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HACIA EL SIGLO XXI
La contratación cuantitativa de los trabajadores manuales en los países industrialmente avanzados es objeto de discusiones y de valoraciones distintas los estudiosos de economía y de sociología industrial.
Se trata de hecho de un complejo fenómeno que se presenta de modo muy diverso en los distintos países: en Italia, por ejemplo, según los datos de Sylos Labini, la clase obrera industrial incrementó su número en la fase de desarrollo del primer capitalismo industrial moderno, entre 1881 y 1821, y sensiblemente desde la década de los años treinta hasta la de los años sesenta. El crecimiento de este sector industrial fue ralentizándose desde 1970.
En lo que los estudiosos parecen coincidir es en la profunda transformación cualitativa del trabajo industrial, como consecuencia del cambio de los procesos tecnológicos y de la organización de las propias fábricas a partir de la producción masiva en serie y la «organización científica del trabajo» llevada a cabo por el taylorismo y el fordismo. Un esquema más difuso para la interpretación de estas transformaciones es el que ofrece el sociólogo francés A. Touraine1, quien afirma que, en una primera fase que llega a grandes rasgos hasta la Primera Guerra Mundial, la organización del trabajo asalariado se reduce a la distribución de competencias entre los obreros y entre las cuadrillas capacitadas para llevar a cabo numerosas y complejas operaciones, y de intervenir activamente en la producción: elección las herramientas más adecuadas, de los métodos de trabajo, de las maniobras más efectivas.
La figura central no es ya la del artesano que trabaja a mano con los utensilios tradicionales, como ocurría en el periodo de la manufactura, sino la del obrero especializado, altamente cualificado, a partir de un aprendizaje en el que se conjugan la experiencia, el empirismo y la tradición, capacitado para trabajar con máquinas polivalentes o genéricas y para realizar un gran número de operaciones diferentes en las que demuestre su alto grado de habilidad.
El obrero profesional ejerce su autoridad sobre sus aprendices y sus trabajadores, y ejerce una función central entre un grupo de trabajo que él mismo organiza.
Con el transcurso de las décadas, la necesidad de obtener mayores rendimientos del capital invertido en un entorno cada vez más competitivo, inicia una deriva en las empresas que las dirige inexorablemente hacia una simplificación significativa de sus estructuras organizativas sin merma de la productividad.
Se tratará ahora de obtener el máximo provecho de los avances tecnológicos y dotar de más responsabilidad a los trabajadores, a los que se primará por preparación e iniciativa.
Esta motivación profesional va a presentar tres aspectos2:
- Resistencia profesional o grado en que las personas son capaces de hacer frente a los problemas que afectan a su trabajo.
- Perspicacia profesional o grado de conocimiento de los trabajadores sobre sus intereses, fortalezas y debilidades, y sobre cómo estas percepciones afectan a sus metas profesionales.
- Identidad profesional o grado en que los trabajadores definen sus valores personales conforme a su trabajo.
Las personas con alta resistencia profesional son capaces de superar los obstáculos de su entorno laboral, de adaptarse a acontecimientos inesperados, como cambios en los procesos de trabajo o en las demandas de los clientes, de desarrollar nuevos modos de utilizar sus habilidades para enfrentarse con los problemas.
Los trabajadores con elevada perspicacia profesional se fijan objetivos profesionales y se esfuerzan por alcanzarlos a la vez que toman las medidas pertinentes para evitar que sus habilidades queden obsoletas.
Los trabajadores con alta identidad profesional son aquellos que, comprometidos con su empresa, colaboran en sus proyectos y se sienten orgullosos de pertenecer a ella.
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