La «célula básica de la sociedad»

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Antonio García Megía

LA «CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD»

NOTA: La BIBLIOGRAFÍA referenciada se detalla en la última página de esta serie.

LA «CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD»

Así es definida la familia por la terminología nazi. El régimen consigue rebajar con su propaganda hasta en tres años la edad media de quienes contraen matrimonio. La reproducción es la motivación consciente que justifica su razón de ser, y la protege imponiendo fuertes limitaciones al aborto o premiando con incentivos económicos matrimonio y fecundidad.

Los «préstamos matrimoniales» –amortizados progresivamente con el nacimiento de cada nuevo hijo–, y los subsidios familiares, en efectivo, son, sin duda, serios estímulos en ese sentido, engrasando la maquinaria propagandística que trabaja incansablemente para expandir el culto a la maternidad. Por eso, cada 12 de agosto1 se otorgan las Cruces de Honor de la Madre Alemana –bronce, plata y oro (cuatro, de seis y más de ocho hijos, respectivamente)2–, con la inscripción: «El hijo ennoblece a la madre». Cada nacimiento es una respuesta al eslogan: «He donado un hijo al Führer».

No obstante, el acceso a las ayudas tiene condiciones. Es prioritario salvar la raza. La concesión exige la superación de estrictos controles previos, sanitarios, étnicos, físicos y mentales. En ese sentido, se promulgan leyes en prevención de descendencia hereditariamente enferma: Operación T4. Quienes padecen deformaciones físicas, retraso mental, epilepsia, sordera o ceguera, han de ser esterilizados y no pueden casarse.

«En Alemania, las leyes de esterilización de julio de 1933 afectaron a entre cuatrocientos mil y quinientos mil hombres y mujeres. Los disminuidos psíquicos, en septiembre de 1939, fueron eliminados con gases letales, acción conocida como Aktion T4»3.


La visión oficial sobre el uso de medios anticonceptivos y la práctica del aborto, referido a la mujer aria, queda meridianamente establecida en estas palabras de Hitler:

«El uso de los anticonceptivos por parte de las mujeres arias significa una violación de la naturaleza, una degradación de la condición femenina, de la maternidad y del amor. Los ideales nazis exigen que la práctica del aborto sea exterminada con mano dura. Las mujeres inflamadas por la propaganda marxista reclaman el derecho a tener hijos sólo cuando lo desean. Primero pieles, muebles nuevos, luego, quizá un hijo»4.


El Tercer Reich es consciente de que el dominio militar de otras tierras no asegura la consolidación de sus ideas en los territorios anexionados. Son forzosas la repoblación y la reeducación de sus gentes, tareas para las que la mujer destaca, con diferencia, como la herramienta perfecta. Es la «cosa» imprescindible… y el alma de cada nueva familia.

«¿Puede la mujer imaginar algo más bello que estar sentada junto a su amado esposo en su acogedor hogar y escuchar recogidamente el telar del tiempo, mientras va tejiendo la trama y la urdimbre de la maternidad a través de los siglos y de los milenios?»5.


No obstante, aún en el mejor de los casos, la vida familiar del momento no discurre sobre un camino de rosas.

Dicen Irmgard Reichenau y Jella Erdmann6:

«Hoy en día, los hombres no son educados para el matrimonio, sino contra él. Los hombres se agrupan en los Vereine (culbs) y en los Kameradschaftheime (albergues). Los matrimonios tienen hoy menos cosas en común y ejercen cada vez menos influencia sobre sus hijos. La mujer se hunde más y más en las tinieblas de la soledad».

«Vemos a nuestras hijas crecer en una triste ociosidad, viviendo sólo por la vaga esperanza de encontrar un marido y tener hijos. Si no lo consiguen, sus vidas se verán frustradas».


El natural conflicto intergeneracional inherente a determinadas etapas evolutivas de los hijos, se incrementa exponencialmente debido al adoctrinamiento ideológico que emana de la escuela y de movimientos emergentes multitudinarios como las Juventudes Hitlerianas. Las relaciones se tensan. Los niños de diez años, que reciben dagas en las acampadas programadas –y son instruidos en su manejo–, se consideran ya superhombres y los «reyes de la casa». ¡No pueden doblegar su autoridad de «hombre» a las recomendaciones y peticiones de una simple mujer, aunque ella sea su madre!

«Hoy en día, los hijos varones, incluso de niños, no sienten respeto alguno por sus madres. Las tratan como a sus sirvientas por ley natural, y consideran a las mujeres en general como obedientes instrumentos de sus propósitos y deseos»7.


Tampoco resulta sencillo conciliar obligaciones familiares con deberes políticos. Un periódico berlinés escribe en 1937:

«Es deber de un marido participar en las actividades nacionalsocialistas, y una esposa que causa problemas en este sentido da motivos para el divorcio. No debe quejarse si su marido dedica dos noches a la semana a la actividad política; asimismo, los domingos por la mañana no pertenecen sólo a la familia»8.


La presión del régimen no favorece la cohesión familiar. Los jóvenes han de enrolarse obligatoriamente, por periodos largos de tiempo, en servicios y campos de adoctrinamiento de carácter militar, laboral o social, y los adultos deben afrontar el aumento de horas extraordinarias y los turnos de noche en aras de mejorar la producción.

La formación que un menor recibe en casa, es controlada de manera estricta desde las delegaciones de Juventud. La sola sospecha de un niño criado en una atmósfera familiar inconformista supone la inmediata solicitud ante el tribunal tutelar de menores de una orden de traslado hasta un hogar «políticamente de confianza9».

Por otro lado, no todas las uniones son fértiles –una de cada tres en Berlín–. Un «desperdicio genético», según una comisión para asuntos eugenésicos integrada por portavoces del partido y abogados, que desaconseja su mantenimiento habida cuenta de que los mismos individuos con otras parejas pueden resultar fértiles.

Esa y otras cuestiones motivan la reforma de la ley del divorcio que en 1938 redacta el doctor Gürtner, Ministro de Justicia. En ella se catalogan las razones que avalan su concesión: el adulterio, la negativa a la procreación, la conducta deshonrosa o inmoral, el desequilibrio, la enfermedad contagiosa grave, una separación de tres años y… la esterilidad, salvo que antes se hubiese concebido o adoptado un hijo.

NOTA: La BIBLIOGRAFÍA referenciada se detalla en la última página de esta serie.

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