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Documento: Las Flores del Mal. Ed. original Imagen
Se integra aquí este texto porque contribuye y acota el significado de la «sinestesia» decadente y simbolista, aunque ni siquiera llegue a referirse a ella con este término. En sus palabras y referencia puede aquilatarse «los méritos creativos» que en el poeta se acumulan, «en particular la conciliación de las herencias clásica y modernista, la elaboración metafórica, las sugestiones sensoriales y la capacidad rítmica y musical de sus versos1».
Jamás han sido las ideas patrimonio exclusivo de sus expositores. Las ideas están también, tienen su órbita de desarrollo, y el escritor lo que más alcanza es a perpetuarlas por un hálito de personalidad o por la belleza de expresión. Ocurre casi siempre que cuando un nuevo torrente de ideas o de sentimientos transforma las almas, las obras literarias a que da origen son bárbaras y personales en el primer período, serenas y armónicas en el segundo, retóricas y artificiosas en el tercero. Podrá, aislada, la personalidad de un poeta adelantar o retroceder en la evolución, pero la obra literaria en general sigue su órbita con absoluto fatalismo, hasta que germinan nuevas ideas o se forman nuevos idiomas.
Por todo esto, no puede afirmarse sin notoria injusticia que sean las contorsiones gramaticales y retórica achaque exclusivo de algunos escritores llamados «modernistas». En todas las literaturas —si no en todos los tiempos— hubo espíritus culteranos, y todos nuestros poetas decadente y simbolistas de hoy tienen en lo antiguo quien les aventaje. Que yo sepa, no ha llegado nadie entre los vivos a las extravagancias del jesuíta Gracián, ya citado a este propósito por don Juan Valera.
Gracián, en su poema Las Selvas del Año, nos presenta al Sol como picador o caballero en plaza, que torea y rejonea al Toro Celeste, aplaudiendo sus suertes las estrellas, que son las damas que miran la corrida desde los palcos o los balcones. El Sol se convierte luego en gallo,
Con talones de pluma,
y con cresta de fuego,
y las estrellas, convertidas en gallinas, son presididas por el Sol,
Entre los pollos del Tindario huevo;
lo cual significa que el Sol llega al signo de los Gemelos,
Pues la gran Leda por traición divina,
Empolló clueca y concibió gallina.
Si en la literatura actual existe algo nuevo que pueda recibir con justicia el nombre del «modernismo», no son, seguramente, las extravagancias gramaticales y teóricas, como creen algunos críticos candorosos, tal vez porque esta palabra «modernismo», como todas los que son muy repetidas, ha llegado a tener una significación tan amplia como dudosa. Por eso no creo que huelgue fijar en cierto modo lo que ella indica o puede indicar.
La condición característica de todo el arte moderno, y muy particularmente de toda la literatura, es una tendencia a refinar las sensaciones y acrecentarlas en el número y en la intensidad. Hay poetas que sueñan con dar a sus estrofas el ritmo de la danza, la melodía de la música y la majestad de la estatua. Teófilo Gautier autor de la Sinfonía en blanco mayor, afirma en el prefacio a Las flores del mal que el estilo de Tertuliano tiene el negro esplendor del ébano.
Según Gautier, las palabras alcanzan por el sonido un valor que los diccionarios no pueden determinar. Por el sonido, unas palabras son como diamantes, otras fosforecen, otras flotan como una neblina. Cuando Gautier habla de Baudelaire, dice que ha sabido recoger en sus estrofas la leve esfumación que está indecisa entre el sonido y el color; aquellos pensamientos que semejan motivos de arabescos, y temas de frases musicales. El mismo Baudelaire dice que su alma goza con los perfumes, como otras almas gozan con la música. Para este poeta, los aromas no solamente equivalen al sonido, sino también al color:
Il est de parfums frais comme des chairs d’enfants,
Doux comme les hautbois, verts comme les prairies.
Pero si Baudelaire habla de perfumes verdes, Carducci ha llamado verde al silencio y Gabriel D’Annunzio ha dicho con hermoso ritmo:
Canta la nota verde d’un bel limone in fiore.
Hay quien considera como extravagancias todas las imágenes de esta índole, cuando en realidad no son otra cosa que una consecuencia lógica de la evolución progresiva de los sentidos. Hoy percibimos gradaciones de color, gradaciones de sonido y relaciones lejanas entre las cosas que hace algunos cientos de años no fueron seguramente percibidas por nuestros antepasados. En los idiomas primitivos apenas existen vocablos para dar idea del color. En vascuence, el pelo de algunas vacas y el color del cielo se indica con la misma palabra: «artuña». Y sabido es que la pobreza de vocablos es siempre resultado de la pobreza de sensaciones.
Existen hoy artistas que pretenden encontrar una extraña correspondencia entre el sonido y el color. De este número ha sido el gran poeta Arturo Rimbaud, que definió el color de las vocales en un célebre soneto:
A-noir, E-bleu, I-rouge, U-vert, O-jaune.
Y, más modernamente, Renato Ghil, que en otro soneto asigna a las vocales no solamente color, sino también valor orquestal.
A, claironne vainueur en rouge flamboiement.
Esta analogía y equivalencia de las sensaciones es lo que constituye el «modernismo» en literatura. Su origen debe buscarse en el desenvolvimiento progresivo de los sentidos, que tienden a multiplicar sus diferentes percepciones y corresponderlas entre sí formando un solo sentido, como uno solo formaban ya para Baudelaire:
O métamorphose mystique
De tous mes sens fondus en un:
Son halaine fait la musique
Comme sa voix fait le perfum.
Ramón María del Valle-Inclán, «El Modernismo», La Ilustración Española y Americana, VII, 2 de febrero de 1902, 114.
Recogido en Obra Completa. II. Teatro. Poesía. Varia, Madrid, Espasa-Calpe, 2002, pp. 1461-1463.
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