La transformación técnica en las grandes empresas

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Las transformaciones técnicas y productivas del periodo 1870-1914, detalladas en los epígrafes anteriores, se concitaron todas ellas para iniciar una profunda transformación del capitalismo industrial, que hasta entonces se conformaba al modelo decimonónico, atomizado, fragmentario y competitivo, basado en la existencia concurrente de numerosas empresas de modestas dimensiones en cada uno de los muchos sectores productivos, directamente gestionados de los propios poseedores del capital (individuos, grupos familiares o compañías de socios).

La transformación que deriva de la concentración industrial y financiera en torno a grandes empresas fue señalado, por su importancia, y en primer lugar, por los estudiosos marxistas, que vieron aquí una nueva fase cualitativa del desarrollo del capitalismo, la del «capital monopolístico»: un sistema en el que determinados y escasos grupos controlan el mercado y fijan, previo acuerdo, y al alza, los precios de los productos de determinados sectores (otros muchos economistas prefieren denominar este proceso «sistema de oligopolio»: algunas grandes empresas —o «multinacionales»— se reparten un sector concreto del mercado).

Según el análisis de Marx, que estudió atentamente los primeros pasos de este proceso, esta dirección es inmanente al modo de producción capitalista, ya por la vía de la «concentración» del capital como proceso que tiende en el tiempo hacia la acumulación y el incremento del capital de las empresas, ya por la vía de la «centralización», por el que capitales afines van conformándose como uno solo (ya por efecto que su concurrencia provoca la ruina de los capitalistas menores, ya por efecto del crédito y los préstamos, que reagrupa los capitales individuales y controla los riesgos que comporta el recurso al sistema crediticio). La conjunción de estos dos vectores es lo que actualmente denominan los economistas como «concentración»: una situación del mercado en el que «un número relativamente exiguo de empresas se reparten una cuota relevante y casi monopolística de la producción, del empleo, etc., en un determinado sector industrial»1.

La concentración del capital fue afirmándose de modo cada vez más relevante en la segunda mitad del siglo XIX, ligada a empresas —como la construcción de las redes ferroviarias— que exigían para su funcionamiento ingentes cantidades de capital para su financiación, lo que conllevaba la formación de sociedades a partir de la inversión y compra de acciones por parte de los grandes financieros.

Desde el sector del transporte el fenómeno fue extendiéndose a otros sectores, especialmente la siderurgia y a la gran industria pesada de las últimas décadas del XIX. El sistema crediticio y financiero (la banca, la bolsa, las inversiones en títulos y acciones) fue adquiriendo una importancia acelerada sin precedentes, con su centro mundial en las bolsas de Londres y París. Asistimos al nacimiento del «capital financiero» como resultado de la fusión entre el capital bancario y el capital industrial, y a la hegemonía de la banca sobre la industria.

La consecuencia más importante de la mutación del sistema crediticio, que constituiría durante un dilatado periodo el propio fundamento del sistema capitalista, fue la constitución de un sistema monopolístico o oligopolista de la producción y del comercio a partir de acuerdos más o menos secretos y de fusiones entre empresas, que abocaron a la creación de los «cárteles» o los «trusts».

A partir de la década de los años setenta, en el siglo XIX, se comenzaron a crear en los Estdos Unidos de América los primeros «trusts», fenómeno que no tardó en suscitar las primeras oposiciones enconadas, y la promulgación de leyes «anti-trusts» (Como la Sherman Act de 1890), que, sin embargo, tampoco tardaron en ser transgredidas y reformuladas.

En 1901 la United States Steel Corporation (de J. P. Morgan) producía más acero del que fabrican, todas ellas, las factorías inglesas. En el periodo de entreguerras, el proceso de concentración monopolista se aceleró: hacia 1930, doscientos grandes «cárteles» controlaban en los usa la mitad de todo el producto internacional bruto de la nación, excluida la banca, y cerca del 1’1% de sus accionistas percibían la mitad de todas las ganancias; en 1951, ciento quince sociedades gigantes poseían el 45% del sector de la producción industrial. En Alemania, la coalición de empresas o Kartel gozaban de reconocimiento jurídico.

Las asociaciones de productores surgieron en la década de los años setenta en el sector del carbón y en la siderurgia; las dimensiones de las empresas crecieron exponencialmente: la acería Krupp contaba con 122 oreros en 1846, 16.000 en 1873, 70.000 en 1913. En 1905 existían ya 400 «cárteles» que cubrían los principales sectores de la economía productiva. Más lento fue el proceso en Inglaterra, pero ya en 1926 casi la mitad del proceso de producción de hierro fundido y casi el tercio de la del acero ya pertenecía a las empresas de doce grandes grupos2.

Empresas como las de Krupp, la Siemens, la AEG, la Standard Oil, la United States Steel Corporation pasaron a cobrar la importancia y la relevancia de pseudo-potencias internacionales. Pero en este periodo de consolidación y globalización aún no se había logrado el objetivo de la eliminación de las empresas medianas. En Italia, la mayor parte de los trabajadores seguía ejerciendo su actividad en estas medianas y pequeñas empresas, y esta situación era común a la que seguía perviviendo en otros países industrialmente avanzados.

El control de los procesos económicos fundamentales pertenece durante el siglo XX a las grandes empresas, a la estructura monopolística y oligopolística, a la vez que las empresas pequeñas y medianas conforman una articulación externa, sólo formalmente independiente, que da empleo a sectores amplios de población y a sectores ligados al nivel terciario que las grandes empresas deciden dejar en sus manos por razones de conveniencia: la «vertebración» social.

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