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ACTO II
ESCENA I
La RAIMUNDA, la ACACIA, la JULIANA y ESTEBAN.
ESTEBAN, sentado a una mesa pequeña, almuerza. La RAIMUNDA, sentada también, le sirve. La JULIANA entra y sale asistiendo a la mesa. La ACACIA, sentada en una silla baja, junto a una de las ventanas, cose, con un cesto de ropa blanca al lado.
RAIMUNDA: ¿No está a tu gusto?
ESTEBAN: Sí, mujer.
RAIMUNDA: No has comido nada. ¿Quieres que se prepare alguna otra cosa?
ESTEBAN: Déjate, mujer; si he comido bastante.
RAIMUNDA: ¡Qué vas a decirme! (Llamando.) Juliana, trae pa acá la ensalada. Tú has tenido algún disgusto.
ESTEBAN: ¡Qué, mujer!
RAIMUNDA: ¡Te conoceré yo! Como que no has debío ir al pueblo. Habrás oído allí a unos y a otros. Quiere decir que determinamos, muy bien pensao, de venirnos al Soto por no estar allí en estos días, y te vas tú allí esta mañana sin decirme palabra. ¿Qué tenías que hacer allí?
ESTEBAN: Tenía… que hablar con Norberto y con su padre.
RAIMUNDA: Bueno está; pero les hubieras mandao llamar y que hubieran acudío ellos. Podías haberte ahorrao el viaje y el oír a la demás gente, que bien sé yo las habladurías de unos y de otros que andarán por el pueblo.
JULIANA: Como que no sirve el estarse aquí sin querer ver ni entender a ninguno, que como el Soto es paso de tóos estos lugares a la redonda, no va y viene uno que no se pare aquí a oliscarle y cucharetear lo que a nadie le importa.
ESTEBAN: Y tú que no dejarás de conversar con todos.
JULIANA: Pues no, señor, que está usted muy equivocao, que no he hablao con nadie, y aun esta mañana le reñí a Bernabé por hablar más de la cuenta con unos que pasaron del Encinar. Y a mí ya pueden venir a preguntarme, que de mi madre lo tengo aprendido, y es buen acuerdo: al que pregunta mucho, responderle poco, y al contrario.
RAIMUNDA: Mujer, calla la boca. Anda allá dentro. (Sale JULIANA) ¿Y qué anda por el pueblo?
ESTEBAN: Anda…, que el tío Eusebio y sus hijos han jurao de matar a Norberto; que ellos no se conforman con que la justicia y le haya soltao tan pronto; que cualquier día se presentan allí y hacen una sonada; que el pueblo anda dividío en dos bandos, y mientras unos dicen que el tío Eusebio tiene razón y que no ha podío ser otro que Norberto, los otros dicen que Norberto no ha sío, y que cuando la justicia le ha puesto en la calle es porque está bien probao que es inocente.
RAIMUNDA: Yo tal creo. No ha habido una declaración en contra suya; ni el padre mismo de Faustino, ni sus criados; ni tú, que ibas con ellos.
ESTEBAN: Encendiendo un cigarro íbamos el tío Eusebio y yo; por cierto, que nos reíamos como dos tontos; porque yo quise presumir con mi encendedor y no daba lumbre, y entonces el tío Eusebio fue y tiró de su buen pedernal y su yesca y me iba diciendo muerto de risa: “Anda, enciende tú con eso pa que presumas con esa maquinaria sacadineros, que yo con esto me apaño tan ricamente…” Y ése fue el mal, que con esta broma nos quedamos rezagaos, y cuando sonó el disparo y quisimos acudir ya no podía verse a nadie. A más que, como luego vimos que había caído muerto, pues nos quedamos tan muertos como él y nos hubieran matao a nosotros que no nos hubiéramos dao cuenta. (La ACACIA se levanta de pronto y va a salir.)
RAIMUNDA: ¿Dónde vas, hija, como asustada? ¡Sí que está una pa sobresaltos!
ACACIA: Es que no saben ustedes hablar de otra cosa. ¡También es gusto! No habrá usted contao veces cómo fue y no lo tendremos oído otras tantas.
ESTEBAN: En eso lleva razón… Yo por mí no hablaría nunca; es tu madre.
ACACIA: Tengo soñao más noches… yo, que antes no me asustaba nunca de estar sola ni a oscuras y ahora hasta de día me entran unos miedos…
RAIMUNDA: No eres tú sola; sí que yo duermo ni descanso de día ni de noche… Y yo sí que nunca he sido asustadiza, que ni de noche me daba cuidan de pasar por el campo santo, ni la noche de Ánimas que fuera, y ahora todo me sobrecoge: los ruidos y el silencio… Y lo que son las cosas: mientras creímos todos que podía haber sido Norberto, con ser de la familia y ser una desgracia y una vergüenza pa todos, pues quiere decirse que como ya no tenía remedio, pues… ¡qué sé yo!, estaba yo más conforme…, al fin y al cabo, tenía su explicación. Pero ahora…, si no ha sío Norberto, ni nadie sabemos quién ha sío y nadie podemos explicarnos por qué mataron a ese pobre, yo no puedo estar tranquila. Si no era Norberto, ¿quién podía quererle mal? Es que ha sido por una venganza, algún enemigo de su padre, quién sabe si tuyo también…, y quién sabe si no iba contra ti el golpe, y como era de noche y hacía muy oscuro no se confundieron, y lo que no hicieran entonces lo harán otro día y… vamos, que yo no vivo ni descanso, y ca vez que sales de casa y andas por esos caminos me entra un desasosiego… Mismo hoy, como ya te tardabas, en poco estuvo de irme yo pa el pueblo.
ACACIA: Y al camino ha salido usted.
RAIMUNDA: Es verdad; pero como te vi desde el altozano que ya llegabas por los molinos y vi que venía el Rubio contigo, me volví corriendo pa que no me riñeras. Bien sé que no es posible, pero yo quisiera ir ahora siempre ande tú fueras, no desapartarme de junto a ti por nada de este mundo; de otro modo no puedo estar tranquila, no es vida ésta.
