El populismo activista y violento de los raznochintsi

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Los demonios fue publicada por entregas en la revista Il messagero russo entre 1871 y 1872, y en formato libro en 1873. La escritura de esta novela ocupó al autor desde el inicio de 1870 a los meses finales de 1871. De un primitivo núcleo construido sobre una trama novelesca con conflictos psicológicos, complicaciones amatorias y pasionales, surge al final una novela política, ligada estrechamente a acontecimientos contemporáneos.

Durante una estancia en Dresde, Dostoievski leyó en los periódicos rusos la crónica del «affaire Necaev». Joven nihilista, secuaz de Bakunin, Necaev había creado una serie de células secretas con el fin de organizar una revuelta contra el régimen zarista. Junto a otros cuatro conspiradores, el 21 de noviembre de 1869, en el parque Petrovski de Moscú, había matado de un disparo de pistola al estudiante Ivanov, quien quería abandonar la organización, arrojando su cuerpo a un estanque. Necaev había huido a Suiza, pero poco después fue arrestado en Zurich y entregado al gobierno zarista, que lo encarceló en la fortaleza de los santos Pedro y Pablo de Petersburgo (donde moriría en 1882).

Dostoivsky, de vuelta ya en Rusia a finales de 1871, asistió a las fases finales del proceso, y se aprestó a visitar los lugares en los que habían estado preparando la conjura. Para la composición de la novela se valió de un ingente material documental (actas del proceso, testimonios, textos históricos), que, a través de los filtros de la invención de una personal reelaboración fantasiosa, se transformó en una especie de enciclopedia de la historia del movimiento revolucionario ruso durante los años setenta.

Cuando vio la luz, la novela suscitó agrias polémicas y fue condenado como libro reaccionario por los críticos radicales y marxistas. Su ideología fue calificada como anacrónica, ya que las ideas de Fourier y del socialismo utópico, atribuidas a algunos de los personajes del libro, estaban ya superadas por la propia realidad histórica rusa.

Esta es la vicisitud de la obra, ambientada en una ciudad de provincia rusa (que coincide con el periodo en que Necaev permaneció en Moscú en el otoño de 1869, del 3 de septiembre al 22 de noviembre).

Piotr Verhovenski (contrafigura de Necaev), hijo del patético y vanidoso Stepan Trofimovic, un liberal de la década de los cuarenta, ha creado en la ciudad provinciana un pequeño círculo nihilista en torno al cual pivotan todos los revolucionarios locales. Verdadero protagonista de la novela, eje en torno al que rotan todos los otros personajes, es Nikolai Stavrogin, un aristócrata desarraigado, joven y bello, rico e inteligente. Héroe demoniaco, es el típico personaje del «subsuelo», difuso y latente en muchas de las ficciones del autor. Como revela en una confesión escrita que deposita en manos del viejo monje Tichon, su pasado es un abismo de abyección.

Entre sus malvados actos se cuentan el matrimonio con Maria Lebjadkina, una pobre lisiada casi demente, y el estupro con una menor de edad que se suicidó poco después. La revolución social es para él sólo una distracción, una manera de escapar del aburrimiento y la apatía.

Piotr es su esclavo, lo adora como a un dios, y para liberarlo de sus lazos conyugales le ofrece a Liza Nikolaevna, una bella muchacha enamorada de él. Los salones de la ciudad, frecuentados por Varvara Petrovna, madre de Stavrogin, por la esposa del gobernador Lembke y por el famoso escritor Karmazinov (parodia de Turgueniev), sirven de tapadera y desvían la atención de los planes terroristas de Verchovenski y de sus amigos.

Durante una fiesta, se incendian las casas del otro lado del río y sobreviene la catástrofe: muere Maria Lebjadkina y Liza Nikolaevna acude al lugar del delito y es linchada por la multitud como cómplice de Stavrogin. El desertor Satov (contrafigura de Ivanov) llega al parque montado en un trineo y es asesinado por Piotr frente a sus propios compañeros para que no pueda delatarlo. El ateo Kirilov se ve forzado al suicidio después de haber sido obligado a escribir una carta en la que acusa de homicidio a Sartov. Piotr elimina también al forzado Fedka, asesino de Maria Lebjadkina. Stavrogin se ahorca en el desván de su apartamento.

