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La destrucción de la población armenia del Imperio otomano fue la culminación catastrófica de un proceso que buscó la aniquilación total de este grupo, a través de discontinuas pero recurrentes masacres que comenzaron en 1894-18961, siguieron en 1909 y culminaron con el proyecto genocida que inicia en 1915 y termina en 1918. Este genocidio cometido contra los cristianos otomanos ha tenido un amplio reconocimiento por parte de diversas asociaciones académicas, organismos internacionales y Estados, entre ellos los aliados del Imperio otomano durante la guerra; sin embargo, Turquía continúa negando que este crimen sea nombrado como genocidio.[…]
La revolución de 1908 y la llegada de los Jóvenes Turcos
Desde la perspectiva de una mirada diacrónica, una de las transformaciones más inesperadas, y para los armenios por demás trágica, fue la metamorfosis que experimentó, de 1908 a 1914, el aparentemente liberal, igualitario y fraternal partido Ittihad ve Terakki Cemiyeti, popularmente conocido como los Jóvenes Turcos, hasta convertirse en un grupo chovinista y genocida, creando un nuevo orden y eliminando la Cuestión Armenia2 al exterminar al pueblo armenio (Hovannisian, 1986: 26). Dicho proceso inició con la Revolución de 1908, en la que un grupo de oficiales del ejército turco acuartelados en Salónica se rebelaron y forzaron al sultán Abdul-Hamid II a restaurar la Constitución de 1876, lo que implicó que el Imperio otomano se convirtiera en una monarquía constitucional en que las libertades individuales y los derechos étnico nacionales serían respetados, mismos que al principio fueron reconocidos y salvaguardados.
De la noche a la mañana el regocijo de los turcos, armenios, griegos, judíos, árabes y kurdos era tan intenso que se llamaban hermanos; los cristianos, quizá la mitad de la población del Imperio en ese momento, dejaban de ser «gueavurs» (infieles asquerosos), y salían a las calles en manifestaciones multitudinarias. Bajo el grito de libertad, fraternidad, justicia, orden y diversos clichés de la modernidad, se abrazaban como recibiendo un nuevo mundo tanto tiempo esperado. «“Una atmósfera de ternura general siguió al establecimiento del nuevo régimen, y escenas de reconciliación casi frenética en las cuales turcos y armenios se abrazaron en público, señalaron la aparente unión absoluta de dos pueblos antagónicos» (Morgenthau, 1919: 15).
En todo el Imperio se organizaron celebraciones públicas y manifestaciones en las que los combatientes sublevados conocidos como fedayínes bajaban de las montañas y eran aclamados en sus poblados como héroes que lucharon por la liberación de «todos los pueblos» otomanos […]. Pero muy pronto (marzo-abril de 1909), el sultán trató de instaurar el ancienne régime con la asistencia de algunos elementos reaccionarios. El ejército turco liderado por los Jóvenes Turcos reaccionó y logró destronar al sultán, además de suspender los derechos constitucionales y declarar un estado de emergencia. Los armenios se convirtieron en los más ardientes defensores del nouveau régime y, a pesar de la masacre de unos 30 000 armenios en Adaná en 1909, el Tashnaksutiún continuó con su política otomanista y no alteró su cooperación con el partido Ittihad.
El rompimiento se hizo total en 1912, cuando Ittihad asumió una política chovinista y de opresión a las pocas minorías nacional religiosas que quedaban en el imperio: la armenia, griega y asiria. Al independizarse los pueblos cristianos de la parte europea del imperio -griegos, búlgaros y serbios-, el otomanismo perdió su raison d’être dando lugar a dos orientaciones que competían entre ellas: el panislamismo y el nacionalismo turco (Melson, 1986:74). Inspirado este último por el movimiento panturanio -un nacionalismo racial turco que buscaba la unión de todos los pueblos turcos en una patria conocida como Turán-3.
La secularización -y su impacto sobre la laicización- ya era parte del proyecto de la dirigencia de los Jóvenes Turcos, y sus líderes ultranacionalistas tomarían el poder en un nuevo coup en 1913. Un triunvirato gobernado por Mehmed Talaat, ministro de Asuntos Internos y posteriormente Gran Visir; Ismail Enver, ministro de Guerra; y Ahmed Djemal, gobernador militar de Constantinopla, posteriormente comandante de la IV Armada y luego ministro de Marina, fueron quienes contemplaban la transformación del multinacional y anacrónico Imperio otomano en un homogéneo y secular Estado turco, cuyo lema sería «Turquía para los turcos». Como ha mostrado Vahakn Dadrian (1993), para 1914 el plan de exterminio ya había sido pensado y redactado en un importante documento conocido como Los diez mandamientos del Comité Unión y Progreso.
