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Desde mediados del siglo XIX, las joyas, al igual que otras manifestaciones artísticas coetáneas, estaban evocando los tiempos pasados. Desde que el Estilo Imperio se abandona a raíz de la caída de Napoleón I, la búsqueda incesante de nueva inspiración para el arte hace que se sucedan muchos estilos históricos con gran rapidez. Por un lado, las joyas reproducen escarabajos y esfinges de Egipto, y otros exotismos e historicismos: estilos góticos, etruscos, revivals célticos, mosaicos romanos, piedra dura florentina… Nuevos materiales se incorporan al mundo de la joyería en aquellos momentos, como los cuarzos opacos o calcedonias o materiales de origen volcánico u orgánico, sobre todo de origen animal, como el coral o diversas conchas marinas.
Algunos justifican estas influencias en los recientes descubrimientos de ruinas arqueológicas, o en las sincrónicas excavaciones del Valle del Nilo, pero lo cierto es que la búsqueda de fuentes de inspiración era común en todas las artes plásticas. De la misma manera y desde la normalización de las relaciones comerciales con Japón, se manifiesta la influencia oriental, y bellas joyas en esmalte tabicado opaco o cloisonné circularán de la mano de la saga de los Falize por todo París en un delicado trabajo sobre oro amarillo.
Emile Zola1 se refiere a este soplo de aire fresco en los siguientes términos: «La influencia del japonismo era exactamente lo que necesitábamos para liberarnos de la tradición de lo turbio y la negrura y mostrarnos la brillante belleza de la naturaleza»
Sin embargo, desde 1860, la industrialización y mecanización también había trascendido a la producción de joyas, y aunque por un lado las hacía más asequibles, por otro las presentaba seriadas, estampadas y troqueladas y de menor calidad técnica. Es por ello que en estas producciones masivas el componente de fascinación, lujo y poder se había extinguido.
Por otra parte, esto no había repercutido en la haute joaillerie, además de que el descubrimiento de los yacimientos en Sudáfrica a partir de 1870 proporcionó una afluencia más regular de diamantes y la posibilidad de experimentar con su talla mejorando el fuego y la vida. Estas mejoradas facetas suponían una pérdida considerable de material y por lo tanto de peso en la piedra, pero conseguían multiplicar la belleza de las joyas que las portaban. A pesar de la hegemonía del diamante en alta joyería, otras piedras preciosas aportaban color a estos diseños, como rubíes, zafiros, crisoberilos, piedras de luna, peridotos…
En este contexto de industrialización debemos comprender las tesis defendidas por el movimiento Arts & Crafts. Surgido en las últimas décadas del XIX, será gran impulsor de las artes decorativas y artesanales frente al mundo industrializado, recuperando técnicas tradicionales y propugnando la sinceridad en la naturaleza de los materiales. Las piedras se engastaban en las joyas sin facetas, talladas como cabujones simples muy bien pulidos, que permitían resaltar el color y el brillo natural de las gemas. Los esmaltes, en todas sus variantes: plique a jour, cloisonné, champlevé… pero a la manera antigua o medieval. Los modelos a seguir, las teorías de Benvenuto Cellini y, como inspiración estética, el Renacimiento. Las perlas elegidas, irregulares, barrocas, frente a la perfección esférica que los diseños en alta joyería estaban mostrando. Y en esta línea de las Arts & Craftsitalic text es donde debemos encajar estas fuentes de inspiración agotadas y la búsqueda de un lenguaje propio. La joyería de finales del siglo XIX reacciona contra la ostentación decimonónica y evolucionará hacia una estética más delicada que se configura en un nuevo lenguaje: el Art Nouveau.
Así que dos tendencias llegan a principios del siglo XX: una primera, más clasicista y menos arriesgada, en la línea de la alta joyería y de un eclecticismo historicista, con materiales preciosos y de gran valor intrínseco, y una segunda, mucho más artística y creativa, que se interesa por los nuevos materiales, incluso industriales, que revaloriza las técnicas artesanales y que derivará en última instancia en los diseños modernistas y en las vanguardias europeas.
El Art Nouveau en sus comienzos se inspira en la flora más estilizada y retoma el uso de los materiales tradicionales, como los esmaltes traslúcidos. Buscará en el simbolismo sus principales imágenes, oníricas, evanescentes y delicadas. Su afán de experimentar, su libertad y su modernidad propiciarán un nuevo concepto de joya y una clara evolución en el gusto, modificando los valores artísticos. Estas joyas serán pequeñas esculturas misteriosas, especie de objetos de culto que no reafirmarán la clase social por su valor intrínseco y material, sino por su valor artístico y cultural. Los soportes serán escogidos por su belleza y por su capacidad plástica para obtener el efecto buscado. Y en esta búsqueda, los joyeros emplearán metales como el cobre, el hierro o la plata, y las mal llamadas piedras semipreciosas, pues no dejan de ser preciosas por resultar más asequibles.
