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Ante todo, la concepción nietzscheana del «nihilismo» se distancia claramente de cualquier forma de pesimismo, porque el pesimismo, según Nietzsche, implica una atadura y una dependencia jurídica con respecto a las cosas, una calculada esperanza en una serie de presuntos valores que nunca llegaremos a encontrar en esas cosas.
Al contrario, Nietzsche critica esos valores, de los que su falsedad queda más que demostrada, para proclamar un «sí» a la vida desde la perspectiva de la doctrina del eterno retorno y la afirmación de la «voluntad de poder» como empeño en realizar plenamente la vida en todas sus posibilidades, esas posibilidades que la moral y la religión tradicionales han negado siempre con su carga añadida de mortificaciones y culpas.
Nietzsche, además, distingue entre un nihilismo «pasivo» como factor de decadencia, en cuanto negación moral de la propia vida, y un nihilismo «activo», en tanto que principio de fuerza y poder, testigo que advierte y previene si el espíritu comienza a sumirse en la decadencia, incapaz de aceptar esa degradación como destino último y definitivo para el hombre.
En este marco se inserta el tema, tan malinterpretado a menudo, del «superhombre», que nada tiene que ver con la encarnación de un individuo excepcional y superior a los otros hombres, sino con la reclamación de un nuevo tipo de hombre (en la medida en que un hombre pueda serlo o alcanzar ese estado respecto a como pudiera lograrlo un simio mediante una «mutación»); Nietzsche reclama a un hombre capaz de nuevos valores de los que no sólo sea imposible postular una fundación constituyente de orden ontológico o religioso, sino que tampoco puedan ser definidos, acotados o prescritos, lo que abre la vía a una existencia en la que el hombre avanza descubriendo zonas ignotas con la misma libertad que proporciona el juego.
De aquí se desprende la importancia que adquiere el problema estético del nihilismo nietzscheano y su gran difusión. De un lado, porque el nihilismo ha anudado, como si de una presa se tratara, los caracteres efectivo-fenoménicos de la realidad, que de esta forma puede incluso ser «justificada» como un «fenómeno estético», transcendiendo las dimensiones reductivas de un «mundo verdadero» que se revela al fin como «fábula», un mundo en el que los resultados de la observación o de la actuación son falsos o, cuando menos, inconsistentes en la solidez semiológica que durante siglos los valores religiosos y los metafísicos habían conferido como «estatutos de sentido verdadero de la realidad». Del otro lado, porque de entre los diversos tipos de hombre que hasta ahora han alcanzado un mayor grado de realización y liberación, son precisamente los artistas aquellos que están más cercanos a los valores y los factores necesarios para promover el advenimiento de una nueva cosmogonía humana capaz de devolver al mundo un sentido que durante tanto tiempo le ha sido arrebatado.
Valerio Verra, «Nichilismo», en Enciclopedia del Novecento, IV,
Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1975, p. 779.
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