El inicio de la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914 alarmó profundamente a la dirigencia armenia, ya que si el Imperio otomano entraba a la conflagración del lado de Alemania, la planicie armenia se transformaría nuevamente en un teatro de guerra ruso/turco, algo que siempre fue altamente problemático para los armenios al ser súbditos de ambos imperios y encontrarse en la línea misma de la conflagración. Por ello, la dirigencia armenia imploraba que los Jóvenes Turcos permanecieran neutrales, sin embargo tanto Talaat como Enver, dos de los máximos líderes del Partido Ittihad, ya habían posibilitado la firma de una alianza secreta entre Alemania y el Imperio otomano.
La admiración que tenía el triunvirato Joven Turco no era exclusivamente por la poderosa maquinaria bélica germana. La noción de Völkisch desarrollada en Alemania -un populismo romántico y nacionalista- también tenía una firme aceptación por el grupo. De este modo, los líderes del Ittihad plantearon su nueva concepción del Turquismo, inspirados sobre todo por el escritor nacionalista Ziya Gökalp, suprimiendo el otomanismo fraternal esbozado en la Constitución otomana por un nacionalismo que buscaba trasformar al heterogéneo imperio, en un Estado homogéneo basado en los conceptos de nación y pueblo. Si la nación turca no existía, habría que inventarla. La tarea sería terminada por Mustafá Kemal años más tarde, pero es innegable que los cimientos de la Turquía moderna se fraguaron en las cabezas del triunvirato de los Jóvenes Turcos: quienes esbozaron un nacionalismo a ultranza en el que la creación de la diferencia se hace con la finalidad de construir una unidad, y en donde el millet4 deja de ser concebido como parte del Estado, convirtiéndose en una figura extraña y dañina. Se construye así un nacionalismo excluyente en el que el «otro» es un traidor y merece desaparecer. La guerra es un medio idóneo en la búsqueda de ese deseado nuevo orden social[…].
El proceso genocida de 1915
Al abordar la descripción de las tres etapas fundamentales en el proceso de exterminio de la nación armenia por parte del gobierno de los Jóvenes Turcos a mediados de 1915, es importante tener en cuenta que el gobierno ya había disuelto las labores del Congreso otomano, volviéndolo a convocar recién cuando el genocidio ya estaba casi consumado. Sin oposición del órgano legislativo, el partido yihadista se vio en la posibilidad de emitir una serie de Leyes Temporarias (como la Ley Temporaria de Deportación o Tehcir Kanunu) que tenían como principio agilizar el exterminio de los armenios, bajo el manto de la guerra y apoyándose en las leyes para actuar acorde al «principio de la legalidad».
La primera etapa del proceso genocida armenio fue la decapitación de la intelectualidad5. Desde el atardecer del 23 hasta el amanecer del 24 de abril, 17 en la capital del Imperio -Constantinopla-Estambul- cientos de intelectuales, políticos y eclesiásticos fueron arrestados y posteriormente llevados al interior de Anatolia, donde se les asesinó. Este primer golpe contra la cabeza del pueblo armenio tenía como finalidad eliminar a la cúpula pensante, aquella que tenía la posibilidad de condenar de manera más efectiva el plan de exterminio.
Debido a que gran parte de la información que obtenían los armenios acerca del trato a sus conciudadanos provenía de la prensa que se producía en Constantinopla, fueron los periodistas y escritores los primeros en la fila de la deportación.[…] Eran los que tenían facilidad de hablar lenguas europeas y podían transmitir, de manera coherente y clara, las atrocidades vividas en ese lugar al que consideraban «patria». Este interés en eliminar a la intelectualidad es, de hecho, una de las primeras acciones utilizadas por todo régimen autoritario para eliminar a sus opositores, o a sus minorías indeseables6.
