El «taylorismo»

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Portada y comienzo del libro The principles of scientific management de Taylor





La publicación de manuales de administración, las polémicas sobre los problemas de administración y el cada vez más sofisticado enfoque que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX, otorgaron apoyo a la conclusión de los historiadores del movimiento de la administración científica según la cual Taylor era la culminación de una corriente que ya existía previamente: «Lo que Taylor hizo no fue inventar algo nuevo, sino sintetizar y presentar como ideas razonablemente coherentes las que habían germinado y alcanzado fuerza en Gran Bretaña y los Estados Unidos a lo largo del siglo diecinueve. Dio una filosofía y un título a una serie de iniciativas y experimentos inconexos»

Taylor tiene poco en común con aquellos fisiólogos o psicólogos que han intentado, antes o después de él, reunir información acerca de las capacidades humanas siguiendo las directrices de un espíritu de interés científico. Tales observaciones y estimaciones, en la forma en que él las postuló, son crudas en extremo, lo que facilitó el que algunos críticos, como Georges Friedmann, encontraran agujeros en sus variados «experimentos» (la mayoría de los cuales no fueron concebidos como tales, sino como eventuales e hiperbólicas demostraciones).

Friedmann trata al taylorismo como si fuera una «ciencia del trabajo», cuando en realidad no se trataba más de lo que se suponía que debería ser una ciencia de la administración del trabajo ajeno, bajo condiciones capitalistas. Lo que Taylor andaba buscando, no era «la mejor manera» de llevar a cabo el trabajo «en general», hecho que Friedmann parece asumir, sino una respuesta al problema específico de cómo controlar mejor el trabajo alienado, es decir, la fuerza de trabajo que es comprada y vendida.

El segundo rasgo distintivo del pensamiento de Taylor era su concepto de control. El control ha sido el rasgo esencial de la administración laboral a través de su historia, pero con Taylor asumió dimensiones nunca vistas.

Las etapas del control administrativo sobre el trabajo antes de Taylor habían llegado a incluir, en forma progresiva: el agrupamiento de los obreros en un taller y la imposición de la duración de la jornada laboral; la supervisión de los obreros para asegurarse de una aplicación diligente, intensa o ininterrumpida; el reforzamiento de las reglas contra las distracciones (platicar, fumar, abandonar el centro de trabajo, etc.), susceptibles de interferir con la eficiencia laboral; el establecimiento de mínimos de producción; etc.

Un obrero está bajo control administrativo cuando está sujeto a estas reglas o a cualquiera de sus extensiones y variaciones. Pero Taylor llevó el concepto del control a un plano enteramente nuevo cuando afirmó como una necesidad absoluta para una adecuada administración la imposición al obrero de la manera precisa en que debe ser ejecutado el trabajo.

En una primera fase, el presupuesto de que la dirección tenga el derecho de «controlar» al obrero era un hecho aceptado generalmente antes de Taylor, pero en la práctica este derecho usualmente significó tan sólo el marco general de la asignación de tareas diversas, con interferencia directa sobre la manera en que los obreros las ejecutaban. La contribución de Taylor fue destruir esta práctica y reemplazarla por su contrario. La administración, insistió él, sería tan sólo una empresa limitada y frustrante en tanto cualquier decisión relativa a la producción se dejara en manos del propio trabajador, respecto a su propio trabajo. Su «sistema» era simplemente un medio del que se dotaba a la dirección para mantener el control efectivo del modo real de ejecución de toda actividad laboral, desde la más simple hasta la más complicada. Con estas medidas, Taylor fue el pionero de la más considerable y relevante acaecida en la división del trabajo.

Taylor creó una simple línea de razonamiento y la hizo avanzar con una claridad tan lógica, y una tan desarmante franqueza, con tal celo evangélico que pronto se convirtió en norte, norma y guía de la mayor parte de industriales capitalistas y de sus administrativos.

Su obra se inicia en la década de 1880, pero no fue sino hasta la de 1890 cuando comenzó a dictar conferencias, pronunciar discursos públicos y publicar los resultados de sus fundamentos operativos y doctrinales. Su formación personal en tecnología era limitada, pero su formación y su experiencia práctica del taller en el trabajo de oficinas y fábricas era excelente, lo que ya venía avalado por su trabajo durante cuatro años en dos oficios, el de maquetista y el de tornero.

La difusión del pensamiento de Taylor no se limitó a los Estados Unidos y a Reino Unido, pues no tardó en hacerse presente y en ponerse en práctica en el resto de las potencias industriales.

En Francia, se denominó, a falta de una palabra que tradujera con precisión el marbete management, se escogió por denominarla como organización científica del trabajo (cambiada poco más tarde, cuando la reacción contra el taylorismo fue generalizándose, por organización racional del trabajo).

En Alemania se denominó sin más dilaciones al taylorismo como rationalization; y las grandes corporaciones alemanas forzaron a todo las restantes empresas industriales, por todos los medios posibles, a adoptar las mismas medidas, justo en el periodo más cercano al estallido de la Primera Guerra Mundial.

Taylor era descendiente de una familia acomodada de Filadelfia. Después de un periodo de preparación en Exeter para entrar en Harvard de repente abandonó sus estudios, posiblemente como un acto de rebelión contra su padre, quien no cejaba en su empeño de que el hijo guiara sus pasos hacia los estudios de abogado. Taylor tomó entonces la insólita decisión, inconcebible para alguien de su procedencia social, de comenzar el aprendizaje de un oficio en una empresa cuyos propietarios pertenecían al mismo nivel social y económico que el de sus propios progenitores.

Una vez finalizado el proceso como aprendiz, comenzó como un obrero más en la fábrica siderúrgica Midvale Steel Works, fábrica y empresa que también pertenecía a algunos amigos de su familia, y que, al mismo tiempo, pasaba por ser una de las más desarrolladas e innovadoras, tecnológicamente, en la producción de acero. Al cabo de pocos meses, tras ejercer como asistente y mecánico, a tiempo parcial, fue ascendido a jefe de cuadrilla a cargo del departamento de torneros.

Psicológicamente, Taylor fue un ejemplo extremado de un tipo de personalidad obsesivo-compulsiva: desde su juventud podías ser observado contando sus propios pasos, mensurando el tiempo que tardaba en cumplir sus variadas actividades, y analizando sus propios movimientos y gestualidades a la busca de la «eficiencia». Incluso cuando ya era un personaje detentador de una consideración y una fama considerables, siguió sin perder ese aspecto de figura un tanto un tanto ridícula, y su presencia, cuando visitaba los talleres nunca dejó de provocar sonrisas de burla y escarnio.

El retrato de su personalidad que se nos presenta en un reciente estudio de Sudhir Kakar autoriza a que pueda considerársele, cuando menos, como un excéntrico neurótico. Estos rasgos lo perfilan como mantenedor de un rol perfectamente adaptado a su papel de profeta de la moderna administración capitalista: lo que es una patología neurótica en el individuo, es, para el capitalismo, es normal y socialmente deseable y oportuno para el buen y engrasado funcionamiento de la sociedad que así se modela.

Harry Braverman. Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX,
prólogo de Paul M. Sweezy, México, Nuestro Tiempo, 1984


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