ESTEBAN: Yo no creo que nadie me quiera mal. Yo nunca hice mal a nadie. Yo bien descuidao voy ande quiera, de día como de noche.
RAIMUNDA: Lo mismo me parecía a mí antes, que nadie podía querernos mal… Esta casa ha sío el amparo de mucha gente. Pero basta una mala voluntad, basta con una mala intención; ¡y qué sabemos nosotros si hay quien nos quiere mal sin nosotros saberlo! De ande ha venido este golpe puede venir otro. La justicia ha soltao a Norberto, porque no ha podido probarse que tuviera culpa ninguna… Y yo me alegro. ¿No tengo de alegrarme?, si es hijo de una hermana, la que yo más quería… Yo nunca pude creer que Norberto tuviera tan mala entraña pa hacer una cosa como ésa: ¡asesinar a un hombre a traición! Pero ¿es que ya se ha terminao todo? ¿Qué hace ahora la justicia? ¿Por qué no buscan, por qué no habla nadie? Porque alguien tié que saber, alguno tié que haber visto aquel día quién pasó por allí, quién rondaba por el camino… Cuando nada malo se trama, todos son a dar razón de quién va y quién viene; sin nadie preguntar nada, todo se sabe, y cuando más importa saber, nadie sabe, nadie ha visto nada…
ESTEBAN: ¡Mujer! ¿Qué particular tiene que así sea? El que a nada malo va, no tie por qué ocultarse; el que lleva una mala idea, ya mira de esconderse.
RAIMUNDA: ¿Tú quién piensas que pué haber sido?
ESTEBAN: ¿Yo? La verdad…, pensaba en Norberto, como todos; de no haber sido él, ya no me [atrevería] a pensar de nadie.
RAIMUNDA: Pues mira: yo bien sé que vas a reñirme, pero ¿sabes lo que he determinao?
ESTEBAN: Tú dirás…
RAIMUNDA: Hablar yo con Norberto. He mandao a Bernabé a buscarlo. Pienso que no tardará en acudir.
ACACIA: ¿Norberto? ¿Y qué quiere usted saber dél?
ESTEBAN: Eso digo yo. ¿Qué crees tú que él puede decirte?
RAIMUNDA: ¡Qué sé yo! Yo sé que él a mí no puede engañarme. Por la memoria de su madre he de pedirle que me diga la verdá de todo. Aunque él hubiera sido, ya sabe él que yo a nadie había de ir a contarlo. Es que yo no puedo vivir así, temblando siempre por todos nosotros.
ESTEBAN: ¿Y tú crees que Norberto va a decirte a ti lo que haya sido, si ha sido él quien lo hizo?
RAIMUNDA: Pero yo me quedaré [más] satisfecha después de oírle.
ESTEBAN: Allá tú, pero cree que todo ello sólo servirá para más habladurías, si saben que ha venido a esta casa. A más que hoy ha de venir el tío Eusebio y si se encuentran…
RAIMUNDA: Por el camino no han de encontrarse, que llegan de una parte ca uno…, y aquí, la casa es grande, y ya estarán al cuidao. (Entra la JULIANA)
JULIANA: Señor amo…
ESTEBAN: ¿Qué hay?
JULIANA: El tío Eusebio que está al llegar y vengo a avisarle, por si no quiere usted verlo.
ESTEBAN: Yo, ¿por qué? Mira si ha tardao en acudir. Tú verás si acude también el otro.
RAIMUNDA: Por pronto que quiera…
ESTEBAN: ¿Y quién te ha dicho a ti que yo no quier[a] ver al tío Eusebio?
JULIANA: No vaya usted a achacármelo a mí también; que yo por mí no hablo. El Rubio ha sido quien me ha dicho y que usted no quería verle, porque está muy emperrao en que usted no se ha puesto de su parte con la justicia y por eso y han soltao a Norberto.
ESTEBAN: Al Rubio ya le diré yo quién le manda meterse en explicaciones.
JULIANA: Otras cosas también había usted de decirle, que está de algún tiempo a esta parte que nos quiere avasallar a todos. Hoy, Dios me perdone si le ofendo, pero me parece que ha bebido más de la cuenta.
RAIMUNDA: Pues eso sí que no pué consentírsele. Me va a oír.
ESTEBAN: Déjate, mujer. Ya le diré yo luego.
RAIMUNDA: Sí que está la casa en república; bien se prevalen de que una no está pa gobernarla… Es que lo tengo visto, en cuantito que una se descuida… ¡Buen hato de holgazanes está todos ellos!
JULIANA: No lo dirás por mí, Raimunda, que no quisiera oírtelo.
RAIMUNDA: Lo digo por quien lo digo, y quien se pica ajos come.
JULIANA: [¡Jesús], Señor!… ¡Quién ha visto esta casa! No parece sino que todos hemos pisao una mala yerba, a todos nos han cambiado; todos son a pagar unos con otros y todos conmigo… ¡Válgame Dios y me dé paciencia pa llevarlo todo!
RAIMUNDA: ¡Y a mí pa aguantaros!
JULIANA: Bueno está. ¿A mí también? Tendré yo la culpa de todo…
RAIMUNDA: Si me miraras a la cara sabrías cuándo habías de callar la boca y quitárteme de delante sin que tuviera que decírtelo.
JULIANA: Bueno está. Ya me tiés callada como una muerta y ya me quito de delante. ¡Válgame Dios, Señor! No tendrás que decirme nada. (Sale)
ESTEBAN: Aquí está el tío Eusebio.
ACACIA: Les dejo a ustedes con él. Cuando me ve se aflige…, y como está que no sabe lo que le pasa, a la postre siempre dice algo que ofende. A él le parece que nadie más que él hemos sentido a su hijo.
RAIMUNDA: Pues más no digo, pero puede que tanto como su madre y le haya llorao yo. Al tío Eusebio no hay que hacerle caso; el pobre está muy acabao. Pero tiés razón, mejor es que no te vea.
