De canciones, locales y cupletistas

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MATERIAL COMPLEMENTARIO DISPONIBLE
Secuencias cinematográficas:
El último cuplé/Juan de Orduña (1957)
Aquellos tiempos del cuplé/Mateo Cano y J.L. Merino (1958)
La Coquito/Pedro Masó (1977)
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Página específica en esta misma serie
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Galería de retratos incluida en una página de esta misma serie

NOTA: La BIBLIOGRAFÍA referenciada se detalla en la última página de esta serie.

EL CUPLÉ


Es diferente, fresco y muy original, porque en dos o tres minutos contaba una historia completa. Así que los mejores compositores e intérpretes se pusieron a sus pies… y todo esto ocurría en las grandes ciudades. En nuestro caso, Madrid. Lo describe como a la crónica de una época, letras que reproducen la realidad que se vivía, historias de la ciudad que llegan hasta nosotros. Había unas niñas reprimidas que se iban a tomar el té al Ritz para pescar novio… y se hacía una canción1.


Según Salaün, «la canción es el caballo de Troya por el cual se infiltra la modernidad en las prácticas y mentalidades más alejadas de los modelos capitalinos»2. Y añade:

«El nacimiento de la canción-espectáculo desembocó rápidamente en la aparición de un amplio sector profesional y en una masificación de los públicos, pasando por una progresiva utilización de los adelantos técnicos y por una racionalización del sistema»3.


El cuplé es la nueva forma musical, despreocupada y descaradamente erótica en sus comienzos, que hábilmente teatralizada por sus intérpretes salpica de verde los escenarios4. El repertorio inicial de las pícaras canzonetistas se construye sobre arreglos y traducciones de composiciones traídas de más allá de nuestras fronteras, circunstancia que se mantendrá hasta que músicos y escritores reconocidos asuman el cambio de moda y respondan a las demandas de algunas destacadas cupletistas. Uno de los primeros ejemplos en este sentido puede ser la canción La española, luego fue versionada con mucho éxito por Resurrección Quijano5, que Ruperto Chapí y los Quintero escriben para Emérita Esparza6, destacada figura del Teatro de la Zarzuela que ha decidido dar el salto hacia el nuevo género.

El cuplé es una canción que habla de cosas que no nombra, metáfora erótica simbolizada en figuras de pequeños animales, insectos traviesos, frutas, verduras, objetos diversos…, entonada con aparente candidez por chicas espectaculares que insinúan decir algo que no dicen y expertas en el arte de mostrar sin enseñar casi nada. Si se descubre en su mensaje algún elemento discordante o trasgresor con la norma convencional o la moral, debe quedar claro que no procede del texto ni de la coreografía, sino de la interpretación que hace la mente calenturienta del espectador. Él es quien atribuye significado a la búsqueda que La Fornarina hace de La llave que necesita entre los bolsillos de su amante, a la gestualidad con que Poco a poco se prueba La Bella Dorita unos guantes o a la petición de polvos para La polvera que Pilar Arcos solicita de los señores que la escuchan sólo porque quiere «estar bella».

Si bien en un primer momento su tono atrevido los encierra en circuitos de espectáculos «solo para hombres», lo que les hace merecer su encuadre en el llamado género ínfimo, hacia 1911, coincidiendo con la llegada a la escena de La Goya, evoluciona hacia temáticas menos provocativas que facilitan su inclusión en espectáculos de variedades aptos para un público más heterogéneo.

La transición la explica así el diario La Publicidad del día 11 de noviembre de 1911:

«Observad el fenómeno, amigos moralistas. La sicalipsis está de baja en el Music-Hall. Bastó la aparición de una artista que tuviera arte y tuviera voz, para que todo el público se retirara de los desnudos groseros y las danzas insulsas. Se nos dirá que la Raquel Meller aún pone demasiada pimienta en la letra de sus couplets. Pero no se nos negará que se ha dado un gran paso. El público no es tan depravado como se cree. Lo grosero hastía pronto. Ahora se preocupan más del arte en el decir de la Meller, que de la letra de la canción. Los empresarios que explotaron todas las gorrinerías creyendo servir así a las exigencias del público hoy cambian de rumbo. Se terminó el concurso y el pugilato entre las cazadoras de pulgas. Ahora vendrá la competencia entre las tonadilleras. Tras la Raquel Meller, viene Paquita Escribano y se anuncia La Goya. De la misma manera que se han tenido que desterrar todas las obscenidades baratas de la escena desaparecerá también el color harto subido de las letras de las canciones. Y con un paso de arte las mismas artistas del café concierto habrán salvado la moral que únicamente peligraba por lo baja y lo barato de la picardía»7.


