NAVEGACIÓN: Monografía independiente de la línea secuencial principal. Para salir utilice «TODAS las SECCIONES»
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Secuencia de vídeo: La ronda/Montaje de Produzione Il Teatro dell'Albero - ACCEDER
I - LA PROSTITUTA Y EL SOLDADO
(Al caer la noche. En el puente del Augarten. El SOLDADO se acerca silbando, camino del cuartel).
LA PROSTITUTA. —Ven aquí, ángel mío. (El SOLDADO se gira un momento y luego sigue caminando.) ¿No te quiés venir conmigo?
EL SOLDADO. — ¡Ah! ¿Soy yo el ángel?
LA PROSTITUTA. — ¿Quién, si no? Anda, vente conmigo, que vivo aquí al lao.
EL SOLDADO. —No tengo tiempo. Me voy zumbando al cuartel.
LA PROSTITUTA. — ¡Ya tendrás tiempo para ir al cuartel! Conmigo vas a pasarlo mejor.
EL SOLDADO. — (Acercándose a ella). ¡Eso, seguro!
LA PROSTITUTA. — ¡Chist! ¡Que pué venir un guardia!
EL SOLDADO. — ¡Qué gracia! ¿Un guardia a mí? ¡Yo también tengo mi arma!
LA PROSTITUTA. —Anda… ven conmigo.
EL SOLDADO. —No, déjame en paz, que no tengo dinero.
LA PROSTITUTA. — ¡No te estoy pidiendo dinero!
EL SOLDADO. — (Se detiene y se queda junto a una farola). ¿Que no me pides dinero? A ver si vas a ser tú la…
LA PROSTITUTA. —Yo sólo cobro a los civiles. Pero a los tíos como tú no les cobro.
EL SOLDADO. —No, si va a resultar que eres ésa de la que me ha hablado el Huber.
LA PROSTITUTA. —No conozco a ningún Huber.
EL SOLDADO. —Tiés que serlo. ¿T'acuerdas? Del café de la Schiffgasse3, os habéis marchado juntos.
LA PROSTITUTA. —De'se café m'ido yo con tantos…
EL SOLDADO. —Bueno, venga, vamos.
LA PROSTITUTA. — ¿Qué, ahora con prisas?
EL SOLDADO. — ¡Anda! ¿Pa' qué esperar? A las diez tengo que estar en el cuartel.
LA PROSTITUTA. — ¿Cuánto tiempo llevas de servicio?
EL SOLDADO. — ¿Y a ti qué te importa? ¿Vives lejos?
LA PROSTITUTA. —Andando…, a unos diez minutos.
EL SOLDADO. —Demasiado lejos. Dame un beso.
LA PROSTITUTA. — (Besándole). Si el tío me va, esto es lo que más me gusta.
EL SOLDADO. —Y a mí… Pero no, no voy contigo. Me paece mu' lejos.
LA PROSTITUTA. —Oye, pues vente mañana por la tarde.
EL SOLDADO. —Está bien, dame tu dirección.
LA PROSTITUTA. —Pero, ¿vas a venir?
EL SOLDADO. — ¡Como te lo digo!
LA PROSTITUTA. —Bueno. Y si mi casa te paece demasiao lejos, ¿por qué no lo hacemos ahí abajo? (señalando el Danubio).
EL SOLDADO. —Pero, ¿qué dices?
LA PROSTITUTA. —Venga, que no se está mal. Además no pasa ni un alma
EL SOLDADO. —No sé… No me convence del todo.
LA PROSTITUTA. —A mí sí. Ya verás cómo te convences. Anda, vente conmigo. Mañana… ¿quién sabe si no la habremos palmao?
EL SOLDADO. —Bueno, venga. Pero rápido, ¿eh?
LA PROSTITUTA. — ¡Ojo, que está muy oscuro y como te resbales, te vas al agua!
EL SOLDADO. —Eso sería lo mejor.
LA PROSTITUTA. —Chist. Espera un poquito, que enseguida llegamos a un banco.
EL SOLDADO. —Te lo conoces bien, ¿eh?
LA PROSTITUTA. —Ya me gustaría a mí tener un novio como tú.
EL SOLDADO. —Tendrías demasíaos celos.
LA PROSTITUTA. —Eso lo arreglaba yo enseguía.
EL SOLDADO. —¡Ja!
LA PROSTITUTA. —No tan alto, que de vez en cuando se deja caer por aquí un guardia. ¡Cualquiera diría que estamos en plena ciudad de Viena!
EL SOLDADO. —Hala, venga, aquí está bien.