Esta primera etapa tenía también como finalidad eliminar a los dirigentes, sobre todo a los miembros de los partidos políticos, para lo cual se instrumentó una fase de propaganda -que sería ampliamente divulgada en todo el Imperio en la que los armenios se representaban como traidores y conspiradores.[…] El interés primordial del gobierno yihadista fue el de inculpar a todo un pueblo por las supuestas acciones de complot que algunos miembros de distintos partidos políticos realizaron, así como por las poquísimas sublevaciones armadas que bien podrían recibir el calificativo de «desesperadas». Fueron cinco poblados, de los 2.900 asentamientos armenios existentes entre pueblos, vecindarios y ciudades de Anatolialos que se sublevaron en contra del plan de deportación, entre ellos Zeitún -entre agosto y diciembre de 1914-; Musa Dagh -entre agosto y septiembre de 1915 -20 de abril al 17 de mayo de 1915-; Shabin Karahisar -6 junio al 4 de julio 4 de 1915-; y Urfá -29 de septiembre al 23 de octubre de 1915-, además de algunos grupos guerrilleros aislados que se sublevaron y mantuvieron una resistencia momentánea al ejército turco. En realidad, la gran mayoría de los poblados armenios no presentaron ningún tipo de resistencia, por lo que resulta paradójico sino imposible culpar a toda una nación de traición -como gusta decir el gobierno turco actual al referirse a las causas de la deportación durante el genocidio-.
Desde una óptica comparativa, sería como culpar de sedición a todos los judíos europeos por los sublevados en el gueto de Varsovia.
La segunda etapa fue la eliminación de los hombres aptos físicamente y en edad de combatir, aquellos entre 18 y 40 años, que responden al llamado otomano de movilización general. Al estallar la guerra en julio de 1914 y entrar Turquía en ella en el mes de noviembre, los jóvenes armenios -como cualquier ciudadano otomano tuvieron que cumplir con el deber cívico en defensa de la patria otomana. Sin embargo, los conscriptos armenios fueron transformados en soldados/obreros (amele taburi) destinados a construir caminos y vías férreas para luego ser aniquilados en puestos de retaguardia como “carne de cañón”, al tiempo que otros fueron fusilados en trincheras construidas por ellos mismos. Fueron pocos los que sobrevivieron a las ejecuciones sumarias por parte de sus propios compañeros, los soldados y oficiales turcos […].
En esta etapa es importante llamar la atención sobre el papel de los oficiales turcos, ya que en los genocidios, tanto en el judío como en el armenio, la importancia de planificar y manejar la logística requiere de cuadros comprometidos en el marco de la estructura de mandos y control que debe asegurar, además de una operación fluida, una secrecía especial. Dichos oficiales, sean nazis o yihadistas, tenían un compromiso total con la ideología de sus respectivos partidos, más que con el Estado. Además, como hemos mencionado, la guerra apareció como una oportunidad única para convertir a ese poder político en una maquinaria militar capaz de planear, generar y orquestar un proceso genocida. Es por ello que al estudiar los genocidios, más que tratar de entender al Estado, el interés debe concentrarse en tratar de entender a los partidos políticos nacionalistas, esas cofradías que han sido capaces de movilizar y reemplazar al poder estatal.
La tercera etapa fue, consecuentemente, la más fácil. Con el pretexto de trasladar a los armenios desde las zonas de combate en el frente de guerra hacia lugares más seguros, inculpándolos de cooperar con el enemigo y de que estaban en una inminente rebelión a escala nacional, comenzó la deportación y exterminio de la masa popular con destino final a los desiertos de Siria y Mesopotamia. Las deportaciones iniciaron el 25 de mayo de 1915 y se componían predominantemente de mujeres, ancianos y niños, quienes eran sometidos a situaciones extremas para provocar su muerte por inanición o enfermedad, o exponiéndolos a que fueran atacados por bandas de Hamidiye, Çetes o de la Organización Especial; además muchas mujeres y niñas eran raptadas para ser islamizadas.
Como señala Morgenthau, las deportaciones constituían un nuevo método de matanza -utilizado posteriormente por los nazis en contra de gitanos y judíos-, ya que el destierro hacia esas zonas desérticas tenía como finalidad el robo y la destrucción (1919: 36)[…]. El oasis/aldea de Deir ez-Zor, en el desierto sirio, se convirtió en símbolo de tumba y destino final en el imaginario armenio durante y después del genocidio. Las deportaciones también llegaron a otros lugares que funcionaban como campos de tránsito o de concentración, todos improvisados en zonas desérticas y en las inmediaciones de pequeños pueblos y aldeas que fueron la antesala en donde los sobrevivientes se arrebataban la poca comida existente y deambulaban casi al borde de la locura, algunos quizá cometieron actos de antropofagia7 antes de llegar a sus fosas, su destino final […].
Uno de los argumentos esbozados por el actual Estado turco para tratar de justificar las deportaciones, es que las mismas se realizaron con la intención de alejar a la población armenia del frente de guerra, lo que no explica que también haya habido deportaciones en zonas alejadas del frente, como en la costa mediterránea.
