Un nuevo modo de mirar

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Antonio García Megía

OTRA PERCEPCIÓN DE LA MUJER

NOTA: La BIBLIOGRAFÍA referenciada se detalla en la última página de esta serie.


«Médico de 52 años, ario puro, veterano de la Batalla de Tannenberg, con intención de instalarse en el campo, desea progenie masculina mediante matrimonio civil con aria sana, virgen, joven, modesta, ahorradora, acostumbrada al trabajo duro, ancha de caderas, que no use tacones altos ni pendientes y, si es posible, también sin propiedades»1.

El anuncio, publicado en el periódico alemán Neueste Nachrichten, resume de modo gráfico la política familiar auspiciada por el régimen de Adolf Hitler dentro de su proyecto de «nazificación», el ejercicio de ingeniería social impuesto desde el Estado y que un sector de la población apoya con entusiasmo mientras el resto acepta con un silencio casi culpable.

La permisividad que, en lo referente a costumbres sexuales, caracteriza a la República de Weimar, es donde reside a ojos de los ideólogos nazis la causa principal de la caída de la natalidad y el descenso en el número de matrimonios que experimenta Alemania. Se contempla, además, como un claro indicio de decadencia.

La mujer, según la concepción mesiánica del nuevo mundo que están destinados a construir, tiene una misión esencial definida por las tres «k» que señalan claramente su destino: kinder, kirche, küche, niños, iglesia y cocina. Por eso se promete un marido a cada una de ellas que, como contrapartida, «tiene el deber de ser hermosa y traer hijos al mundo, y esto no es tan vulgar y anticuado como a veces se cree. La hembra del pájaro se embellece para su compañero e incuba sus huevos para él»2.

Con el nazismo en el poder, la política de división entre sexos se hace extrema. La aceptación de la desigualdad entre las razas repercute en la desigualdad entre los sexos. Lo dice Grunberger: «El antifeminismo era una variante no mortal del antisemitismo»3.

El régimen lo reglamenta todo. A cada sector de la población corresponde una función específica:

«La intención era moldear al pueblo a imagen de un ejército: disciplinado, resistente, fanáticamente concentrado en sus objetivos, obediente hasta la muerte por la causa»4.


Se impone, pues, restituir a cada cual a la misión que biológicamente le corresponde. A las mujeres se las reserva el rol reproductivo que hará grande a la raza aria, por eso se las destierra de la práctica en el campo político, del mundo laboral –donde entra en competencia con el hombre– y del universitario, reglado mediante leyes que imponen los porcentajes máximos que puede admitir cada institución en sus aulas. Tampoco pueden ejercer como jueces o fiscales: «no pueden pensar lógicamente ni razonar objetivamente, puesto que se rigen por sus emociones». En este discurso de Goebbels queda meridianamente claro:

«El motivo por el que las mujeres han quedado excluidas de las intrigas democrático-parlamentarias de los últimos catorce años en Alemania no se debe a una falta de respeto, sino a que las respetamos demasiado. No consideramos que las mujeres sean inferiores, sino más bien que su misión y su valor es distinto al de los hombres. Por tanto, creemos que las mujeres y más concretamente las alemanas, que son más mujeres que ninguna otra del mundo en el mejor sentido de la palabra, deben dedicar su fuerza y sus habilidades a otras tareas diferentes a las de los hombres»5.


Y, en otro momento:

«Virulento debate sobre la mujer y sus tareas. En esto, soy enteramente reaccionario. Tener niños y educarlos es una gran tarea. Mi madre es la mujer a la que tengo mayor respeto, y está alejadísima del intelecto, y tanto más próxima a la vida. Hoy las mujeres opinan de todo, lo único que ya no quieren es tener hijos. Y a eso le llaman emancipación»6.


Hitler lo subraya:

«Un hombre de verdad se sentiría avergonzado de contemplar a una mujer participar en tareas de combate en caso de guerra. Ese no es el campo de batalla de la mujer. Su lugar está con los niños, su función la maternidad: ahí libra la mujer su batalla por su nación»7.


Las limitaciones afectan también a otras libertades. Las menores de dieciocho años tienen prohibido transitar solas por las calles después del ocaso y acudir a salas de baile o cines sin la compañía de un adulto. La pena que castiga los incumplimientos es internamiento en reformatorio.

Como signo de disconformidad y rebeldía crece el movimiento swing, apoyado por jóvenes de ambos sexos que organizan y acuden a fiestas para disfrutar de la música jazz, que se vincula con la raza negra, y, en consecuencia, también ha sido prohibida.

Pero la promulgación de las leyes reguladoras no siempre cuenta con la aceptación entusiasta de aquellos que deben someterse a ellas. Se proponen entonces incentivos y, si se mantienen las reticencias, se activa el recurso a la violencia que abate las obstinaciones más pertinaces. Quienes se adhieren con fervor a las ideas y ocurrencias del régimen y destacan por su defensa y aplicación, alcanzan cotas elevadas de autoridad y poder, a la vez que adquieren la condición de iconos y referentes del sistema. Es el caso de las gestoras responsables de la Unión de Mujeres Nazis, o de María Mandel, la «bestia de Auschwitz», y de su colaboradora y discípula, Irma Gresse, «el ángel rubio» –«Este es mi reino. Tengo poder omnímodo de vida y muerte sobre este rebaño»8–, que disfrutan de un estatus privilegiado por asumir la dura responsabilidad de señalar a los desgraciados que deben ser conducidos hasta las cámaras de gas.

El adoctrinamiento de las jóvenes alemanas se consigue a través de asociaciones como «La Liga de Muchachas Alemanas», BDM (Bund Deutscher Mädel), versión femenina de las Juventudes Hitlerianas. El método se basa en la ocupación total del tiempo en ejercicios de desarrollo físico y competiciones de tipo deportivo, compartido con sesiones sobre belleza, cuidado del hogar, y economía doméstica. Contempla también el traslado temporal a granjas de familias numerosas para conocer in situ «la emancipación de la emancipación de la mujer»9.

El colectivo es fácilmente identificable por sus camisas blancas, faldas hasta el tobillo, largas trenzas rubias, en ocasiones recogidas a modo de corona sobre la cabeza y ausencia de maquillaje. Una apariencia que tiene como objetivo mostrar austeridad y rehuir cualquier atisbo de reclamo sexual. No obstante, en el transcurso del macro mitin celebrado en Nuremberg en 1936, al que se calcula un número cercano a los 100.000 asistentes pertenecientes a los movimientos juveniles hitlerianos, alrededor de novecientas chicas menores de dieciocho años quedaron embarazadas, desconociéndose la identidad del padre en la mayoría de los casos.

NOTA: La BIBLIOGRAFÍA referenciada se detalla en la última página de esta serie.

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