ACACIA: Estas camisas ya están listas, madre. Las plancharé ahora.
ESTEBAN: ¿Has estao cosiendo pa mí?
ACACIA: Ya lo ve usted.
RAIMUNDA: ¡Si ella no cose…! Yo estoy tan holgazana… ¡Bendito Dios!, no me conozco. Pero ella es trabajadora y se aplica. (Acariciándola al pasar para el mutis) ¿No querrá Dios que tengas suerte, hija? (Sale ACACIA) ¡Lo que somos las madres! Con lo acobarda que yo estaba de pensar y que iba a casárseme tan moza, y ahora… ¡qué no daría yo por verla casada!
ESCENA II
La RAIMUNDA, ESTEBAN y el Tío EUSEBIO.
EUSEBIO: ¿Ande anda la gente?
ESTEBAN: Aquí, tío Eusebio.
EUSEBIO: Salud a todos.
RAIMUNDA: Venga usted con bien, tío Eusebio.
ESTEBAN: ¿Ha dejado usted acomodas las caballerías?
EUSEBIO: Ya se ha hecho cargo el espolique.
ESTEBAN: Siéntese usted. Anda, Raimunda, ponle un vaso del vino que tanto le gusta.
EUSEBIO: No, se agradece; dejarse estar, que ando muy malamente y el vino no me presta.
ESTEBAN: Pero si éste es talmente una medicina.
EUSEBIO: No, no lo traigas.
RAIMUNDA: Como usted quiera. ¿Y cómo va, tío Eusebio, cómo va? ¿Y la Julia?
EUSEBIO: Figúrate, la Julia… Ésa se me va etrás de su hijo; ya lo tengo pronostican.
RAIMUNDA: No lo quiera Dios, que aún le quedan otros cuatro por quien mirar.
EUSEBIO: Pa más cuidaos; que aquella madre no vive pensando siempre en todo lo malo que puede sucederles. Y con esto de ahora. Esto ha venido a concluir de aplanarnos. Tan y mientras confiamos que se haría justicia… Es que me lo decían todos y yo no quería creerlo… Y ahí le tenéis, al criminal, en la calle, en su casa, riéndose de tóos nosotros; pa afirmarme yo más en lo que ya me tengo bien sabido: que en este mundo no hay más justicia que la que ca uno se toma por su mano. Y a eso darán lugar, y a eso te mandé ayer razón, pa que fueras tú y les dijeses que si mis hijos se presentaban por el pueblo, que no les dejasen entrar por ningún caso, y si era menester que los pusieran presos, todo antes que otro trastorno pa mi casa; aunque me duela que la muerte de mi hijo quede sin castigar, si Dios no la castiga, que tié que castigarla o no hay Dios en el cielo.
RAIMUNDA: No se vuelva usted contra Dios, tío Eusebio; que, aunque la justicia no diera nunca con el que le mató tan malamente a su hijo, nadie quisiéramos estar en su lugar dél. ¡Allá él con su conciencia! Por cosa ninguna de este mundo quisiera yo tener mi alma como él tendrá la suya; que si los que nada malo hemos hecho ya pasamos en vida el purgatorio, el que ha hecho una cosa así tié que pasar el infierno; tan cierto puede usted estar como hemos de morirnos.
EUSEBIO: Así será como tú dices, pero ¿no es triste gracia que por no hacerse justicia como es debido, sobre lo pasao, tenga yo que andar ahora sobre mis hijos pa estorbarlos de que quieran tomarse la justicia por su mano, y que sean ellos los que, a la postre, se vean en un presidio? Y que lo harán como lo dicen. ¡Hay que oírles! Hasta el chequetico; va pa los doce años, hay que verle apretando los puños como un hombre y jurando que el que ha matao a su hermano se las tié que pagar, sea como sea… Yo le oigo y me pongo a llorar como una criatura…, y su madre, no se diga. Y la verdad es que uno bien quisiera decirles: “¡Andar ya, hijos, y matarle a cantazos como a un perro malo y hacerle peazos aunque sea y traérnoslo aquí a la rastra! …” Pero tié uno que tragárselo tóo y poner cara seria y decirles que ni por el pensamiento se les pase semejante cosa, que sería matar a su madre y una ruina pa todos…
RAIMUNDA: Pero, vamos a ver, tío Eusebio, que tampoco usted quiere atender a razones; si la justicia ha sentenciao que no ha sido Norberto, si nadie ha declaran la menor cosa en contra suya, si ha podido probar ande estuvo y lo que hizo todo aquel día, una hora tras otra; que estuvo con sus criados en los Berrocales, que allí le vio también y estuvo hablando con él don Faustino, el médico del Encinar, mismo a la hora que sucedió lo que sucedió…, y diga usted si nadie podemos estar en dos partes al mismo tiempo… Y de sus criados podrá usted decir que estarían bien aleccionados, por más que no es tan fácil ponerse tanta gente acordes pa una mentira; pero don Faustino bien amigo es de usted y bastantes favores le debe…, y como él otros muchos que habían de estar de su parte de usted, y todos han declarao lo mismo. Sólo un pastor de los Berrocales supo decir [y] que él había visto de lejos a un hombre a aquellas horas, pero que él no sabría decir quién pudiera ser; pero por la persona y el aire y el vestido, no podía ser Norberto.
EUSEBIO: Si a que no fuera él yo no digo nada. Pero ¿deja de ser uno el que lo hace porque haiga comprao a otro pa que lo haga? Y eso no pué dudarse… La muerte de mi hijo no tié otra explicación… Que no vengan a mí a decirme que si éste, que si el otro. Yo no tengo enemigos pa una cosa así. Yo no hice nunca mal a nadie. Harto estoy de perdonar multas a unos y a otros, sin mirar si son de los nuestros o de los contrarios. Si mis tierras paecen la venta de mal abrigo. ¡Si fuea yo a poner todas las denuncias de los destrozos que me están haciendo todos los días! A Faustino me lo han matao porque iba a casarse con la Acacia, no hay más razón y esa razón no podía tenerla otro que Norberto. Y si todos hubieran dicho lo que saben, ya se hubiera aclarao todo. Pero quien más podía decir, no ha querido decirlo…
RAIMUNDA: Nosotros. ¿Verdad usted?