Leído por los contemporáneos como un panfleto antinihilista y antirrevolucionario, Los demonios puede ser considerada como una novela de compleja y estratificada estructura, en la que coexisten el elemento psicológico y el político. Dostoievski representa la crisis de la sociedad rusa, inmersa en el caos político y en el desorden administrativo, y diseña el retrato de un mundo que se marchita, convulso en un arruinamiento de los valores y en un delirio colectivo. En la conclusión catastrófica todos los personajes principales mueren de muerte violenta, víctimas de homicidios, suicidios, incendios. Sólo Stepan Verchovenski muere, delirando, en su propio lecho. También el paisaje, caracterizado con trazos otoñales (lluvia, fango, viento, cielos plomizos), posee los tonos lívidos de la muerte y del desmantelamiento en sintonía con las vivencias y acontecimientos.

El centro ideológico de la novela es el conflicto generacional entre los padres «liberales» y los hijos «nihilistas». Dostoievski subraya la responsabilidad de los padres, fatuos, idealistas y occidentalizados (Stepan Verchovenski) y de los escritores (Karmazinov-Turgueniev), en el comportamiento de los hijos terroristas. Desde esta óptica puede leerse Los demonios como una crítica polémica de Dostoievski a Turgueniev, quien con Padres e hijos (1861) había contribuido a la difusión popular del nihilismo, como movimiento revolucionario radical. La oposición entre eslavofilia y occidentalización es un tema político sobre el que se sobrepone el problema religioso, esto es, el de la dialéctica entre pecado y redención. De una parte, está la tradición de la Rusia patriarcal, identificada con el Cristo del pueblo eslavo, y de la otra, la irrupción de la occidentalización, símbolo del Anticristo.

Según el crítico ruso Mijail Bajtin (1986), Dostoievski es el creador de la novela polifónica, es decir de una estructura con varios centros nucleares, donde la idea nace siempre de una relación dialógica entre las consciencias. Cada personaje encarna una idea, un punto de vista distinto sobre el mundo. Stavrogin, parodia de Bakunin, es un mesías negativo, adorado como un dios «demoniaco» por sus esclavos. Indiferente al bien o al mal, vive en su abulia porque ya no siente nuevos deseos y, además, la depravación es una forma de vencer a la melancolía. En este personaje, Dostoievski simboliza la destrucción de una juventud desarraigada que ha perdido a Dios y el contacto con el pueblo.

Los «demonios» son los nihilistas poseídos por el deseo de proporcionarse a sí mismos su propia destrucción. Piotr Verchovenski, al inicio sólo un bufón cómico, después un cínico bribón, se transforma en el curso de la novela en un infernal y frío ejecutor de los delitos. Su fin no es la revolución, sino la obsesión de poder. Satov, de procedencia plebeya, hijo de un siervo de la gleba, expresa la idea eslavófila del mesianismo ruso. Su intensa capacidad para amar y perdonar nace de su continua búsqueda de Dios. El ateo Kirilov es el teórico del suicidio, considerado como acto de suprema libertad, medio a través del cual el hombre puede transmutarse en Dios. De las relaciones dialógicas de los idealistas se engendra el tono profético de la novela, amarga sátira de vacuidades pseudorrevolucionarias y fosas introspectivas en el «subsuelo» del hombre, en los abismos de su inconsciente.

Remo Ceserani, Lidia De Federicis y Cesare Pianciola, eds. Il Materiale e l’immaginario. Laboratorio di analisi dei testi e di lavoro critico.
Volume settimo. Società e cultura della borghesia in ascesa, Turín, Loescher Editore, 1998, pp. 1404-1406


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