LA PROSTITUTA. —Pero, ¿qué te pasa? Como resbalemos, nos vamos al agua.
EL SOLDADO . —(Agarrándola). Venga. Ya.
LA PROSTITUTA. —Oye, ¡quietecito!
EL SOLDADO. — ¡No tengas miedo!
… … … … …
LA PROSTITUTA. — ¡Habría sido mejor en el banco!
EL SOLDADO. — ¡Qué más da en un sitio o en otro! Venga, ¡aúpa!
LA PROSTITUTA. —Y ahora… ¿por qué tienes tanta prisa?
EL SOLDADO. —Porque tengo que irme al cuartel. Si no, llego tarde.
LA PROSTITUTA. —A todo esto, ¿cómo te llamas?
EL SOLDADO. — ¿Y a ti qué te importa cómo me llamo?
LA PROSTITUTA. —Yo, Leocadia.
EL SOLDADO. — ¡Jo, qué nombre! No lo había oído nunca.
LA PROSTITUTA. — ¡Eh, tú!
EL SOLDADO. — ¿Qué quieres ahora?
LA PROSTITUTA. —Pues que me des unas perrillas pa'l patrón.
EL SOLDADO. —Pero… ¿tú qué te crees, que soy un primo? ¡Abur, Leocadia!
LA PROSTITUTA.—¡Chuloputas! ¡Gorrón! (Él ya ha desaparecido.)
II - EL SOLDADO Y LA CRIADA
(El Prater, tarde de domingo. Un camino que lleva d Wurstelprater hacia las oscuras alamedas del parque. Desde aquí se escucha todavía la algarabía musical del Wurstelprater. También los sones de una polca barata, el baile de los cinco cruceros, ejecutada por una banda. El SOLDADO y la CRIADA.)
LA CRIADA. —Pero, dígame, ¿por qué tié usté que marcharse?
El SOLDADO. — (Ríe avergonzado, de manera estúpida.) ¡Ha sido tan divertido! Me gusta mucho el baile. (El SOLDADO la agarra por el talle.)
LA CRIADA. — (Se deja hacer.) ¡Que ya no estamos bailando! ¿Por qué me lleva usté tan agarrá?
EL SOLDADO. — ¿Cómo se llama usté? ¿Kathi?
LA CRIADA. — ¡Qué Kathi tendrá usté en la cabeza!
EL SOLDADO. —Ya lo sé, mujer… Se llama usté Marie.
LA CRIADA. —Oiga, esto está muy oscuro. Me da miedo.
EL SOLDADO. —Si yo estoy aquí, no hay miedo que valga, que pa' eso uno es lo que es.
LA CRIADA. —Pero, ¿aónde vamos por aquí? No se ve ni un alma. Venga, vamos a dar la vuelta. ¡Está to' tan oscuro!
EL SOLDADO. — (Da una calada tan fuerte a su Virginia9, que la punta del mismo se pone incandescente). A que ahora hay más luz! Je, je. Ven pa' cá, tesorín.
LA CRIADA. —Pero, ¿qué hace? ¡Si llego a saber esto!
EL SOLDADO. — ¡Que me zurzan si en el Swoboda había hoy una más blandita que usté, Fráulein Marie!
LA CRIADA. — ¿Ha probao usté con todas?
EL SOLDADO. — ¡Hombre!, lo que se nota al bailar. ¡Y ya lo creo que se nota! ¡Jo!
LA CRIADA. —Sí, pero con la rubia de cara torcida ha bailao usté más que con una servidora.
EL SOLDADO. — ¡Bah!, una vieja conocida de un amigo.
LA CRIADA. — ¿Del cabo con el bigote enrollao?
EL SOLDADO. — ¡Qué va! Del paisano ese que estaba en la mesa con mi menda y que habla con voz aguardentosa.
LA CRIADA. — ¡Ah, sí! Ya sé. Un tipo bastante atrevió por cierto.
EL SOLDADO. —Como l' haya tocao a usté, es que le doy pa'l pelo. ¿Qué le ha hecho?
LA CRIADA. —En absoluto, pero m' he fijao cómo era con las otras.
EL SOLDADO. —Dígame, Fráulein Marie…
LA CRIADA. — ¡Cuidao, que me va a abrasar usté con el puro!
EL SOLDADO. — ¡Oh, perdón! ¿Podemos tratarnos de tú?
LA CRIADA. — ¡Hombre, no es que nos conozcamos de siempre!
EL SOLDADO. —Pos muchos hay por ahí que ni s' aguantan y con to' se tutean.
LA CRIADA. —La próxima vez cuando… ¡Pero… Herr Franz!
EL SOLDADO. —Ya se sabe mi nombre, ¿eh?
