La relación entre Rodin y Rilke

42198453694_bcd543f337.jpg


Fragmento
NAVEGACIÓN: Documento independiente. Cierre esta página para volver a la posición anterior




EL ENCUENTRO ENTRE RILKE Y RODIN
La relación entre el poeta checo Rainer Maria Rilke (1875-1926) y el escultor francés Auguste Rodin (1840-1917) supuso la puesta en marcha de una dialéctica entre dos de las más grandes personalidades artísticas de su época, probablemente cada uno de ellos el más grande en su campo. Dicha relación supuso, como puede imaginarse, un importante flujo de ideas estéticas y un valioso enriquecimiento de la creatividad, pero de una forma prácticamente unilateral, puesto que desde el principio se trató de una relación descompensada en la que ambos asumieron que el escultor era el maestro y el poeta el humilde aprendiz.

La primera vez que la figura de Rodin entró en la vida de Rainer Maria Rilke fue de una forma distante e indirecta. El 27 de agosto de 1900 el poeta se había trasladado a la colonia artística de Worpswede, cerca de Bremen (norte de Alemania). Allí había conocido a la escultora Clara Westhoff, la mujer con quien al año siguiente, en abril de 1901, contraería matrimonio. Sin embargo, y aunque pronto naciese una niña de la unión de ambos, la estabilidad de la pareja respecto a su convivencia duró poco más de un año. Rilke se separó amistosamente de Clara, con quien mantendría una distante pero cuidada relación de confianza durante el resto de su vida.

Sin embargo, para lo que nos ocupa, más relevante parece el hecho de que Clara Westhoff hubiese trabajado muy recientemente (en el momento de conocer a Rilke) en París, a la vera de Rodin, por cuya obra sentía devoción y a quien consideraba su maestro. Éste fue probablemente el primer conocimiento de primera mano que del prestigioso escultor pudo obtener Rilke, sin olvidar nunca que sobre el papel ya le conocía por sí mismo desde 1897, en la etapa en que el poeta había sido estudiante de Arte en Munich. Sin embargo, la circunstancia decisiva que dio un giro a la vida del escritor se presentó cuando en junio de 1902 el profesor Richard Müther, de la Universidad de Breslau, le encargó escribir un trabajo monográfico sobre Auguste Rodin.

En los meses posteriores al nacimiento de su hija Ruth y en el breve lapso en que Rilke tuvo una familia (la única en su vida), éste se había encontrado especialmente afanoso y preocupado por mantenerla, habiéndose así dedicado a dar conferencias, realizar traducciones, colaboraciones literarias… El profesor Müther se encontraba dirigiendo una colección de Historia del Arte y pensó en asignar el estudio sobre Rodin a Rainer Maria Rilke. Éste, excitado por poder conocer de cerca al gran Rodin aceptó de inmediato.

A finales de junio Rilke escribía una carta al hombre que pronto sería objeto de su trabajo, presentándose y anunciándole su llegada para septiembre. Efectivamente, Rilke llegaba a París a finales de agosto y era recibido por Auguste Rodin en su casa taller el 1 de septiembre de 1902. A partir de ahí se establecería una relación que duraría a través de los años casi hasta la muerte del escultor.

Cuando Rilke y Rodin se encontraron por primera vez la consagración artística de cada uno era muy diferente. Rilke no había cumplido aún los 27 y Rodin rondaba ya los 62. No se puede decir que el primero fuese un escritor incipiente pues, a pesar de su corta edad, había publicado ya ocho o nueve libros, escrito varios dramas y gozaba de un cierto prestigio, pero con todo aún estaba muy lejos de dar forma a las grandes obras por las que obtendría después un reconocimiento universal. Muy distinta era la situación de Auguste Rodin: honrado con la distinción de Oficial de la Legión de Honor, generador de fuertes polémicas públicas con obras como Balzac o La Edad de Bronce, y mundialmente conocido y reconocido como un genio de su tiempo.