EUSEBIO: Yo a nadie señalo.
RAIMUNDA: Cuando las palabras llevan su intención no es menester nombrar a nadie ni señalar con el dedo. Es que usted está creído, porque Norberto sea de la familia, que si nosotros hubiéramos sabido algo, habíamos de haber callao.
EUSEBIO: Pero ¿vas tú a decirme que la Acacia no sabe más de lo que ha dicho?
RAIMUNDA: No, señor, que no sabe más de lo que todos sabemos. Es que usted se ha emperrao en que no puede ser otro que Norberto, es que usted no quiere creerse de que nadie pueda quererle a usted mal por alguna otra cosa. Nadie somos santos, tío Eusebio. Usted tendrá hecho mucho bien, pero también tendrá usted hecho algún mal en su vida; usted pensará que no es pa que nadie se acuerde, pero al que se lo haiga usted hecho no pensará lo mismo. A más, que si Norberto hubiera estao enamorao de mi hija hasta ese punto, antes hubiera hecho otras demostraciones. Su hijo de usted no vino a quitársela; Faustino no habló con ella hasta que mi hija despidió a Norberto, y le despidió porque supo que él hablaba con otra moza, y él ni siquiera fue pa venir y disculparse; de modo y manera que, si a ver fuéramos, él fue quien la dejó a ella plantada. Ya ve usted que nada de esto es pa hacer una muerte.
EUSEBIO: Pues si así es, ¿por qué a lo primero todos decían que no podía ser otro? Y vosotros mismos, ¿no lo ibais diciendo?
RAIMUNDA: Es que así, al pronto, ¿en quién otro podía pensarse? Pero si se para uno a pensar, no hay razón pa creer que él y sólo él pueda haberlo hecho. Pero usted no parece sino que quiere dar a entender que nosotros somos encubridores, y sépalo usted, que nadie más que nosotros quisiéramos que de una vez y se supiera la verdad de todo, que si usted ha perdío un hijo, yo también tengo una hija que no va ganando nada con todo esto.
EUSEBIO: Como que así es… Y con callar lo que sabe, mucho menos. Ni vosotros…; que Norberto y su padre, pa quitarse sospechas, no queráis saber lo que van propalando de esta casa; que si fuera uno a creerse de ello…
RAIMUNDA: ¿De nosotros? ¿Qué puen ir propalando? Tú que has estado en el pueblo, ¿qué icen? ESTEBAN: ¡Quién hace caso!
EUSEBIO: No, si yo no he de creerme de náa que venga de esa parte, pero bien y que os agradecen el no haber declarao en contra suya.
RAIMUNDA: Pero ¿vuelve usted a las mismas?… ¿Sabe usted lo que le digo, tío Eusebio? Que tié una que hacerse cargo de lo que es perder un hijo como usted lo ha perdío pa no contestarle a usted de otra manera. Pero una también es madre, ¡caray!, y usted está ofendiendo a mi hija y nos ofende a todos.
ESTEBAN: ¡Mujer! No se hable más… ¡Tío Eusebio!
EUSEBIO: Yo a nadie ofendo. Lo que digo es lo que dicen todos: que vosotros por ser de la familia, y todo el pueblo por quitarse de esa vergüenza, os habéis confabulao todos pa que la verdad no se sepa. Y si aquí todos creen que no ha sido Norberto, en el Encinar todos creen que no ha sido otro. Y si no se hace justicia mu pronto, va a correr mucha sangre entre los dos pueblos, sin poder impedirlo nadie, que todos sabemos lo que es la sangre moza.
RAIMUNDA: ¡Si usted va soliviantando82 a todos! ¡Si pa usted no hay razón ni justicia que valga! ¿No está usted bien convencío de que si no fue que él compró a otro pa que lo hiciera, él no pudo hacerlo? Y eso de comprar a nadie pa una cosa así… ¡Vamos, que no me cabe a mí en la cabeza! ¿A quién puede comprar un mozo como Norberto? Y no vamos a creer que su padre dél iba a mediar en una cosa así.
EUSEBIO: Pa comprar a una mala alma no es menester mucho. ¿No tienes ahí, sin ir más lejos, a los de Valderrobles que por tres duros y medio mataron a los dos cabreros?…
RAIMUNDA: ¿Y qué tardó en saberse? que ellos mismos se descubrieron disputando por medio duro.
El que compra a un hombre pa una cosa así, viene a ser como un esclavo suyo pa toda la vida. Eso podrá creerse de algún señorón con mucho poder, que pueda comprar a quien le quite de en medio a cualquiera que pueda estorbarle. Pero Norberto…
EUSEBIO: A nadie nos falta un criado que es corno un perro fiel en la casa pa obedecer lo que se le manda.
RAIMUNDA: Pué que usted los tenga de esa casta y que alguna vez los haya usted mandao algo parecido, que el que lo hace lo piensa.
EUSEBIO: Mírate bien en lo que estás diciendo.
RAIMUNDA: Usted es el que tié que mirarse.
ESTEBAN: Pero ¿no quiés callar, Raimunda?
EUSEBIO: Ya la estás oyendo. ¿Qué dices tú?
ESTEBAN: Que dejemos ya esta conversación, que todo será volvernos más locos.
EUSEBIO: Por mí, dejá está.
RAIMUNDA: Diga usted que usted no pué conformarse con no saber quién le ha matao a su hijo, y razón tie usted que le sobra; pero no es razón pa envolvemos a todos; que si usted pide que se haga justicia, más se lo estoy pidiendo yo a Dios todos los días, y que no se quede sin castigar el que lo hizo, así fuera un hijo mío el que lo hubiera hecho.
