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DOCUMENTOS
Segundo viaje de Andreas salomé y Rilke a Rusia.
Rilke con la mujer que comparte los últimos años de su vida.
La ruptura de la pareja Andreas Salome/Rilke se consuma justo al final de este segundo viaje a Rusia. Los testimonios e interpretaciones de lo que acaeció entre ellos son numerosos, y cada uno formulado desde perspectivas distintas.
Parcos son los datos que Andreas Salome desliza en sus memorias, aunque sí se refiere de forma explícita a los efectos tan contrapuestos que el contacto renovado con Rusia habían producido en Rilke y en ella.
A ella, «dispuesta y alegre para enfrentar circunstancias vitales inamovibles e imperiosas, que requerían de fuerza», algo que había caído en sus manos «sin hacer esfuerzo alguno».
A él, el esfuerzo de la obra poética, que lo había llagado en toda su profundidad; las «primigenias honduras» desde las que habría de producirse «su maduración». Era necesario que Rilke alcanzara la «libertad y la extensión y todo el desarrollo» que aún tenía por delante, aunque esto supusiera la quiebra de la realidad de los comienzos del amor-amistad, la de la «sola imagen», y el que ella se resignara al arrancamiento «de lo que quedaba, de lo que iba a crecer, viviente» hasta la hora de sus muertes respectivas. La proclamación de una especie de divisa se abre paso: «Le soy fiel para siempre a los recuerdos; nunca lo seré a las personas» [Andreas-Salomé, 2003: 131-132].
Ernst Pfeiffer, el editor de las memorias de Lou, en sus extensas notas y apuntamientos, menciona el hecho de que la pareja discutió en Jaroslav, al final del viaje por el Volga, por la idea de que Rilke pasara una temporada en Worpswede. Pfeiffer cree cierta la versión que la escritora da sobre el final de la relación, como fruto de una decisión personal suya, circunstancia confirmada también por documentos posteriores. La decisión debió tomar cuerpo e impulso durante la estancia de ella en la finca de su hermano mayor, en Finlandia, mientras Rilke aguardaba su vuelta en Petersburgo para regresar juntos.
La «ruptura» conlleva un «acuerdo»: el que Rilke tuviera la certeza de poder acudir a ella en las «horas de necesidad», un equilibrio originario que uniría sus destinos hasta el año de la muerte del poeta. Klossowski, en el prólogo a la edición de la correspondencia entre Rilke y Andreas-Salomé [2000: 11-12], señala un dato fundamental:
La edición por Stéphane Michaud y Dorothée Pfeiffer [1992] del diario inédito de Lou Andreas Salome del segundo de sus viajes con Rilke a Rusia, y las aportaciones novedosas de Michaud [2001] en su biografía renovadora, Lou Andreas-Salomé. La aliada de la vida, han iluminado desde una perspectiva varia, compleja y nueva el proceso de la ruptura, en términos que confirman y transforman en noticias explícitamente verídicas lo que Lou escribiera en sus memorias: las relaciones con el poeta se le habían hecho cada vez más insoportables desde la vuelta de Rusia.
Ella sentía que estaba alcanzando la plenitud, con una percepción del mundo más objetiva y serena. Se nutría de los beneficios «de un yo que se le había revelado en la felicidad». Rilke, en sus «esperanzas y expectativas personales», parecía aspirar a una relación estable y definitiva, que Lou rechazaba por principio. Observa cómo en Rilke todo se vuelve patológico y cómo «los intentos de reducir suave y lentamente nuestras relaciones fracasaron». La ruptura total era indispensable, y la liberación tendría que ser conseguida «de golpe» y así fue. Para ella todo vínculo siempre resultó una carga y nunca se había sentido comprometida con Rilke de forma definitiva. Y en este punto sólo resta el «pacto» al que me he referido, la renovación futura, cada vez que él lo necesite, del antiguo compromiso.
A finales de agosto de 1902 llega a París. Rilke ya ha escrito numerosos textos literarios, ha vivido una intensa relación amorosa con Lou Andreas-Salome y ha contraído matrimonio con la joven escultora alemana Clara Westhoff. No ha encontrado su camino, y está determinado a buscarlo. Dos días después de su llegada visita a Rodin, sobre el que se propone escribir un ensayo, y, tal como señala Todorov [2007: 86], «de este encuentro surge la luz: el escultor francés representa la vía que quiere emprender», porque lo que «descubre en Rodin no es una simple concepción del arte, sino un modo de vida, y decide adoptarlo». Concluye Todorov [2007: 87]:
Jalones de especial intensidad creativa serán sus vivencias como secretario del escultor Rodin, sus experiencias de artista en París, transpuestas en Los apuntes de Malte Laurids Brigge. A ellas se refiere Lou en sus memorias, como «la redención que le tocó a Rainer en suerte con su encuentro con Rodin» [Andreas-Salome, 2003]:
Con el estallido de la Gran Guerra muchas serán las facetas y momentos de vida del poeta que sufrirán determinantes alteraciones. También para Lou Andreas-Salome, quien justo antes del conflicto se había adentrado en una nueva «vivencia»/«experiencia», de la que da cuenta en Aprendiendo con Freud. Diario de un año 1912/1913 [1977]. Quedan para la memoria y el enjuiciamiento crítico de estas relaciones los versos que Rilke escribió a Lou en días posteriores a la misiva de ruptura que ella le remite:
Me apretaste contra ti, no para burlarte,
sino como aprieta el barro la mano del alfarero,
su mano creadora.
Ella soñaba con una forma—
y, cansada, renunció a ella,
me abandonó, y yo me rompí.
Tu fuiste para mí la más material de las mujeres,
un amigo como lo son los hombres,
una mujer bajo mi mirada
y más a a menudo aún una niña.
Tú fuiste la mayor ternura que jamás conocí,
el elemento más duro contra el que haya luchado,
tú fuiste la sublime que me bendijo,
y te convertiste en el abismo que me devoró.
Lou, que fuera «águila» y «león» para Nietzsche, se reviste, en el poema de Rilke de atributos muy distintos: «la más material de las mujeres», «un amigo como lo son los hombres», y «más a a menudo aún una niña», imágenes muy distantes al despecho del filósofo alemán cuando la retrata como un «ser sin ideales, sin metas, sin obligaciones, sin vergüenza. ¡Y en los ínfimos peldaños de la moral, a pesar de su buena cabeza!», una «desgraciada» que se dedicaba a «excitar la sensualidad masculina», siempre «parapetada en una postura de rechazo al sexo», siempre «perfectamente dueña de sí misma».
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