Sobre las motivaciones de Rilke para aceptar el encargo del profesor Müther, a estas alturas parecen no quedar muchas dudas de que aquel trabajo fue sólo la excusa que le permitió acercarse como artista a la figura inmensa del gran creador Rodin y aprender de él todo lo que pudiese. En el verano de 1902, poco después de aceptar el encargo, Rilke explicaba en una carta a Arthur Holitscher que tras leer en Munich el Niels Lyhne de Jens Peter Jacobsen se había propuesto buscar a ese hombre para ponerse bajo su luz, pero luego se enteró de que había muerto, como casi todos los grandes. Y Rodin en cambio era un mito viviente, que seguía ahí, y estaba a su alcance.

Rilke terminó su monografía sobre Rodin en diciembre de 1902 y el libro apareció publicado en Berlín en marzo de 1903. El escritor permaneció sin embargo en París, en estrecho contacto con la obra y la personalidad de Auguste Rodin, respecto al cuál sus motivaciones iban quedando cada vez más al descubierto. Rilke se dirigía siempre a Rodin cuando hablaba con él como «mi Maestro». Y es que ya en carta del 1 de agosto de 1902, su tercera misiva a Rodin antes de llegar a París, se explicaba en estos términos:

«Es trágica la suerte de los jóvenes que presienten que les será imposible vivir si no logran ser poetas, pintores o escultores y no encuentran el consejo verdadero, hundidos en el abismo del desaliento; buscando un maestro poderoso, no son palabras ni indicaciones lo que buscan, sino un ejemplo, un corazón ardiente, manos que sepan hacer grandeza. Es a usted a quien buscan1».

Esto se corroboraba ya sin muchos tapujos en otra carta del 11 de septiembre de 1902, ya en París, en la que afirmaba: «No fue sólo para escribir un estudio que viene hacia usted. Llegué para preguntarle: ¿Cómo se debe vivir? Y usted respondió: trabajando. Lo comprendo. Bien comprendo que trabajar es vivir sin morir2».

Rilke pareció experimentar inmediatamente en su sensibilidad los efectos benéficos del universo de Rodin; en otra carta:«Ayer, en el silencio de su jardín, me encontré a mí mismo. Ahora el ruido de la ciudad inmensa se ha vuelto más lejano; alrededor de mi corazón hay un silencio profundo, en el que sus palabras se yerguen como estatuas3».

Y estos cambios tendrían un efecto permanente de influencia en su propia poesía según Rilke confesaba también en carta del 27 de octubre de 1902:

«No sé decírselo y mi libro tal vez no sea más que un débil recuerdo de mis impresiones y de mis sentimientos… Pero, lo que yo recibo, todos los milagros de sus manos y de su vida, todo eso no se ha perdido; presiento que la pesada riqueza que usted ha dejado sobre mi corazón perdurará; en la resurrección de mis versos se levantará, belleza tras belleza, todo este tiempo enigmático4».

Y por si quedaba alguna duda del papel que su ensayo sobre el escultor había jugado, Rilke escribía a Rodin desde Viareggio (Italia) el 27 de marzo de 1903 con motivo de la reciente publicación del monográfico, diciendo: «con este pequeño libro su obra no ha dejado de preocuparme; es la puerta pequeña por la que ha entrado en mi vida; después de este momento estará en cada trabajo y en todo libro que aún me sea posible terminar». Y así estaba sin duda siendo, pues desde el día 6 de noviembre de 1902, al poco de empezar a indagar en la obra de Rodin, Rilke había empezado a escribir sus Nuevos poemas, un libro con un título ya de por sí significativo y cuya influencia del escultor pronto examinaremos.

Tras la publicación del estudio hecho por encargo Rilke se dedicó a dar conferencias sobre su investigación a lo largo de Europa, difundiendo la obra del «Maestro», en un trabajo en el que la vocación predominaba sobre lo profesional y que le permitió ampliar su estudio con una segunda parte. El aprecio de Rodin por Rilke también es notorio y así de indiscutible se nos presenta en pequeñas anécdotas como cuando juntos recorrían su museo, de objeto en objeto, y el escultor preguntaba al poeta qué sentía frente a uno y otro, inscribiendo después en el zócalo los nombres que Rilke iba dando.