LA CRIADA. — ¡Pero… Herr Franz!
EL SOLDADO. —Llámeme Franz, Fráulein Marie.
LA CRIADA. —Pero no sea tan atrevió… Pero, ¡pst! Si a alguien se le ocurriera venir…
EL SOLDADO. —Si a alguien se le ocurre venir, no verá ni un burro a tres pasos.
LA CRIADA. —Pero, ¡por Dios! ¿Aónde me quiere llevar?
EL SOLDADO. — ¿Ve ésos? Están como nosotros.
LA CRIADA. — ¿Dónde? No veo na.
EL SOLDADO. — Ahí, delante de nosotros.
LA CRIADA. — ¿Por qué dice que están como nosotros?
EL SOLDADO. —Bueno, quiero decir que se gustan.
LA CRIADA. —Pero, ¡tenga cuidado! ¿Qué es eso? ¡Casi me mato!
EL SOLDADO. —Era la valla de protección del césped.
LA CRIADA. —No empuje, que me caigo.
EL SOLDADO. —No hable tan alto, por favor.
LA CRIADA. —Mire, que me pongo a gritar. Pero, ¿c'hace usté?… Pero…
EL SOLDADO. —Aquí no hay bicho viviente que pueda escucharla.
LA CRIADA. —Venga, ahora mismo nos volvemos aonde haya más gente.
EL SOLDADO. —Para esto no necesitamos gente, ¿no, Marie?, sólo necesitamos… ya me entiende.
LA CRIADA. — ¡Pero Herr Franz, por amor de Dios! Mire, si llego… a saber… esto… ¡Oh… oh! ¡Sí… sí!
… … … … … …
EL SOLDADO. — (Satisfecho). ¡Joé!, otra vez… ¡Ah!
LA CRIADA. —… Así no puedo verte la cara.
EL SOLDADO. —… ¿Pa' qué quiés verme ahora la cara?
… … … … … …
EL SOLDADO. —Bueno, Fráulein Marie, ahí en el césped no pué quedarse.
LA CRIADA. —Anda, Franz, ayúdame un poco.
EL SOLDADO. — ¡Venga, arriba!
LA CRIADA. — ¡Por amor de Dios, Franz!
EL SOLDADO. —Miá que la ha cogido con el Franz, ¿eh?
LA CRIADA. —Eres un mal hombre, Franz.
EL SOLDADO. —Bueno, bueno. Venga, espera un rato.
LA CRIADA. — ¿Por qué me sueltas ahora?
EL SOLDADO. —Digo yo que me podré encender un Virginia10, ¿no?
LA CRIADA. —Está tan oscuro…
EL SOLDADO. —Ya se hará de día.
LA CRIADA. —Pero, dime al menos, ¿te gusto?
EL SOLDADO. — ¡Bué!, ¿es que no lo ha notao, Fráulein Marie?
LA CRIADA. — ¿Aónde vamos?
EL SOLDADO. —Nos volvemos.
LA CRIADA. —Venga, no vayas tan aprisa.
EL SOLDADO. — ¿Por qué no? No me gusta andar a oscuras.
LA CRIADA. —Franz, dime: ¿te gusto?
EL SOLDADO. — ¡Pero… si acabo de decirte que me gustas!
LA CRIADA. — ¿No quiés darme un besito?
EL SOLDADO. —(Complaciente). —Toma… ¿Oyes? Ya se pué escuchar la música.
LA CRIADA. — ¡A que te vas a bailar de nuevo!
EL SOLDADO. — ¡Por supuesto, como esta mandao!
LA CRIADA. — ¡Ya! ¿Sabes, Franz? Tengo que irme a casa. Me van a echar la bronca. Mi señorita es una… Si por ella fuera una estaría siempre en casa.
EL SOLDADO. — ¡Bué, pos vete pa' casa!
LA CRIADA. —Había pensao que usté, Herr Franz, me acompañaría.
EL SOLDADO. — ¡Qué dice! ¿Acompañarla a casa?
LA CRIADA. — ¡Venga!, que es muy triste irse sola a casa…
EL SOLDADO. — ¿Dónde vive usté?
LA CRIADA. —No está mu' lejos. En la Porzellangasse11.
EL SOLDADO. — ¿Tanto? ¡Jo!, pos hay un trecho… Pero es que todavía es mu' pronto… la noche es joven… hoy tengo mucho tiempo… Hasta las doce no tengo que estar en el cuartel. Me voy a bailar otro poco.
LA CRIADA. —Por supuesto, ya sé con quién, con la rubia de la cara torcida.
