Historia de un problema

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Antonio García Megía

Palestina e Israel

La oposición del pueblo turco a la actuación autocrática de su autoridad propicia el Movimiento de los Jóvenes Turcos que fusiona grupos de oficiales como Unión y Progreso con la sociedad secreta de Mustafá Kemal, fundada en Damasco en 1905, que se materializa en el levantamiento militar de Salónica en 1908, dirigido por Enver Pachá, con la intención de restablecer la constitución de 1876 y evitar una posible fragmentación territorial. Los Jóvenes Turcos alcanzan el poder durante las guerras de Trípoli y los Balcanes.

En 1914 la alianza defensiva germano-turca declara la guerra a los aliados, cuatro años después Turquía capitula y la flota aliada entra en el Bósforo.
Wilson, en sus Catorce puntos (8 de enero de 1918), ha incluido «la independencia de los pueblos no turcos del Imperio Otomano», lo que abre otra causa de inestabilidad en la zona en la pugna de las múltiples etnias, ideología y religiones, por conseguir y estabilizar fronteras propias, apoyadas en muchos casos por los intereses económicos y comerciales de las potencias aliadas que controlan la zona.

Gran Bretaña, que otorgó siempre a la región un alto valor estratégico para la seguridad y desarrollo de la India y el control del Canal de Suez, ha desplegado desde el inicio de la contienda arduas negociaciones en múltiples direcciones. Mantiene contactos con el Movimiento Sionista que busca su reconocimiento internacional y encuentra su oportunidad en el desmembramiento del Imperio Otomano que contemplan los británicos: elimina el veto turco contrario a sus objetivos. Desde el comienzo de las negociaciones subrayan que «ese es su hogar» histórico y que cualquier otra propuesta territorial incorporaría un volumen de población no judía que nunca podría ser asimilada1.

Entabla negociaciones con el movimiento nacionalista árabe antiturco del que solicita apoyo en la campaña bélica a cambio de la creación de un Estado árabe independiente que abarcará cualquier territorio de población árabe situado al sur del paralelo 37. La particularidad palestina queda aparcada para rondas negociadoras posteriores. Discute con Francia y Rusia un tratado para el reparto de territorios y zonas de influencia. En el año 1916 llegan a un acuerdo en ese sentido, antes de que el Imperio Otomano sea derrotado. El pacto Sykes-Picot define la parte que corresponde a Rusia, a Reino Unido y a Francia: A Rusia se le asigna Constantinopla, el Bósforo y el norte de Asia Menor; quedan en manos británicas los territorios de Mesopotamia, Transjordania y Palestina, mientras Siria y Líbano quedan bajo dominio francés2. Las regiones interiores de Siria e Irak, se constituirán en dos protectorados semiindependientes, controlados por Francia y Gran Bretaña, respectivamente, mientras que Palestina, reclamada por las tres potencias, contará con una administración internacional.

Consumada la victoria sobre el ejército turco, las tropas del general Allenby entran en territorio palestino iniciando, aunque no de manera oficial, el Mandato británico sobre Palestina. Y el 2 de noviembre de 1917 el ministro Arthur James Balfour declara: «El gobierno de Su Majestad considera favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío». Y subraya:

«No ha de hacerse nada que perjudique los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de que disfruten los judíos en cualquier otro país»3.


La declaración, aplaudida por la comunidad judía, genera el lógico malestar entre los países árabes e incendia las relaciones entre ambos colectivos. Para los primeros es el momento. La guerra que concluye ha conducido hacia la miseria a amuchas familias judías de Europa central y oriental. Palestina no es un destierro, sino un refugio, y la inestabilidad política que sigue al desarrollo de los fascismos manifiestamente antisemitas, especialmente con el establecimiento en Alemania del régimen nacional-socialista, la convierte en la solución inexcusable.

La parte musulmana alega en contra del planteamiento británico que la región forma parte del ideal imperio islámico. Reivindican su presencia en la zona en fecha anterior a la llegada de Abraham, por ser los cananeos una tribu árabe, y que, después de su recuperación en el 637, es administrada de ininterrumpidamente durante ochocientos ochenta años, más del doble del tiempo contabilizado, no más de trescientos ochenta, como de precaria soberanía hebrea.

El mandato británico sobre Palestina es aprobado en 1922 por la Sociedad de las Naciones y, aunque no está claro que justifique también la territorialidad que la Organización Sionista Internacional reclama para un futuro Estado Judío, abre la puerta a millares de judíos que retornan a lo que consideran su territorio histórico desatando enfrentamientos y revueltas cuya pacificación requiere el uso de una fuerza que obliga al gobierno británico a reforzar su presencia militar en el territorio. La composición de la población cambia y hace saltar el equilibrio convivencial anterior. La persecución anti semita que sigue a la llegada al poder de Hitler incrementa el éxodo judío hacia Palestina. Se estima en 130.000 el número de inmigrantes acogidos de ese origen. Los nuevos colonos procedentes de Europa y Norteamérica poseen mejor educación y más recursos, por lo que tienen fácil el acceso a la tierra y a su explotación. La crisis económica desatada en la década de los años treinta agudiza las distancias socioeconómicas, la violencia sube de nivel y crece la actuación terrorista.