Tras la finalización del primer estudio y de su deambular por Europa durante algún tiempo, en septiembre de 1905, cuando pasaban tres años desde su primer encuentro, el escultor ofreció a Rilke trabajar como su secretario personal para ocuparse de su correspondencia, en vista de la devoción que le seguía profesando. Éste aceptó encantado el ofrecimiento y así comenzó una segunda etapa de convivencia aún más estrecha entre los dos artistas. Transcurridos los primeros días, Rilke escribía a Karl von der Heydt a propósito de la incidencia que esa nueva circunstancia tendría para su trabajo: «Razones exteriores se han pronunciado en favor de una proposición que muchos otros motivos, íntimos, me impulsaban a aceptar con entusiasmo, pues la vecindad de Rodin crea para mí una atmósfera de trabajo cálida y fecunda; tanto como el ejemplo de su vida, advenida y sabia y grande, tan discreta, tan profunda y tan clara que no se podría encontrar otra fuerza parecida y una seguridad semejante, excepto en la voz de la naturaleza. Cuanto más se recorre su obra, su universo sin fisura que supera a la escala humana, más se la siente crecer: cerca de ella uno no puede menos que desarrollarse. Viniendo aquí no he hecho, pues, una mala elección; voy a aprender y a adquirir potencia y capacidad de trabajo5».

Y a la vista está que entre 1905 y 1906, los dos años de los cuáles pasó algunos meses trabajando para Rodin en estrecha convivencia con su obra, Rilke escribió cincuenta y nueve de los Nuevos poemas, es decir, la mayor parte del libro, el grueso de la obra. Sin embargo esta relación de concordia no duró siempre. Rilke pronto empezó a manifestar a sus allegados la incomodidad que le suponía centrarse de esa forma en los asuntos de Rodin y el impedimento que eso significaba para prestar atención a su propio trabajo poético. Parece ser que Rilke estaba buscando el momento de dejar a Rodin, pero fue éste quien se anticipó, despidiéndole bruscamente el 11 de mayo de 1906 por un pequeño percance en que el escultor consideró que Rilke se había entrometido en sus asuntos. Aquella convivencia tan prometedora para uno y otro sólo duró ocho meses.

A partir de ahí, las relaciones entre Rilke y Rodin quedaron absolutamente rotas durante un año y medio. En ese tiempo, Rilke publicó su versión ampliada y definitiva de su Estudio sobre Rodin y su libro Nuevos poemas, ambos en 1907. A finales de ese mismo año, parece ser que Rodin escribió al poeta y se reconciliaron, aunque el trato tuvo a partir de este punto un carácter mucho más equilibrado y desmitificado. Rilke ya no volvió a tratar al escultor en sus cartas como «Maestro», sino como «amigo» o simplemente «querido Rodin». En 1908 Rilke publicó La otra parte de los nuevos poemas, con una dedicatoria especial: «a mi gran amigo Auguste Rodin». La relación entre los dos artistas se mantuvo ya casi hasta el final, y aunque Rilke adoptó nuevos giros en su estética nunca perdió de vista lo que la obra de Rodin significó para él. Rilke le había definido como «un hombre sin contemporáneos» y como «el más grande entre los vivos», llegando a confesarle que «su ejemplo heroico, para mi mujer y para mí, siempre será el acontecimiento más importante de nuestra juventud6». Y así fue, puesto que el 26 de febrero de 1924, ya al final de la vida del poeta, rememorando sus influencias, Rilke reconocía todavía en carta a Alfred Schaer7 que Auguste Rodin había sido en su vida el más poderoso maestro.

Texto completo en:
Óscar Pastor Hurtado, «La influencia de Rodin en la obra de Rilke», en Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica número 25, Universidad Complutense. 2007. pp. 181-202


Navegar_centuria_2.gif



Envía un comentario



Si no se indica lo contrario, el contenido de esta página se ofrece bajo Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 License