ESCENA III
DICHOS y el RUBIO
RUBIO: Con licencia.
ESTEBAN: ¿Qué hay, Rubio?
RUBIO: No me mire usted así, mi amo, que no estoy bebío… Lo de esta mañana fue que salimos sin almorzar, y me convidaron y un traguete que bebió uno pues le cayó a uno mal y eso fue todo… Lo que siento es que usted se haya incomodao.
RAIMUNDA: ¡Ay, me paece que tú no estás bueno! Ya me lo había dicho la Juliana.
RUBIO: La Juliana es una enreaora. Eso quería ecirle al amo.
ESTEBAN: ¡Rubio! Después me dirás lo que quieras… Está aquí el tío Eusebio. ¿No lo estás viendo?
RUBIO: ¿El tío Eusebio? Ya le había visto… ¿Qué le trae por acá?
RAIMUNDA: ¡Qué te importa a ti qué le traiga o le deje de traer! ¡Habráse visto! Anda, anda y acaba de dormirla, que tú no estás en tus cabales.
RUBIO: No me diga usted eso, mi ama.
ESTEBAN: ¡Rubio!
RUBIO: La Juliana es una enreaora. Yo no he bebío…, y el dinero que se me cayó era mío, yo no soy ningún ladrón, ni he robao a nadie… Y mi mujer tampoco le debe a nadie lo que lleva encima…, ¿verdá usted, señor amo?
ESTEBAN: ¡Rubio! Anda ya, y acuéstate y no parezcas hasta que te hayas hartao de dormir… ¿Qué dirá el tío Eusebio? ¿No has reparao?
RUBIO: Demasiao que he reparao… Bueno está… No tié usted que ecirme nada… (Sale).
RAIMUNDA: Pa lo que dice usted de los criados, tío Eusebio. Sin tenerle que tapar a uno nada, ya de por sí saben abusar… Dígame usted si tuviera uno cualquier tapujo con ellos… Pero ¿pué saberse qué le ha pasao hoy al Rubio? ¿Es que ahora y va a emborracharse todos los días? Nunca había tenido él esa falta; pues no vayas a consentírsela, que como empiece así…
ESTEBAN: ¡Qué, mujer! Si porque no tié costumbre es por lo que hoy se ha achispao86 una miaja. A la cuenta, mientras yo andaba a unas cosas y otras por el pueblo, le han convidao en la taberna… Ya le he reñío yo, y le mandé acostar; pero a la cuenta, no ha dormío bastante y se ha entrao aquí sin saber entoavía lo que se habla… No es pa espantarse…
EUSEBIO: Claro está que no. ¿Mandáis algo?
ESTEBAN: ¿Ya se vuelve usted, tío Eusebio?
EUSEBIO: Tú verás. Lo que siento es haber venío pa tener un disgusto.
RAIMUNDA: Aquí no ha habido disgusto ninguno. ¡Qué voy yo a disgustarme con usted!
EUSEBIO: Así debe de ser. ¡Hacerse cargo, con lo que a mí me ha pasao! Esa espina no se arranca así como así; clavada estará y bien clavada hasta que quiera Dios llevársele a uno de este mundo… ¿Tenéis pensao de estar muchos días en el Soto?
ESTEBAN: Hasta el domingo. Aquí no hay nada que hacer. Sólo hemos venido por no estar en el pueblo en estos días; como al volver Norberto tóo habían de ser historias…
EUSEBIO: Como que así será. Pues yo no te dejo encargao otra cosa, cuando estés allí, que estés a la mira por si se presentan mis hijos, que no me vayan a hacer alguna, que no quiero pensarlo.
ESTEBAN: Vaya usted descuidao; pa que hicieran algo estando yo allí, mal había yo de verme.
EUSEBIO: Pues no te digo más. Estos días les tengo entretenidos trabajando en las tierras de la linde del río… Si no va por allí alguno que me los soliviante… Vaya, quedar con Dios. ¿Y la Acacia?
RAIMUNDA: Por no afligirle a usted no habrá acudío… Y que ella también de verle a usted se recuerda de muchas cosas.
EUSEBIO: Tiés razón.
ESTEBAN: Voy a que saquen las caballerías.
EUSEBIO: Déjate estar. Yo daré una voz… ¡Francisco! Allá viene. No vengas tú, mujer. Con Dios. (Van saliendo).
RAIMUNDA: Con Dios, tío Eusebio; y pa la Julia no le digo a usted nada…, que me acuerdo mucho de ella, y que más tengo rezao por ella que por su hijo, que a él Dios le habrá perdonao, que ningún daño hizo pa tener el mal fin que tuvo… ¡Pobre! (Han salido ESTEBAN y el Tío EUSEBIO).
ESCENA IV
RAIMUNDA y BERNABÉ.
BERNABÉ: ¡Señora ama!
RAIMUNDA: ¿Qué? ¿Viste a Norberto?
BERNABÉ: Como que aquí está; ha venido conmigo. ¡Más pronto! Él, de su parte, estaba deseandito de avistarse con usted.
RAIMUNDA: ¿No os habréis cruzan con el tío Eusebio?
BERNABÉ: A lo lejos le vimos llegar de la parte del río; conque nosotros echamos de la otra parte y nos metimos por el corralón, y allí me [he dejao] a Norberto agazapado, hasta que el tío Eusebio se volviera pa el Encinar.
RAIMUNDA: Pues mira si va ya camino.
BERNABÉ: Ende aquí le veo que ya va llegando por la cruz.
RAIMUNDA: Pues ya puedes traer a Norberto. Atiende antes. ¿Qué anda por el pueblo?
BERNABÉ: Mucha maldá, señora ama. Mucho va a tener que hacer la justicia si quiere averiguar algo.
RAIMUNDA: Pero allí, ¿nadie cree que haya sío Norberto?, ¿verdad?