En esta conjugación de materiales no abundan los diamantes y sí las piedras de color «pendeloques», o que penden de nereidas o sirenas talladas en carey, con ópalos de maravillosos juegos de colores y soportes de marfil que exhiben insectos y tipos femeninos lánguidos y etéreos que, con sus cabellos en golpe de látigo consiguen efectos de suaves ritmos.
René Lalique será el primero en construir joyas del nuevo estilo francés. Recogemos un testimonio de cómo es visto este nuevo arte desde España, por uno de los manuales clásicos de joyería de la época2:
«[…] y al contemplarlas, sin duda pensará el lector cómo pudieron alcanzar tanta estima esta clase de joyas, que hoy nos parecen antiestéticas y que sin duda ningún elegante se atrevería a llevar, ya que en realidad más semejan piezas de museo o curiosidades de vitrina que joyas para ser llevadas como adorno; puesto que las joyas, además de su valor material, han de tener una utilidad práctica y han de servir para embellecer a quien las lleve, cualidades ambas que brillan por su ausencia en las joyas de que nos ocupamos […]».
Las primeras creaciones de Lalique hallaron su fuente de inspiración en la poesía simbolista de Baudelaire, Verlaine y Mallarmé, y también en la tradición plástica japonesa. Y desde 1895 sus diseños introducirán el desnudo femenino en las piezas de joyería, así como será el primero en usar el hueso como soporte de sus creaciones.
René Lalique y Georges Fouquet serán los mejores exponentes del Art Nouveau francés3. Ambos realizarán diseños para Sarah Bernhardt, siendo Fouquet el que ejecute las piezas de inspiración bizantina y oriental de los carteles de Alfons Mucha. La pieza más famosa de Mucha será la pulsera que diseñará para la interpretación de la actriz como Cleopatra […].
En oposición a este lenguaje de potente iconografía simbólica y carga plástica, surgirá un lenguaje depurado y geométrico basado en las líneas ortogonales: el Art Déco. Se dice que el «arte decorativo» tuvo que adaptar el diseño a las condiciones de producción en serie exigidas por la industria moderna joyera, y que en él confluyeron, el cubismo de la pintura, el diseño de la Bauhaus y la arquitectura funcional de Le Corbusier4. Así que este estilo convive sincrónicamente con el Nouveau y con otros estilos que todavía se inspiraban en los historicismos, pero de la mano de Cartier ejemplificará los nuevos diseños de la alta joyería.
Louis Cartier, el más creativo e incansable de la saga, recupera el platino como metal en joyería que desde que se descubre en 1735, y se hace algún intento como posible soporte sin demasiado éxito, estaba denostado por el gremio. El platino, blanco e inalterable, desplazaba a la plata por sus problemas de oxidación y ennegrecimiento. Las piezas de sus primeros ejemplares en platino, desmontables y versátiles, creadas en «estilo guirlande5», evolucionan al Déco a partir de 1906, aboliendo el sistema del engaste en garras.
Los diamantes, incoloros, con un soporte como el platino y por medio del engaste invisible o en carril, permitían multiplicar exponencialmente el brillo de las facetas devolviendo todo el peso de la alta joyería a las líneas más puras. Y solo unos años más tarde, inventa para el diamante la talla baguette, de contorno y tabla rectangular, y sin cesar en sus investigaciones, incorporará a sus diseños fantásticas tallas de jade imperial con motivos orientalizantes. También Chanel comercializará su primera colección de joyas de diseño propio en 1932 en la línea del Art Déco, adentrándose la joyería desde entonces, en el terreno de la alta costura.
Pero tras la Gran Guerra se impulsa la creación de otra clase de joyas, más artísticas, pues el Déco había conseguido estancarse en sus diseños y materiales, debido fundamentalmente a la ortogonalidad de sus líneas, haciendo de sus diseños algo repetitivo. Así que, ávidos de encontrar caminos nuevos en las manifestaciones artísticas, las joyas de artista o de autor entroncan directamente con el espíritu de las vanguardias culminando el proceso que había comenzado el modernismo. Una vez más, la joyería irá de la mano de las manifestaciones plásticas sincrónicas, vanguardistas.
Para algunos artistas será una manifestación experimental, un campo de pruebas, sobre todo para los escultores, siendo para otros un complemento a sus otras investigaciones plásticas o su forma de ganarse el sustento. Pero todos ellos tendrán en común la superación de las convenciones, la despreocupación del valor material o intrínseco6, el uso de nuevos materiales y de fórmulas más arbitrarias en sus experimentaciones. Sus piezas revelarán parte de su personalidad artística, convirtiéndose algunas de ellas en auténticas confidencias íntimas.
Muchos creadores coquetearán con esta faceta creativa al mismo tiempo que con sus otras manifestaciones plásticas.
Carolina Naya Franco, «La joyería, expresión artística del gusto», en Actas del Simposio Reflexiones sobre el gusto, edición a cargo de Ernesto Arce, Alberlo Castán, Concha Lombo, Juan Carlos Lozano, Institución Fernando el Católico (CSIC), Zaragoza, 2012, pp. 539-553.
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