El tiempo pasa y el cuplé se integra en la modalidad de revista, la cual inicia su longeva andadura a comienzo de los años treinta. Prohibido al finalizar la guerra, permanece acurrucado en rincones escondidos de producciones artísticas de todo tipo procurando eludir, a base de ingenio, la férrea persecución de la censura.

EL LOCAL

El éxito del cuplé nunca habría sido posible sin el amparo de los locales que lo acogen, protegen y proyectan. Son muchos y de toda condición. En Madrid: Trianón Palace, Salón Chantecler (luego Muñoz Seca), Club Parisina, Salón Japonés, París Salón, Bataclán, Circo de los Galgos, Cuesta Park, Ideal Room, Dancing Florida, Buho Rojo, Gran Metropolitano, Coliseo Imperial… En Barcelona es el entorno del Paral·lel, la avenida inaugurada en 1894, el lugar preferido, aunque no exclusivo, para la ubicación de espacios dedicados a las diversiones de todo tipo, teatros, circos, cines, atracciones, cafés cantantes y music halls. A resaltar: Edén Concert, Pompeia, Apolo, Tropezón, Olimpia, Arnau, Gran Éxito, Farrusini y… El Molino, antaño Petit Moulin Rouge (no puede quedar nada rojo a la vista después de la contienda civil española), el más longevo y uno de los más estimados escenarios del género.

«En el local donde se cultivase el género ínfimo se estaba seguro de no coincidir con la esposa ni las cuñadas, sin el peligro de escuchar exabruptos poéticos ni exponerse a soportar engendros musicales recetados contra el insomnio. Era distracción saludable, con un vaho pecaminoso menos disolvente que el respirable en tantos espectáculos dramáticos y cinematográficos de años posteriores. En el género ínfimo se entonaba un himno a la belleza de la mujer, más o menos exuberante, en augusta normalidad para los espíritus inflamables; pero el trabajo de aquellas ciudadanas juncales, vocingleras, sin complicaciones patológicas, era preferible al de numerosas protagonistas de comedias y películas modernas, que tan ligeras de indumentaria como para cantar La pulga han de representar con el galán escenas manifestantes de una perversión, una impudicia, un cinismo, que jamás evidenciaron las cupletistas en sus repertorios más atrevidos»8.

LA CUPLETISTA


«Tenía el gesto pícaro, desvergonzado y cándido de una chiquilla a quien por equivocación hubiesen llevado a ver una función pecaminosa y se entretuviera en imitar los gestos de las mujerotas que en escena habían anatemizado con un ¡son unas indecentonas! Y cantaba enormidades con su gracia pueril y cándida […]. Volvió a salir la señorita Chelito, desnuda ahora en la bárbara policromía roja y verde de dos chales de Manila, y comenzó a bailar la danza lánguida, malsana y voluptuosa que pide el bochorno de los trópicos y la pomposa escenografía de los cocoteros sobre el esmalte cobalto del cielo salpicado de estrellas de brillantes […]. Cayó la cortina. Una salva frenética de aplausos llamó a la famosa, y surgió en escena la nena dulce y cándida, y sonreía como si preguntase: ¿He hecho algo malo?9»


La sociedad española del cambio de siglo asume como bueno el rol femenino que muestra a la mujer protegida por las normas de un orden patriarcal que la posicionan en situación de dependencia física, económica y legal del varón. La imagen de señoritas artistas relacionadas con el cuplé que triunfan sobre los escenarios, que presumen de vida independiente y libre fuera del matrimonio y que son admiradas y perseguidas por los hombres, representa, sin duda, una seria amenaza para el orden establecido visibilizando un modelo alternativo, interclasista, de comportamiento para la mujer. Sirva de ejemplo esta estrofa de Guasa viva que interpreta con mucha fuerza sobre las tablas Carmen Flores:

