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Lectura complementaria: La influencia de Rodin en la obra de Rilke (Fragmento) - TEXTO
París 1900. Una encrucijada finisecular de arte y artistas. Nunca hubo nada igual, ni siquiera en Viena, Moscú, Berlín o Munich, capitales en las que el arte de principio del siglo XX se desarrollaba rica y profusamente.
En París el arte brotaba creadora y espontáneamente porque París era arte en sí mismo. La capital francesa llegó a reunir a casi todos los artistas importantes de Occidente en aquellos años míticos, incluidos los rusos, de tal manera que será en París donde florezcan algunas de las más audaces y originales corrientes vanguardistas. En sus calles, en sus barrios, Montmartre, Montparnasse…, la inspiración surgía con sólo buscarla. Oleadas de artistas venían de todas partes del mundo a beber de sus fuentes inagotables. Artistas extranjeros junto a artistas autóctonos van a realizar, además de una labor individual o conjunta, la mayor de las revoluciones, el cambio más sustancial habido en el arte: la creación de las Vanguardias.
Será una revolución incruenta, colorista, intelectual, alegre, festiva, por más que con ella se derriben todos los valores artísticos tradicionales, que en realidad nunca van a desaparecer, conviviendo modernidad y tradición, sirviendo ésta de remanso de aquélla cuando llegue el brote revolucionario, con el estallido arbitrario de color del Fauvismo, la múltiple ruptura y facetización geométrica de la realidad del Cubismo, la plasmación de la velocidad y la dinámica en abanicos secuenciales geometrizados del Futurismo, la proyección del espíritu del hombre y del yo en la tortuosidad y deformación del Expresionismo, el clasicismo silencioso, profundo y vacío de la Pintura Metafísica, el inconformismo y refinamiento del absurdo en el Dadaísmo, y el submundo psicológico inconsciente, a veces patológico, del Surrealismo.
En París nace, se desarrollan o cruzan en algún momento de su existencia las Vanguardias Históricas, comenzadas en 1905 con el Fauvismo y finalizadas en 1925 con el Surrealismo.
También en el París de 1900 surgen la Pintura Naïf y la prolongada Escuela de París, así como los artistas individuales no adscritos a ningún movimiento, con su genialidad y creatividad acendradas. Toulouse-Lautrec, Bonnard, Vuillard, Odilon Redon, Signac, Renoir, Degas, Pissarro, Denis, Valloton, Serusier, Singer Sargent, Wistler, Mary Cassat, Derain, Fauconnier, Herbin, Lhôte, Marcussis, Delaunay, De la Fresnaye, Munch, Rousseau, Modigliani, Rouault, Picasso, Braque, Gris, Blanchard, Léger, Matisse, Vlaminck, Dufy, Marquet, Brancusi, Utrillo, Duchamp, Picabia, Laurens, Lipchitz, Archipenko, Duchamp- Villon, Bourdelle, Maillol, Carrá, Severini, Boccioni, De Chirico, Gargallo, Julio González, Ramón Casas, Rusiñol, Anglada Camarasa, Iturrino, y tantos otros, pasan o viven en el París finisecular, instalando su estudio más o menos itinerante, y hallando en él sus musas inspiradoras.
Algunos estarán en el París de 1900 con el espíritu, como Monet, que vive en su caserón de Giverny, o Cèzanne, en su retiro de Aix-en-Provence. Y Gauguin, que en su retirado paraíso de la Polinesia está próximo a su fin.
Los literatos también harán de París su epicentro, como Zola, Paul Claudel, Frédéric Mistral, Prudhome, o el gran Anatole France, incluso el inefable poeta alemán Rainer Maria Rilke, convertido insólitamente en secretario de Rodin por un tiempo, así como los pensadores Maurice Blondel, Gabriel Marcel y el vitalista Henri Bergson.
En el terreno de la música, se encontrarán también en París Fauré, Massenet, Ravel, Saint- Säens y Erik Satie, grandes compositores franceses del novecientos.
Quizá ningún artista sea tan significativo de esa encrucijada finisecular del París de 1900 como el escultor Rodin. Posiblemente porque la escultura fue siempre menos fecunda que la pintura, y mucho más comedida, y Rodin destacó en ella con luz portentosa y distintiva. Aquel escultor grandioso de estirpe miguelangelesca, como un hito marcó el cambio de un siglo al otro enfocándolo hacia la modernidad. […]
El Pensador, 1880, símbolo del hombre pensante ante sí mismo, que en un principio quiso representar al propio Dante; El Beso, 1882-86, con los personajes de Paolo y Francesca, condenados ya irremisiblemente, en su inmortal abrazo que ha cautivado a todo aquel que lo contemplara; Eva, 1881, con la amargura de la culpa ocultando su rostro, o Las Tres Sombras, 1902-04, tres graves figuras torturadas, enlazadas sus cabezas y manos en una especie de danza simbolista.
Ana María Preckcler, «Una encrucijada finisecular. Rodin», Cuenta y Razón de pensamiento actual número 125. Fundación de Estudios Sociológicos. 2002.
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