EL SOLDADO. —Pos no me parece que la tenga tan torcía.
LA CRIADA. — ¡Qué malos son los hombres! Estoy segura que hace con todas lo mismo.
EL SOLDADO. —No exagere, sería demasiao. LA CRIADA. —Franz, porfa', sólo hoy. Quéese conmigo.
EL SOLDADO. — Bien, de acuerdo. Pero podré bailar toavía un poco, ¿no?
LA CRIADA. —Hoy ya no quiero bailar con nadie más.
EL SOLDADO. — ¡Ahí está!
LA CRIADA. — ¿Quién?
EL SOLDADO. — ¡El Sobada! ¡Qué rápido hemos llegado! Siguen tocando lo mismo… tarareará tarará (canta)… Pos si me quiés esperar, te llevo a casa…, de lo contrario… ¡Abur!
LA CRIADA. —Venga, espero. (Entran en la sala de baile.)
EL SOLDADO. — ¿Sabe, Fráulein Marie? Una cervecita sí que se pué tomar mientras tanto, ¿no? (Ofreciéndose a una rubia que pasa bailando con un chaval, en impecable alemán.) Señorita, ¿me lo concede?
III - LA CRIADA Y EL SEÑORITO
(Tarde calurosa de verano. Los padres han salido al campo. La cocinera tiene día libre. La CRIADA escribe en la cocina una carta al SOLDADO que ahora es su novio. Suena la campanilla en el cuarto del señorito. Ella se levanta y se dirige al cuarto del SEÑORITO. Este está echado en el diván, mientras juma y lee una novela francesa.)
LA CRIADA. — ¿Llamaba el señorito?
EL SEÑORITO. — ¡Ah sí, Marie! Sí, he llamado, sí… ¿Qué quería decirle? ¡Ah, sí!, ya me acuerdo… exacto, las persianas, bájelas, Marie… Se está más fresco con las persianas bajadas… (La CRIADA va a la ventana y baja las persianas.)
El SEÑORITO. — (Sigue leyendo). Pero, ¿qué hace, Marie?, ¿no ve que ahora no veo nada y no puedo leer?
LA CRIADA. — ¡El señorito siempre tan aplicado!
EL SEÑORITO (que no da importancia a lo oído). — Bien, así está bien. (La CRIADA hace mutis. El SEÑORITO intenta seguir leyendo pero deja caer el libro, toca de nuevo la campanilla. La CRIADA entra.) Oiga, Marie… esto… ¿qué le iba a decir yo? Ah, ya… ¿hay un coñac en casa?
LA CRIADA. —Sí, pero estará bajo llave
EL SEÑORITO.-Bueno ¿y quién tiene la llave?
LA CRIADA. —La llave la tendrá la Lini.
EL SEÑORITO.- ¿Y quién es la Lini?
LA CRIADA. —La cocinera, señorito Alfred
EL SEÑORITO.-Bueno, pues dígaselo a la Lini.
LA CRIADA. — Es que la Lini hoy tiene día libre.
EL SEÑORITO -¡Aah!,
LA CRIADA - ¿Quiere quizás el señorito que baje al café…?
EL SEÑORITO -¡Bah!, no, déjelo, ya hace suficiente calor. No necesito un coñac. Sabe, Mane, tráigame un vaso de agua. St Marie… pero déjela correr, que salga bien fría. (La CRIADA se va. El SEÑORITO la sigue con la mirada. En la puerta ella se vuelve para mirarle y el SEÑORITO aparta la mirada. LA CRIADA abre el grifo y deja correr el agua. Mientras tanto va a su pequeño gabinete, se lava las manos, se atusa un poco ante el espejo y coloca los caracolillos. Después lleva el agua. El SEÑORITO se incorpora un poco, la Criada le pone el vaso en la mano mientras sus dedos se tocan.)
EL SEÑORITO. —Bien gracias. Bueno, ¿qué quería decir yo? Preste atención: coloque de nuevo el vaso encima del platillo… (Él se acuesta de nuevo y se estira.) ¿Qué hora es?
LA CRIADA. —Las cinco, señorito.
EL SEÑORITO.- ¡Vaya, las cinco! Estamos bien. (La CRIADA hace mutis; en la puerta se gira; el SEÑORITO la ha seguido con la mirada; ella lo nota y sonríe, el SEÑORITO permanece un rato tumbado y de repente se incorpora. Se dirige a la puerta, vuelve sobre sus pasos y se echa en el diván. Intenta leer de nuevo. Pocos minutos después toca otra vez la campanilla. La CRIADA aparece en la puerta con una gran sonrisa que no intenta disimular.)