Cuando algún mocito viene a pretenderme,
en tomarle el pelo suelo entretenerme,
pero al darse cuenta de esa guasa mía,
lleno de coraje sale de estampía.
Que eso está mu mal, ya lo sé, pero me da igual.
Si alguno me dice que se está muriendo por mi personilla,
yo con mucha guasa le digo riendo: ¡que te den morcilla!
Y si se molestan, ellos pierden más,
Tiren por arriba, tiren por abajo, tiren por detrás…
RECITADO
Bueno, a mi mare todo se le vuelve decir «chiquilla mía, que esto va siendo mucha guasa y me parece que te vas a quedar pa vestir santos». Pero es lo que yo digo, ¿qué es el matrimonio? ¡Na! ¡Una pura guasa! Bueno, ¿y si encima te sale un marido borracho y también un chiquillo? ¡Vaya guasa que tié la cosa! ¡Vamos hombre, que no me caso! ¡Primero me hago bolcheviki!


Los comentarios sociales de la prensa, banales en muchas ocasiones, resultan decisivos para el futuro de cada artista, a la vez que contribuyen, incluso, a perfilar, depurar y definir su estilo con el subrayado destacado de aquello que aplaude o rechaza el gusto del público. Ella es quien construye la marca identitaria de las famosas, fomenta su rivalidad y airea la rumorología referida a sus vidas privadas: «El nacimiento de una estrella del cuplé no fue nunca algo fortuito ni azaroso. Múltiples condicionantes habían de darse cita y, al tiempo, múltiples voces autorales» .

La fama llega solo si el trabajo en el escenario se completa con historias, escándalos, desgracias…, que lo visibiliza, amplificado, ante la gran la masa. Los medios, antes también como ahora, construyen esa aureola y transforman a la cupletista en figura de interés público sobre la que confluyen dos roles: el que la publicita como bien de consumo nacional y el que la instrumentaliza como vendedora .

«La diseminación de la imagen mediante una tecnología novedosa como era la fotografía y la construcción de un relato sobre el yo a partir de las declaraciones y actuaciones en el espacio público constituyeron los dos pivotes sobre los que se edificó el dispositivo de la celebridad. La combinación de ambos elementos permitía a las mujeres de espectáculo trascender el marco de la escena y convertirse en productos que atraían el interés de la opinión pública y en última instancia llevaban a los espectadores al teatro, en un ciclo que no dejaba de retroalimentarse» .


Cuando, en torno a tercera década del siglo, se inicia el declive de las variedades, solo permanecen bajo la luz de las candilejas aquellas que han sido capaces de desarrollar una carrera internacional o de sumar a su capacidad artística y habilidad coreográfica, la condición de agente empresarial. Caso paradigmático en este sentido es la bailarina Tórtola Valencia10.

Entre las primeras cupletistas que alcanzan el rango de estrella se encuentra Catalina Otero, la Bella Otero, que viene de la escena norteamericana y es aupada a la gloria desde una escandalosa vida privada. Y… La Fornarina:

Más gallarda y gentil que la de Urbino
es esta diosa, frívola y coqueta,
alma de chula en cuerpo de griseta
y ojos reidores de mirar felino.
Sensual como las musas de Aretino
y como las mujeres del Profeta
en sus labios la alegre canzoneta
tiene un sabor galante y parisino.
Y en su rostro de nítida blancura
que corona la mágica hermosura
de su admirable cabellera blonda,
ella tiene la gracia venusina
y el plácido candor de Fornarina
y la mortal sonrisa de Giocconda11.


Debuta en el Teatro Japonés integrada en el elenco de El pachá Bum-bum. No interpreta, no canta, solo es ofrecida como esclava sobre una bandeja portada por sirvientes, pero viste una malla blanca muy ceñida, tiene diecinueve años y… causa una impresión memorable entre el público.
Hay muchas más. También en Barcelona. Unas derrochan méritos que avalan su triunfo, otras hermosura o lujo…, aquellas, entusiasmo y suerte. Todas coinciden en sueños de popularidad y fama, y tienen claro el objeto de su arte: deleitar a un público que, agradecido, sepa perdonar sus excesos y errores. Y ni el paso inexorable de los años puede callar a algunas que, como la Bella Chelito, Pastora Imperio, Carmen Flores o Amalia Molina, alcanzan a recibir el aplauso de los nietos de aquellos que las admiraron en sus comienzos.

NOTA: La BIBLIOGRAFÍA referenciada se detalla en la última página de esta serie.

IMPORTANTE: Acerca de la bibliografía.
Toda referencia no detallada en texto o en nota a pie, se encuentra desarrollada en su integridad en la Bibliografía General.

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