BERNABÉ: Y que le arrean un estacazo93 al que diga otra cosa. Ayer, cuando llegó, que ya venía medio pueblo con él, que salieron al camino a esperarle, todo el pueblo se juntó pa recibirle, y en volandas le llevaron hasta su casa, y todas las mujeres lloraban, y todos los hombres le abrazaban, y su padre se quedó como acidentao…
RAIMUNDA: ¡Pobre! ¡No, no podía haber sío él!
BERNABÉ: Y como se susurra que los del Encinar y se han dejao decir que vendrán a matarle el día menos pensao, pues tóos los hombres, hasta los más viejos andan con garrotes y armas escondías.
RAIMUNDA: ¡Dios nos asista! Atiende: el amo, cuando estuvo allí esta mañana, ¿sabes si ha tenío algún disgusto?
BERNABÉ: ¿Ya le han venío a usted con el cuento?
RAIMUNDA: No…, es decir, sí, ya lo sé.
BERNABÉ: El Rubio, que se entró en la taberna y paece ser que allí habló cosas… Y como le avisaron al amo, se fue allí a buscarle y le sacó a empellones, y él se insolentó con el amo… Estaba bebío…
RAIMUNDA: ¿Y qué hablaba el Rubio, si pué saberse?
BERNABÉ: Que se fue de la lengua… Estaba bebío… ¿Quiere usted que le diga mi sentir? Pues que no debieran ustedes de parecer por el pueblo en unos cuantos días.
RAIMUNDA: Ya puedes tenerlo por seguro. Lo que hace a mí, no volvería nunca… ¡Ay Virgen, que me ha entrao una desazón que echaría a correr tóo ese camino largo adelante y después me subiría por aquellos cerros y después no sé yo ande quisiá esconderme, que no parece sino que viene alguien detrás de mí, pero que pa matarme!… Y el amo… ¿Ande está el amo?
BERNABÉ: Con el Rubio andaba.
RAIMUNDA: Ve y tráete a Norberto. (Sale BERNABÉ).
ESCENA V
RAIMUNDA y NORBERTO.
NORBERTO: ¡Tía Raimunda!
RAIMUNDA: ¡Norberto! ¡Hijo! Ven que te abrace.
NORBERTO: Lo que me he alegrao de que usted quisiea verme. Después de mi padre y de mi madre, en gloria esté, y más vale, si había de verme visto como me han visto todos…, como un criminal, de nadie me acordaba como de usted.
RAIMUNDA: Yo nunca he podido creerlo, aunque lo decían todos.
NORBERTO: Bien lo sé, y que usted ha sío la primera en defenderme. ¿Y la Acacia?
RAIMUNDA: Buena está; pero con la tristeza del mundo en esta casa.
NORBERTO: ¡Decir que yo había matao a Faustino! ¡Y pensar que, si no puedo probar, como pude probarlo, lo que había hecho todo aquel día, si cómo lo tuve pensao, cojo la escopeta98 y me voy yo solo a tirar unos tiros y no puedo dar razón de ande estuve, porque nadie me hubiera visto, me echan a un presidio pa toda la vida!…
RAIMUNDA: ¡No llores, hombre!
NORBERTO: Si esto no es llorar; llantos los que tengo lloraos entre aquellas cuatro paeres100 de una cárcel; que si me hubiean dicho a mí que tenía que ir allí algún día… Y lo malo no ha concluío. El tío Eusebio y sus hijos y todos los del Encinar sé que quién matarme… No quién creerse de que yo estoy inocente de la muerte de Faustino, tan cierto como mi madre está bajo tierra.
RAIMUNDA: Como nadie sabe quién haya sío… Como nada ha podido averiguarse…, pues, ya se ve, ellos no se conforman…Tú, ¿de nadie sospechas?
NORBERTO: Demasiao que sospecho.
RAIMUNDA: ¿Y no le has dicho nada a la justicia?
NORBERTO: Si no hubiea podido por menos pa verme libre, lo hubiea dicho todo… Pero ya que no haya hablo necesidá de acusar a nadie… Así como así, si yo hablo… harían conmigo igual que hicieron con el otro.
RAIMUNDA: Una venganza, ¿verdad? Tú crees que ha sío una venganza… ¿Y de quién piensas tú que pué haber sío? Quisiera saberlo, porque, hazte cargo, el tío Eusebio y Esteban tien que tener los mismos enemigos; juntos han hecho siempre bueno y malo, y no puedo estar tranquila… Esa venganza tanto ha sío contra el tío Eusebio como en contra de nosotros; pa estorbar que estuviean [tan] unidas las dos familias; pero pueden no contentarse con esto y otro día pueden hacer lo mismo con mi marido.
NORBERTO: Por tío Esteban no pase usted cuidao.
RAIMUNDA: Tú crees…
NORBERTO: Yo no creo nada.
RAIMUNDA: Vas a decirme todo lo que sepas. A más de que, no sé por qué me paece que no eres tú solo a saberlo. Si será lo mismo que ha llegao a mi conocimiento. Lo que dicen todos…
NORBERTO: Pero no es que se haya sabío por mí… Ni tampoco pué saberse; es un runrún que anda por el pueblo, náa más… Por mí náa se sabe.
RAIMUNDA: Por la gloria de tu madre, vas a decírmelo todo, Norberto.
NORBERTO: No me haga usted hablar. Si yo no he querido hablar ni a la justicia… Y si hablo me matan, tan cierto que me matan.
RAIMUNDA: Pero ¿quién pué matarte?
NORBERTO: Los mismos que han matao a Faustino.
RAIMUNDA: Pero ¿quién ha matao a Faustino? Alguien comprao pa eso, ¿verdad? Esta mañana en la taberna hablaba el Rubio…
NORBERTO: ¿Lo sabe usted?
RAIMUNDA: Y Esteban fue a sacarle de allí pa que no hablara…
NORBERTO: Pa que no le comprometiera.
RAIMUNDA: ¡Eh! ¡Pa que no le comprometiera!… Porque el Rubio estaba diciendo que él…
NORBERTO: Que él era el amo de esta casa.
