDAD EN EL MUNDO MODERNO. Londres, con seis con seis millones y medio de habitantes, se convierte en el centro de la civilización, en el corazón del mundo. Como muestra de la situación, una de las novelas de H.G. Wells, Tono-Bungay, impresa en 1909…

Semejante inmensidad y complejidad, las emanaciones de tanta riqueza y poder, acabaron creando problemas para las autoridades. ¿De qué manera la Junta Metropolitana de Obras Públicas, junto con todas las sacristías y parroquias, podía supervisar o controlar a la ciudad más grande y más importante del mundo? […].

Londres personificaba un espíritu joven y enérgico, con un curioso ambiente acaparador que rezuma de las páginas de cronistas urbanos como H. G. Wells. La ciudad laboriosa y compleja del fin-de-siècle se desvanece, al igual que esa atmósfera pesada y de lasitud tan típica de los libros de la época; es como si la ciudad hubiera cobrado vida propia con la llegada del nuevo siglo.

También era la primera época del cine de masas, gracias a la aparición del Moving Picture Theatre y el Kinema. Las líneas de metro habían dejado de utilizar los trenes a vapor, y la red eléctrica se pasó al sistema eléctrico en 1902. Los autobuses a motor, los tranvías, los camiones y los triciclos se añadieron al impulso innovador de la época.

Londres estaba, según una expresión de la época, «yendo adelante». Si, a finales del siglo xix, escribió el autor de The Streets of London, «había sido una capital rica y abundante, ahora se notaba ingeniosa y rápida».

Una de las características permanentes y más asombrosas de Londres era su capacidad de rejuvenecerse. Podría compararse con un organismo que mudara de piel, o de textura, con el fin de sobrevivir. Es una ciudad capaz de bailar sobre sus cenizas. Por eso, en las memorias de Londres en la etapa eduardiana, se cuentan relatos de thés dansants, tangos, valses y bandas de música húngara.

Había doce salas de espectáculos de variedades y veintitrés teatros en el centro, aparte de las cuarenta y siete salas de las afueras. Aumentó el número de tiendas y restaurantes, y los salones de té se transformaron en establecimientos más lujosos y respetables. Había espacios artísticos, combates de boxeo profesional, café-bares y salas de musicales y revistas, todo ello uniéndose y formando el entorno de una ciudad rápida.

ACKROYD, Peter. Londres. Una biografía, Edhasa, Barcelona, 2002.


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