La incitación de los musulmanes
[…] El fervor mostrado por los musulmanes al cometer las atrocidades en nombre del Islam fue una de las experiencias que más impresionaron a los sobrevivientes, y a partir de la cual crearon diversas historias y narraciones posteriores8. Esta narración es un elemento fundamental en la construcción de la identidad armenia posterior al trauma. Además, muestra cómo la religiosidad era todavía un instrumento fundamental para la consecución del genocidio. Quizá en las mentes de los ideólogos el proceso genocida era un proyecto modernista para construir un Estado, pero en las masas se trataba más bien de ese mundo anacrónico, mediado por una religiosidad totalizante.[…]
Para llevar la incitación religiosa a sus extremos, el Imperio otomano declaró la guerra santa (yihad) en noviembre de 1914; los cristianos del Imperio vieron que su seguridad era totalmente vulnerable. En este sentido, es importante comparar que tanto los judíos como los armenios tuvieron en común el estatus de minorías menospreciadas, relegadas y oprimidas durante siglos por los grupos dominantes operantes en sus respectivos Estados. […] Las pasiones exacerbadas de la sociedad musulmana en el Imperio otomano implicaban que sus víctimas también vieran su adhesión a una religión como motivo de su persecución9.
Las más terribles masacres del siglo XIX coincidieron varias veces con arengas al yihad hechas por los mollahs en la obligatoria oración semanal de los viernes en la mezquita. La declaración de la guerra santa de 1915 fue hecha por el Comité de Unión y Progreso con el fin específico de hacer inflamar las pasiones del pueblo musulmán, 28 a pesar de que los Jóvenes Turcos no eran religiosos en lo absoluto.[…] Señalemos que el Islam practicado en el Imperio otomano era «tolerante» para con la gente del libro (Biblia), pero ésta estaba basada en la sumisión y el mantenimiento de un perfil subyugado y de segunda clase; en este marco, el nacionalismo armenio -así como el árabe, griego y búlgaro- representaba una traición ante el statu quo, y esta traición debía pagarse con la muerte. Dicha severidad en el castigo necesitó de un plan premeditado, con un trabajo preparatorio y una ardua labor para incitar al pueblo creando una representación del cristiano/armenio como provocador, traidor, ingrato, sedicioso y rebelde.
La creación de un clima de opinión pública que aplaudía el castigo y que, además, ayudara a su consecución, fue algo que se fraguó desde el ensayo general de 1909, se instauró en el poder con la llegada del ala chovinista de los Jóvenes Turcos29 en 1913, y se llevó a cabo bajo el manto de la guerra entre 1915 y 1918, con secuelas hasta 1923. Fue un plan modernista estatal en la cabeza del gobierno, pero con una articulación religiosa en la base social.
El populacho kurdo y turco que mató a los armenios estaba indudablemente motivado por razones religiosas, pero los que verdaderamente concibieron el crimen no tenían tal móvil. Casi todos eran ateos sin ningún respeto por el mahometanismo o el cristianismo; para ellos el único móvil era el Estado, frío y calculador (Memorias del embajador estadounidense, Henry Morgenthau, 1919: 47-48). Sus víctimas también lo entendieron así: mientras que para el campesino armenio aislado -el grupo mayoritario de los masacrados- se trataba de una lucha en defensa de la religión, para los líderes que habitaban en Constantinopla o en las comunidades (gaghut) de la dispersión, ya habían sido interpretadas como luchas nacionalistas seculares.