RAIMUNDA: ¡El amo de esta casa! Porque el Rubio ha sío…
NORBERTO: Sí, señora.
RAIMUNDA: El que ha matao a Faustino…
NORBERTO: Eso mismo.
RAIMUNDA: ¡El Rubio! Ya lo sabía yo… ¿Y lo saben todos en el pueblo?
NORBERTO: Si él mismo se va descubriendo; si ande llega principia a enseñar dinero, hasta billetes… Y esta mañana, cuando le cantaron la copla en su cara, se volvió contra todos y fue cuando avisaron a tío Esteban y le sacó a empellones de la taberna…
RAIMUNDA: ¿La copla? Una copla que han sacao… Una copla que dice… ¿Cómo dice la copla?
NORBERTO: “El que quiera a la del Soto, tié pena de la vida. Por quererla quien la quiere le dicen la Malquerida.”
RAIMUNDA: Los del Soto somos nosotros, así nos dicen, en esta casa… Y la del Soto no pué ser otra que la Acacia…, ¡mi hija! Y esa copla… es la que cantan todos… Le dicen la Malquerida… ¿No dice así? Y ¿quién la quiere mal? ¿Quién pué quererle mal a mi hija? La querías tú y la quería Faustino… Pero ¿quién otro pué quererla y por qué la dicen Malquerida?… Ven acá… ¿Por qué dejaste tú de hablar con ella, si la querías? ¿Por qué? Vas a decírmelo tóo… Mira que peor de lo que ya sé no vas a decirme nada…
NORBERTO: No quiera usted perderme y perdernos a todos. Nada se ha sabío por mí; ni cuando me vi preso quise decir náa… Se ha sabío, yo no sé cómo, por el Rubio, por mi padre, que es la única persona con quien lo tengo comunicao… Mi padre sí quería hablarle a la justicia, y yo no le he dejao, porque le matarían a él y me matarían a mí.
RAIMUNDA: No me digas náa; calla la boca… Si lo estoy viendo todo, lo estoy oyendo todo. ¡La Malquerida, la Malquerida! Escucha aquí. Dímelo a mí todo…Yo te juro que pa matarte a ti, tendrán que matarme a mí antes. Pero ya ves que tié que hacerse justicia, que mientras no se haga justicia el tío Eusebio y sus hijos van a perseguirte y de ésos sí que no podrás escapar. A Faustino lo han matao pa que no se casara con la Acacia, y tú dejaste de hablar con ella pa que no hicieran lo mismo contigo. ¿Verdad? Dímelo todo.
NORBERTO: A mí se me dijo que dejara de hablar con ella, porque había el compromiso de casarla con Faustino, que era cosa tratada de antiguo con el tío Eusebio, y que si no me avenía a las buenas, sería por las malas, y que si decía algo de todo esto… pues que…
RAIMUNDA: Te matarían. ¿No es eso? Y tú…
NORBERTO: Yo me creí de todo, y la verdad, tomé miedo, y pa que la Acacia se enfadara conmigo, pues prencipié [de] cortejar a otra moza, que náa me importaba… Pero como luego supe que náa era verdad, que ni el tío Eusebio ni Faustino tenían tratao cosa ninguna con tío Esteban… Y cuando mataron a Faustino… pues ya sabía yo por qué lo habían matao; porque al pretender él a la Acacia, ya no había razones que darle como a mí; porque al tío Eusebio no se le podía negar la boda de su hijo, y como no se le podía negar se hizo como que se consentía a todo, hasta que hicieron lo que hicieron, que aquí estaba yo pa achacarme la muerte. ¿Qué otro podía ser? El novio de la Acacia por celos… Bien urdío sí estaba. ¡Valga Dios que algún santo veló por mí aquel día! Y que el delito pesa tanto que él mismo viene a descubrirse.
RAIMUNDA: ¡Quié decir que todo ello es verdad! ¡Que no sirve querer estar ciegos pa no verlo!… Pero ¿qué venda tenía yo elante los ojos?… Y ahora todo como la luz de claro… Pero ¡quién pudiea seguir tan ciega!
NORBERTO: ¿Ande va usted?
RAIMUNDA: ¿Lo sé yo? Voy sin sentío… Si es tan grande lo que me pasa, que paece que no me pasa nada. Mira tú, de tóo ello, sólo [se] me ha quedao la copla, esa copla de la Malquerida… Tiés que enseñarme el son pa cantarla… ¡Y a ese son vamos a bailar tóos hasta que nos muramos! ¡Acacia, Acacia, hija!… Ven acá.
NORBERTO: ¡No la llame usted! ¡No se ponga usted así que ella no tié culpa!
ESCENA VI
DICHOS y la ACACIA, después BERNABÉ y ESTEBAN.
ACACIA: ¿Qué quié usted, madre? ¡Norberto!
RAIMUNDA. ¡Ven acá! ¡Mírame fijo a los ojos!
ACACIA: Pero ¿qué le pasa a usted, madre?
RAIMUNDA: ¡No, tú no pués tener culpa!
ACACIA: Pero ¿qué le han dicho a usted, madre? ¿Qué le has dicho tú?
RAIMUNDA: Lo que saben ya tóos… ¡La Malquerida! ¡Tú no sabes que anda en coplas tu honra!
ACACIA: ¡Mi honra! ¡No! ¡Eso no han podido decírselo a usted!
RAIMUNDA: No me ocultes náa. Dímelo todo. ¿Por qué no le has llamao nunca padre? ¿Por qué?
ACACIA: Porque no hay más que un padre; bien lo sabe usted. Y ese hombre no podía ser mi padre, porque yo le he odian siempre, ende que entró en esta casa, pa traer el infierno consigo.
RAIMUNDA: Pues ahora vas a llamarle tú y vas a llamarle como yo te digo, padre… Tu padre, ¿entiendes? ¿Me has entendío? Te he dicho que llames a tu padre.
