Dios y Rilke

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Sentado en un banco áspero, Kappus lee los versos del poeta lejano. Lee y sueña con escribirle una carta. Piensa en enviarle sus precarios ejercicios verbales. Un mes después cumple su esperanza.

Los años y los fracasos alejan a Kappus de la búsqueda de la poesía. Pero las palabras de Rilke ya han sido escritas para siempre. Conservan el viento de esos años y de lo que Rilke escribiría después. Felizmente para nosotros y para todos los hombres, Kappus guarda las palabras y las entrega a la imprenta.
¿Propone Rilke una teoría en sus cartas? Pessoa y Octavio Paz han escrito como críticos sobre la palabra poética. Después de Mallarme, Rilke ha insistido en el silencio de la poesía.

En 1929, el joven Kappus publica las Cartas de Rilke. Sabemos que el joven aspirante de las cartas puede ser hoy cualquier poeta. El que lee las tempranas cartas siente un raro temblor en la espalda ¿Por qué las cartas distorsionan el ímpetu del lector? La respuesta solo es negativa. Distorsionan el ímpetu porque las cartas no son consejos prácticos y rápidos, no son preceptos de un crítico que especula vanamente, no son clases improductivas sobre nada.

He revisado con algún fervor las palabras de Rilke sobre Dios. He indagado sus versos plurales. Y he encontrado en los intersticios verbales un devoto y un apóstata. Conviven en Rilke la inspiración del santo y el amor a la belleza.

La obra poética de Rilke atraviesa etapas diversas. Después de la romántica fase juvenil, se interna en un período que oscila entre la religiosidad y el esteticismo. Este vaivén temprano es la marca de su obra. En El Libro de las imágenes y en Nuevas poesías// gira hacia una lírica impersonal. Finalmente, luego de diez años de dudas alcanza la apoteosis: las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo.

Los rostros líricos de Rilke son opuestos en apariencia. Detrás del velo resplandece una voz única y continua: el sonido del abismo.

En la fase Duino-Orfeo Rilke se siente un oráculo, se siente el emisario de Dios, se siente Dios1. Para Rilke, la palabra del poeta es la palabra de Dios. Cada verso devela el universo. Esa religión del arte o ese arte teológico es la voz profunda que grita desde el fondo2.

En ese sentido, las Cartas a un joven poeta son la cifra de esa voz, de ese silencio. Son, creo, el arte poética de Rilke. Aunque descreía de la crítica profesional y de las abstractas estéticas, las cartas simulan la teoría de Rilke sobre sus propios versos y sobre el ejercicio poético. El centro de su teoría se revela en unas pocas palabras3:

Osadamente escribe que el silencio es el sitio de Dios. Dios no parece ser omnipotente, ya que el silencio de algún modo lo domina. Luego viene el argumento herético: Dios no soporta el silencio y busca los modos de acabar con él. Así inventa un verso y ese verso crea la palabra. Y la prístina palabra crea a los hombres.

Dios es el mejor poeta, escribe. A esta intensa afirmación, antecede una duda que es solo retórica. Dios es un gran poeta, dice con holgura y certeza. Y esta es la sentencia que sostiene su poética.

¿Acaso es desventurado afirmar la inversión de la sentencia? Si Dios es un poeta, ¿es el poeta un dios?

Como Dios es un poeta que busca salir del silencio que lo ahoga, cada hombre es también un poeta que está atrapado en el silencio. Dice Rilke en la carta:
«Cada hombre es íntimamente un poeta, un poeta que se ahoga en el silencio. Las alas de la palabra nos salvan del agua. Por eso, Kappus, el verdadero poeta es el que retorna al silencio, es el que acepta la muerte del verbo».

Es curioso el giro de Rilke. No dice que el hombre poeta, como Dios, deba buscar la palabra para huir del silencio. Dice que el hombre poeta debe aceptar la muerte del verbo. El verdadero poeta es el que soporta la conciencia de la precariedad de la palabra.

Pero la pregunta se clava rotunda en el cerebro. ¿Qué significa: el verdadero poeta es el que retorna al silencio? Creo que Rilke dice: el poeta debe buscar los versos que se acerquen al silencio, los versos que dejen al silencio como protagonista. O también: la palabra es vana, solo existe en su vínculo con el silencio. Ahora bien, si el poeta logra retornar al silencio y convive con él, entonces supera a Dios. Aquí Rilke visita la herejía.

¿Cómo es que sabe Rilke todo esto? ¿Es que se trata de una comunicación con la divinidad? ¿Es que ha recibido las cartas secretas de Dios? ¿Es que Rilke le envía a Kappus lo que Dios le ha entregado a él? ¿O es Rilke el astuto fingidor que quería Pessoa?

Como un místico ciego, Rilke busca el silencio; acaso como Kafka, a Dios. Y busca como Dante a Beatrice y encuentra la belleza. La poética de Rilke puede leerse como la afirmación atea de un esteticismo que encuentra en el problema de Dios un modo para su realización, o puede leerse como la opción inversa: el arte como mero medio para la postulación de una religiosidad absoluta.

Por las noches suelo creer en la entrega mística del poeta. Después de leer a Wilde o a Castillo, escucho a Rilke como un hereje artista del silencio.

Fabián Soberón, «Dios y Rilke», en Espéculo, Revista de estudios literarios de la Facultad de Ciencias de la Información, número 28, Universidad Complutense de Madrid.


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