Así está la cuestión cuando, hacia 1939, empiezan a converger los intereses políticos de la metrópoli y de las emergentes y pujantes naciones árabes, lo que modifica la línea de actuación mantenida por una y otras hasta el momento. El nuevo rumbo político queda claramente expuesto en el Libro Blanco que concreta las novedades de planteamiento: da por cumplida la promesa de un «Hogar Nacional Judío»; limita la inmigración a Palestina, la transferencia de tierras árabes y adquiere el compromiso del favorecer la independencia de un Estado palestino en un plazo no mayor a diez años4. El elemento más visible de la nueva política lo constituye su apoyo al proyecto, que culminará en marzo de 1945, de la creación de una Liga Árabe.

Los sucesivos y fallidos intentos de Gran Bretaña para constituir un Estado árabe y otro judío asentados sobre territorio palestino, o la alternativa de integrar en Palestina un Estado unificado en el que judíos y árabes compartan administración, autoridad y gobierno, trasladan la responsabilidad a la Organización de las Naciones Unidas. El mandato británico ha llegado a su fin. El 14 de mayo de 1948, fecha fijada por Londres para dar por concluido un mandato que inició en 1918, el Consejo Nacional Judío reunido en Tel-Aviv proclama de manera unilateral el Estado de Israel5.

Las fronteras que establece son las recogidas en la Resolución 181 de la Asamblea de Naciones Unidas:

«Esta votación celebrada el 29 de noviembre de 1947 estableció la partición de Palestina en un Estado árabe y en otro un judío. En el primero residirían 10.000 judíos y 725.000 árabes, mientras que el segundo estaría compuesto de 498.000 judíos y 407.000 árabes. La votación se saldó con 33 votos a favor (los Estados europeos, Estados Unidos y la Unión Soviética) en contra 13 (los países musulmanes y la India) y 10 abstenciones (entre los que estaban Gran Bretaña y China»6.


Israel es reconocido por los Estados Unidos al día siguiente y dos días más tarde por la URSS. El objetivo del sionismo se cumple, pero desencadena tensiones y enfrentamiento que, a día de hoy se encuentran activos7. Coincidiendo en el tiempo con la proclamaba, ejércitos de diferentes países árabes entran en Palestina: Egipto ocupa Gaza y Ebron; Jordania Jerusalén Este y sitia Tel-Aviv, Irak cruza el río Jordán… La contraofensiva israelí provoca la expulsión y el éxodo masivo de palestinos y el control de Nazaret, Baja Galilea y Sinaí. El 7 de enero de 1949 las tropas judías se retiran del este último enclave y se inicia la firma de sucesivos armisticios. La fronteras y condicionamiento de la resolución establecidas la Resolución 181 han saltado por los aires. En mayo de ese mismo año Israel es admitido en Naciones Unidas como miembro de pleno derecho.

El nacimiento del nuevo Estado, autoproclamado como el heredero de los míticos reinos bíblicos, transforma radicalmente el panorama político de Oriente Medio. Unos simples datos sobre la evolución de la población en esos años así lo confirman8:

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Si se lleva el análisis más allá del frío guarismo de las cifras y se bucea en ámbitos de otra índole, como variables relacionadas con aspectos económicos, ambientales, culturales o, incluso, psicológicos, la conclusión es la misma. Los judíos de antaño constituían un colectivo sometido de manera incondicional a las aristocracias árabe y turca dominantes. Hebreos y yemeníes se ocupaban principalmente de menesteres religiosos y la regencia de comercios y bazares. Eran, casi, una mera curiosidad turística en el imponente escenario del Muro de las Lamentaciones. En un plazo de treinta años el panorama es radicalmente diferente, incluso en el paisaje. Los entornos de Tiberiades, Galilea, el Mar Muerto y la costa mediterránea se cubren de edificaciones de arquitectura casi vanguardista, al modo de los ensanches de Viena o Berlín. Las chimeneas de las fábricas, las estructuras típicas de las refinerías petrolíferas o la estampa espectacular de los grandes hoteles, sustituyen las vistas tradicionales de palmeras, minaretes y cúpulas. Pululan por doquier tranvías, autobuses y camiones que ahuyentan a los rebaños de camellos y cabras que han de emigrar hasta zonas más tranquilas de Transjordania.

Los árabes ya no son los únicos agricultores del país. Las empresas agrícolas judías han progresado infinitamente más que las suyas y no solo por sus modos de explotación más modernos y avanzados –granjas individuales, granjas colectivas y cooperativas de producción–. El complicado sistema jurídico musulmán de «las manos muertas» , los mayorazgos, y el régimen comunitario tribal, ayuda a incrementar distancias y diferencias.Todo es nuevo. Un modo de vivir dinámico avasalla tradiciones que siempre se pensaron inmutables. Tel-Aviv, un villorrio de la periferia de Jaffa, ahora es la primera ciudad del Asia occidental, superpoblada y con resonancia política y económica a nivel mundial.