ACACIA: ¿Quié usted que vaya al campo santo a llamarle? Si no es el que está allí yo no tengo otro padre. Ése… es su marido de usted, el que usted ha querido, y pa mí no pué ser más que ese hombre, ese hombre, no sé llamarle de otra manera. Y si ya lo sabe usted tóo, no me atormente usted. ¡Que le prenda la justicia y que pague tóo el mal que ha hecho!
RAIMUNDA: La muerte de Faustino, ¿quiés decir? y a más… dímelo todo.
ACACIA: No, madre; si yo hubiera sío consentidora no hubieran matao a Faustino. ¿Usted cree que yo no he sabío guardarme?
RAIMUNDA: ¿Y por qué has callao? ¿Por qué no me lo has dicho a mí tóo?
ACACIA: ¿Y se hubiera usted creído de mí más que de ese hombre, si estaba usted ciega por él? Y ciega tenía usted que estar pa no haberlo visto… Si elante de usted me comía con los ojos, si andaba desatinao106 tras mí a toas horas, ¿y quiere usted que le diga más? Le tengo odiao tanto, le aborrezco tanto, que hubiera querío que anduviese entavía más desatinao a ver si se le quitaba a usted la venda de los ojos, pa que viera usted qué hombre es ése, el que me ha robao su cariño, el que usted ha querío tanto, más que quiso usted nunca a mi padre.
RAIMUNDA: ¡Eso no, hija!
ACACIA: Pa que le aborreciera usted como yo le aborrezco, como me tié mandao mi padre que le aborrezca, que muchas veces lo he oído como una voz del otro mundo.
RAIMUNDA: ¡Calla, hija, calla! Y ven aquí junto a tu madre, que ya no me queda más que tú en el mundo, y ¡bendito Dios que aún puedo guardarte! (Entra BERNABÉ).
BERNABÉ: ¡Señora ama, señora ama!
RAIMUNDA: ¿Qué traes tú tan acelerao? De seguro nada bueno.
BERNABÉ: Es que vengo a darle aviso de que no salga de aquí Norberto por ningún caso.
RAIMUNDA: ¿Pues luego…?
BERNABÉ: Están apostaos los hijos del tío Eusebio con sus criados pa salirle al encuentro.
NORBERTO: ¿Qué le decía yo a usted? ¿Lo está usted viendo? ¡Vienen a matarme! ¡Y me matan, tan cierto que me matan!
RAIMUNDA: ¡Nos matarán a tóos! Pero eso tié que haber sío que alguien ha corrido a llamarles.
BERNABÉ: El Rubio ha sío; que le he visto yo correrse por la linde del río hacia las tierras del tío Eusebio; el Rubio ha sío quien les ha dao el soplo.
NORBERTO: ¿Qué le decía yo a usted? Pa taparse ellos quieren que los otros me maten, pa que no haiga más averiguaciones; que los otros se darán por contentos creyendo que han matao a quien mató a su hermano… Y me matarán, tía Raimunda, tan cierto que me matan… Son muchos contra uno, que yo no podré defenderme, que ni un mal cuchillo traigo, que no quiero llevar arma ninguna por no tumbar a un hombre, que quiero mejor que me maten antes que volverme a ver ande ya me he visto… ¡Sálveme usted, que es muy triste morir sin culpa, acosao como un lobo!
RAIMUNDA: No tiés que tener miedo. Tendrán que matarme a mí antes, ya te lo he dicho… Entra ahí con Bernabé. Tú coge la escopeta… Aquí no se atreverán a entrar, y si alguno se atreve, le tumbas sin miedo, sea quien sea. ¿Has entendío? Sea quien sea. No es menester que cerréis la puerta. Tú, aquí conmigo, hija. ¡Esteban!… ¡Esteban! ¡Esteban!
ACACIA: ¿Qué va usted a hacer? (Entra ESTEBAN).
ESTEBAN: ¿Qué me llamas?
RAIMUNDA: Escucha bien. Aquí está Norberto, en tu casa; allí tiés apostaos a los hijos del tío Eusebio pa que lo maten; que ni eso eres tú hombre pa hacerlo por ti y cara a cara.
ESTEBAN: (Haciendo intención de sacar un arma) ¡Raimunda!
ACACIA: ¡Madre!
RAIMUNDA: ¡No, tú no! Llama al Rubio pa que nos mate a tóos, que a tóos tié que matarnos pa encubrir tu delito… ¡Asesino, asesino!
ESTEBAN: ¡Tú estás loca!
RAIMUNDA: Más loca tenía que estar; más loca estuve el día que entraste en esta casa, en mi casa, como un ladrón pa robarme lo que más valía.
ESTEBAN: Pero ¿pué saberse lo que estás diciendo?
RAIMUNDA: Si yo no digo náa, si lo dicen tóos, si lo dirá muy pronto la justicia, y si no quieres que sea ahora mismo, que no empiece yo a voces y lo sepan tóos… Escucha bien: tú que los has traído, llévate a esos hombres que aguardan a un inocente pa matarle a mansalva. Norberto no saldrá de aquí más que junto conmigo, y pa matarle a él tién que matarme a mí… Pa guardarle a él y pa guardar a mi hija me basto yo sola, contra ti y contra tóos los asesinos que tú pagues. ¡Mal hombre! ¡Anda ya y ve a esconderte en lo más escondío de esos cerros, en una cueva de alimañas! Ya han acudido tóos, ya no puedes atreverte conmigo… ¡Y aunque estuviera yo sola con mi hija! ¡Mi hija, mi hija! ¿No sabías que era mi hija? ¡Aquí la tiés! ¡Mi hija! ¡La Malquerida! Pero aquí estoy yo pa guardarla de ti, y hazte cuenta de que vive su padre… ¡Y pa partirte el corazón si quisieras llegarte a ella! (Telón)
Jacinto Benavente, La malquerida, acto II
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Toda referencia no detallada en el texto o en nota a pie, se encuentra desarrollada en su integridad en la Bibliografía General.
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