El plan de agitación se movía en dos niveles, el primero iba dirigido a los educados notables turcos y funcionarios de alto rango, el segundo buscaba al pueblo -en su mayor parte analfabeto-, inflamando pasiones xenófobas con mucha violencia (Dadrian, 1993: 192). Esta construcción emotiva de odio, fraguada desde Constantinopla, tuvo en la violencia hacia el cristiano su vehículo de expresión y en diversos musulmanes,30 no solo turcos, su mano criminal. La función de la incitación como iniciador de un genocidio, nos dice Dadrian, está directamente relacionada con la disparidad entre las actitudes y las acciones de los grupos incitados con la de los arquitectos del genocidio. La inocencia, candidez y excitabilidad de los primeros contrasta con el cinismo persuasivo de los segundos. También para esa mayoritaria masa armenia -entre 70 y 80% de los armenios eran campesinos apolíticos dedicados a tareas agrícolas en sus territorios ancestrales que estaba siendo deportada hacia el desértico sur por bandas de soldados turcos, circasianos, chechenos y kurdos, y pillada por éstos-, constantemente castigada con adjetivos de infidelidad y, en algunos casos, forzada a la conversión, las masacres se presentaban más bien como una motivación de tipo religioso. La conversión al Islam -aunque no siempre existía dicha posibilidad-10 para un armenio en el Imperio otomano de 1915 implicaba devenir turco y, quizá, salvarse, especialmente para las mujeres y niños, como refiere Toynbee:
Solo un tercio de los dos millones de armenios de Turquía ha sobrevivido, y éstos a costa de su apostasía hacia el Islam o dejando cuanto poseían y huyendo a través de la frontera. Los refugiados vieron morir a sus mujeres y niños en los caminos y, para las mujeres, la apostasía significó la muerte en vida por el casamiento con un turco y la internación en su harem11
[…] Entre los grupos de sobrevivientes debemos contar, también, a las mujeres que se dedicaron a la prostitución. El elevado número de viudas cuyos familiares habían sido exterminados, así como el creciente número de mujeres que eran cabezas de familia generó que muchas de ellas tuvieran que recurrir a la prostitución para sobrevivir y sostener a sus familias; según un estudio, en el año 1919 de las 140 prostitutas en Mosul 100 eran armenias12. El estigma social que estas mujeres cargaban era imposible de superar, aunado a que sus clientes habían sido, de hecho, los asesinos de sus familias. En ocasiones, algunas de las mujeres que habían sido raptadas durante la deportación fueron rescatadas de los harenes en que se encontraban13, y al ser reintegradas a los campos de refugiados armenios en Siria o Líbano, recibían un nuevo rechazo, ahora por venir tatuadas con los símbolos de sus raptores.
El último grupo de estos habitantes del limbo eran los huérfanos, un tema que ha sido estudiado en detalle en los últimos años, y que arroja luz sobre cómo fue la lucha para apropiárselos por parte de los Jóvenes Turcos, así como por parte de organizaciones tanto armenias como de misioneros protestantes.
Para los nacionalistas del Ittihad los niños constituían una valiosa forma de propiedad y era necesario dotarles de ideas nacionalistas y de una identidad turca. También como parte del proyecto genocida, y nuevamente apoyándose en leyes para actuar bajo el «principio de la legalidad», Talaat emitió un decreto el 12 de julio de 1915 que decía «los niños que pudieran quedarse huérfanos durante la transportación de los armenios serán internados en orfanatos administrados por el gobierno cuanto antes» […].
Durante los siguientes años, las políticas contra los huérfanos armenios siguieron siendo las mismas, la orden era «criar y asimilar» (terbiye ve temsil) a los niños de acuerdo a la tradición musulmana. Pero también los armenios buscaron «salvar y educar» a sus huérfanos. De especial mención es el Comité Americano para la Asistencia de Siria y Armenia que después sería conocido como Near East Relief (NER), organización fundada en 1915 que dio cobijo, vivienda y alimento a unos 132.000 huérfanos armenios y asirios. Muchos de los orfanatos estaban en los protectorados de Siria y Líbano, algunos en Chipre y Grecia; especialmente importante por el papel que jugó en la reconstrucción de la Primera República de Armenia, fue el complejo de orfanatos instalados en Alexandropol/Leninakan -hoy Gyumriconocido como City of Orphans, y que en el año de 1919 tenía unos 50 000 huérfanos sobrevivientes del genocidio armenio14.
Los orfanatos imprimieron un sentido de comunidad entre los sobrevivientes; en ellos, además de volver a aprender la lengua ancestral -que quizá algunos nunca habían hablado-, aprendieron a escribir y tuvieron un rencuentro con su identidad armenia. En esos mangabardez orientales -jardín de infantes- se les enseñaba a leer y escribir, pero el aprendizaje que los modificaría para el resto de su vida fueron los oficios. Allí, los huérfanos aprendieron a ser zapateros, sastres, mecánicos, etcétera, profesiones que serán la piedra angular para rehacer su vida en los nuevos contextos del desplazamiento, en esas comunidades que empezarían a crear alrededor del mundo. Y es que estaban imposibilitados de regresar a su patria ancestral que se había quedado en el centro de Anatolia, ahora llamada Turquía.[…]
Carlos Antaramián Salas, «Esbozo histórico del genocidio armenio», Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Nueva Época, Año LXI, núm. 228, septiembre-diciembre, Universidad Nacional Autónoma de México, 2016, pp. 337-364.
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