EL SEÑORITO. —Oiga, Marie, esto… quería preguntarle… Hoy por la mañana ¿no estuvo el doctor Schüller en casa?
LA CRIADA.-No, hoy por la mañana no vino nadie.
EL SEÑORITO. —Pues es extraño. ¿Seguro que no estuvo el doctor Schüller? Pero, vamos a ver: ¿conoce usted al doctor Schüller?
LA CRIADA. —Por supuesto. Un señor alto de barba oscura.
EL SEÑORITO. —Exacto. ¿Y dice que no ha venido?
LA CRIADA. —En absoluto. No ha venido nadie, señorito.
EL SEÑORITO (decidido). —Marie, acérquese.
LA CRIADA. — (Se acerca). Diga.
EL SEÑORITO. —Más cerca… así… ¡Aah!… habría creído…
LA CRIADA. — ¿Qué habría creído el señorito?
EL SEÑORITO. —Habría creído… No, por la blusa… ¿De qué es la blusa?… Bueno, acérquese un poco, que no muerdo.
LA CRIADA. — (Se acerca más). ¿Qué pasa con mi blusa? ¿No le gusta al señorito?
EL SEÑORITO. — (La agarra por la blusa mientras tira de ella). ¿Azul? Es un azul muy bonito. (Con sencillez.) Usted va siempre muy bien vestida, Marie.
LA CRIADA. —Pero, señorito…
EL SEÑORITO. —Bueno ¿qué pasa, se avergüenza? (Abre su blusa. Dándoselas de entendido.) Marie, tiene usted una piel muy blanca.
LA CRIADA. —El señorito me halaga.
EL SEÑORITO. — (La besa en el pecho).Esto no puede hacerle daño.
LA CRIADA. —Por supuesto que no.
EL SEÑORITO. — Porque usted suspira. ¿Y por qué suspira?
LA CRIADA. — ¡Ay!, señorito Alfred…
EL SEÑORITO. — ¡Qué zapatitos más monos tiene…!
LA CRIADA. —Pero… señorito… si alguien viniera…
EL SEÑORITO. — ¿Y quién va a venir ahora?
LA CRIADA. —Pero, señorito, es que con tanta luz…
EL SEÑORITO. —Ante mí no tiene por qué avergonzarse. Cuando se es tan bonita como usted, ante nadie. ¡Santo cielo!, Marie, es usted… ¿sabe?, hasta sus cabellos huelen bien.
LA CRIADA. —Señorito Alfred…
EL SEÑORITO. —No sea gazmoña, Marie… Ya la he visto en otras ocasiones. Hace unos días cuando llegué a casa por la noche y fui a tomar un poco de agua, la puerta de su cuarto estaba abierta… ¿sabe?
LA CRIADA. — (Esconde su cara). ¡Santo Dios!, no podía suponerme que el señorito Alfred fuera tan perverso.
EL SEÑORITO. —He visto mucho… esto… y esto… y esto y…
LA CRIADA. —Pero, señorito Alfred…
EL SEÑORITO. —Ven aquí… así…
LA CRIADA. —Pero si ahora viniera alguien…
EL SEÑORITO. —Escúcheme de una vez… no se abre y ya está. (Alguien llama a la puerta.) ¡Maldita sea! ¡Qué ruido mete el condenado! A que ha llamado antes y no lo hemos oído…
LA CRIADA. —He estado muy atenta y no…
EL SEÑORITO. —Bueno, pues vaya a mirar de una vez, por la mirilla.
LA CRIADA. —Señorito Alfred, es usted… no… es tan malo…
EL SEÑORITO. —Se lo ruego, vaya a ver. (La CRIADA se marcha. El SEÑORITO sube las persianas.)
LA CRIADA. — (Entra de nuevo). En todo caso ya se ha ido. Ahora no hay nadie. A lo mejor ha sido el doctor Schüller.
EL SEÑORITO. — (Se muestra negativamente afectado). Bueno, está bien. (La CRIADA se le acerca. Se desembaraza de ella.) Oiga, Marie… me voy al café. Si viniera el doctor Schüller…
LA CRIADA. —Seguro que hoy ya no viene.
EL SEÑORITO. —Si viniera el doctor Schüller, yo, yo… estoy en el café. (Se va al otro cuarto. La CRIADA toma un puro de la mesa, se lo guarda y se va.)
[…]
Arthur Schnitzler, La ronda, Ediciones Cátedra (Letras Universales), 1996.
IMPORTANTE: Acerca de la bibliografía.
Toda referencia no detallada en el texto o en nota a pie, se encuentra desarrollada en su integridad en la Bibliografía General.
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