Durante el transcurso de la II Guerra Mundial, sin incidencia relevante directa en la zona, las hostilidades sionistas y árabes se circunscriben a ámbitos académicos y dialécticos, pero en la medida en que vislumbra la derrota del nacionalsocialismo, el elemento judío va reaccionando hacia soluciones radicales y violentas, una tendencia anticipada en el asesinato, ocurrido el 6 de noviembre de 1914 en El Cairo, del ministro británico para Oriente Medio Lord Moyne partidario de limitar los cupos inmigratorios9. El suceso provoca un giro radical en los apoyos de Gran Bretaña hacia las comunidades litigantes. No obstante, la evaluación del Tribunal Militar Internacional en los Juicio de Nuremberg que cifra en cuatro millones las víctimas israelitas en los campos de exterminio de la Europa ocupada, se constituye en la plataforma perfecta para la exigencia sionista del refugio definitivo que albergue «los restos de su raza proscrita y cruelmente diezmada». Un grito fuertemente coreado por los partidos norteamericanos y refrendado oficialmente por el presidente Roosevelt a pesar de las airadas protestas árabes10.

Casi todos los países no musulmanes manifiestan su simpatía por la restauración de una nacionalidad judía. Así se avala incluso desde percepciones ideológicas continuamente enfrentadas como las de Washington y Moscú. En noviembre de 1945, Clement Attlee, Primer Ministro del Gobierno Británico, anuncia en la Cámara de los Comunes el nombramiento de una Comisión angloamericana para resolver la cuestión de Palestina. Ella será la que desaconseje el fin del Mandato hasta tanto que la O.N.U. no dictamine una solución definitiva. Pero cuando esta llega, tampoco es bien acogida por todos. El problema se enquista y produce más violencia, más terrorismo y más guerras.

Bibliography
1. AMADO CASTRO, VÍCTOR MANUEL (2006). «Israel: Una perspectiva histórica», Historia Contemporánea, N. 32, páginas 103-127.
2. BRUNETTO, MARÍA JOSÉ (2006). «El proceso de creación del Estado de Israel: ¿Origen político de un conflicto sin fin en la región del Cercano Oriente?», Revista de la Facultad de Derecho, núm. 25, Universidad de la República, Montevideo, páginas 75-101.
3. CRUSET, MARÍA EUGENIA (2008). «La Diáspora y la creación del Estado de Israel». Anuario, IRI-UNLP.
4. ESCUELA DIPLOMÁTICA ESPAÑOLA (2014). El judaísmo. Contribuciones y presencia en el mundo contemporáneo, Cuadernos de la Escuela Diplomática.
5. GALE WOOLBERT, R. (1938). «Pan arabismo y el problema palestino», Foreing Affairs I.
6. GALO DÍAZ, JULIO Y AGUSTÍN FERTONANI (2008). «La partición de Palestina y la creación del Estado de Israel…», Contra Relatos desde el Sur. Apuntes sobre África y Medio Oriente, N. 5 y 6, CEA, Centro de Estudios Avanzados, UNC, Universidad Nacional de Córdoba, páginas 49-68.
7. GRESH, ALAIN (2002). Israel-Palestina: Verdades sobre un conflicto. Anagrama, Barcelona.
8. HERZL, TEODORO (2004). El Estado Judío, Organización Sionista Argentina, Departamento de Hagshamá y Departamento de Actividades Sionistas de la Organización Sionista Mundial, Buenos Aires.
9. JOHNSON, PAUL (1988). Historia del Pueblo Judío. Enrique Vergara Editor. Buenos Aires.
10. NACIONES UNIDAS (1947). «Futuro Gobierno de Palestina», Resolución 181 (II) aprobada sobre la base del informe de la comisión ad hoc encargada de estudiar la cuestión palestina, 29 de noviembre.
11. NACIONES UNIDAS (1948). «Palestina», Resolución 194 - Informe sobre el progreso de las gestiones del Mediador de las Naciones Unidas, 11 de diciembre.
12. NACIONES UNIDAS (1987). Origen y evolución del problema palestino. Ed. Naciones Unidas, Nueva York.
13. NACIONES UNIDAS (2003). La cuestión palestina y las Naciones Unidas. Ed. Naciones Unidas, Nueva York.
14. QUINTANO RIPOLLÉS, ANTONIO (1950). «De Palestina a Israel», Revista de Política Internacional, N. 3, páginas 55-89.
15. REICHERT, ROLF (1979). Historia de Palestina, Herder, Barcelona.
16. RUSSELL, ROBERTO y DANIEL SAMOILOVICH (1979), El conflicto árabe-israelí, Editorial Belgrano, Buenos Aires.
17. TOLENTINO, JOSÉ ADRIÁN (2015). «La influencia de la época medieval sobre el judaísmo actual», Cuadernos Judaicos, N. 32, páginas 249-272.
18. WASSERSTEIN, B. (1978). «The Assassination of Lord Moyne», Transactions & Miscellanies (Jewish Historical Society of England), N. 27, páginas 72-83.

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