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INFOGRAFÍA |
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Cond. Femenina |
Introducción
La mujer ha sido la gran olvidada por parte de la ciencia de la historia. Durante siglos los estudiosos han relatado los hechos históricos en clave masculina, ya que eran los hombres quienes los escribían, produciéndose un resultado extraño, pues la población mundial siempre ha estado conformada por hombres y mujeres. Como decía Virginia Wolf, la no presencia de las mujeres en la historia, producía una historia «rara, irreal, desnivelada1» y como señalaba Lerner2:
«Hay mujeres en la Historia y hay hombres en la Historia, y sería de esperar que ningún planteamiento histórico de un período determinado pudiera haberse escrito sin tratar de las acciones e ideas tanto de hombres como de mujeres».
La Primera Guerra Mundial supuso un antes y un después en el tratamiento sociológico de la mujer. Las especiales circunstancias que se produjeron en ese momento de la historia comportaron cambios fundamentales que propiciaron la incorporación paulatina de las féminas al mercado laboral y por ende, al espacio público que hasta aquella fecha era territorio exclusivo del varón. Esta contienda, cambió la visión romántica que hasta la fecha se tenía de las guerras, con sus héroes y victorias. La globalización del conflicto, la aparición de una potente industria bélica generadora de intereses, las movilizaciones generales obreras y de las clases menos pudientes así como la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, supuso un terremoto económico de gran dimensión […].
Estereotipos y contraestereotipos femeninos: El antes y el después de la Gran Guerra
El siglo XX es sin lugar a dudas el siglo de la mujer. Pero aunque la incorporación paulatina de ésta al espacio público, está estrechamente vinculada al principio de igualdad y este principio aparece ligado a su vez, a los primeros documentos revolucionarios (francés, norteamericano), surgidos a finales del siglo XVIII y principios del XIX, la proclamación constitucional específica del principio de igualdad de mujeres y hombres es un elemento ciertamente tardío que no se produce hasta la segunda mitad del siglo XX.
De esta manera, una vez rotas las cadenas victorianas enraizadas a lo largo del siglo XIX y que anclaban a las féminas al ámbito privado y familiar y a aquellas concepciones que consideraban que las mujeres no eran sujetos sociales porque sus roles eran considerados naturales, el movimiento feminista surge como un movimiento internacional y cohesionado que lucha por cuestiones fundamentales como el derecho al voto, la división sexual de las tareas y la equiparación salarial, y una preocupación constante por las cuestiones de la maternidad: aborto, medidas de anticoncepción, higiene…
Concepto de estereotipo y Contraestereotipo de Género
Este largo camino hacia la equiparación de los sexos, va llenándose de estereotipos propios de la construcción cultural del género que se van estableciendo según el constructo social anclado en un lugar y tiempo determinado. Se transmiten de generación en generación a través del proceso de socialización, es decir, del proceso de culturización que adapta e integra a las personas en la sociedad. El proceso de socialización ejerce una influencia en las formas de actuar, de pensar y de sentir3.
Cuando hablamos de estereotipos de género, nos estamos refiriendo a aquel conjunto de ideas simples, previas, irracionales que se atribuyen a las personas en función de su adscripción sexual, prescribiendo características definitorias sobre su manera de ser –su identidad- y de comportarse –su rol social-, de acuerdo a la prescripción de género, como mecanismo activador de la ideología patriarcal4. En este sentido se adscriben una serie de características, atributos o rasgos de personalidad con una fuerte carga simbólica que señalan que la femineidad es propia de las mujeres y la masculinidad, propia de los varones, asignándose roles y relaciones de poder distintas en función de esta división y dando mayor prestigio y estatus a las acciones realizadas por los varones que a las acciones realizadas por las mujeres.
Los estereotipos de género se refieren al conjunto de creencias, pensamientos o representaciones acerca de lo que significa ser hombre o mujer, incidiendo en esferas tales como: apariencia física, intereses, rasgos psicológicos, relaciones sociales, formas de pensar, de percibir y de sentir, ocupaciones etc5. Abundando en este pensamiento, Cobo6 señala que «el género es una construcción cultural que se ha plasmado históricamente en forma de dominación masculina y sujeción femenina. Esta jerarquización sexual se ha materializado en sistemas sociales y políticos patriarcales». Apoyándonos en esta definición, destacaríamos que esta construcción cultural se ha ido forjando a lo largo de la historia, entorno a una serie de componentes de género: el rol, o componente sociológico; la identidad sexuada, o componente psicológico, y el estatus o componente político, que han venido reproduciendo elementos funcionales como los estereotipos de género, que determinan la reproducción social de la desigualdad entre ambos géneros.
Los estereotipos son conceptos estáticos y universalistas que integran a las personas en un grupo con ciertos rasgos que deben reunir por el sólo hecho de formar parte del mismo. Es decir, se trata de una imagen estructurada y aceptada por la mayoría de las personas como representativa de un determinado colectivo. Esta imagen se forma a partir de una concepción estática sobre las características generalizadas de los miembros de esa comunidad. Es una representación inalterable que es compartida por la sociedad. De esta manera todas las construcciones contrarias a esta universalización hierática y aceptada mayoritariamente por la sociedad se convierten en contraestereotipos, es decir, la presentación de una versión opuesta a la percepción estereotipada, a fin de demostrar que esta última no es verdad absoluta. Se trata de una representación de una versión opuesta al estereotipo que se plantea y supone en la mayoría de los casos un nadar contracorriente a las reglas socialmente establecidas.
Así, el contraestereotipo, rompe la pacífica y aceptada apariencia para transgredir en las construcciones sociales y en muchos casos para comenzar nuevos modelos que poco a poco se irán aceptando por la sociedad.
Estereotipos de género femenino anteriores a la Gran Guerra: El Siglo XIX
En la conformación de estereotipos de género hay un antes y un después al desarrollo de la Gran Guerra. La sociedad, desde siempre, ha atribuido diferencias, en cuanto a cualidades y características psicológicas, al varón y a la mujer. Sus papeles culturales han venido determinados por las diferencias sexuales, por lo que las funciones que ambos desarrollaban en la sociedad no eran intercambiables. Esto a su vez se traducía en una división sexual del trabajo, consistente en la diferenciación que se hacía sobre las actividades que deben realizar unos y otras, adjudicando diferentes espacios en función del sexo7. Quedando claro que la cultura ha ido modelizando a las mujeres para que respondan a las expectativas de una sociedad patriarcal.
El siglo XIX era un siglo patriarcal en donde se ensalzaban comportamientos tradicionalmente atribuidos al varón, como el valor, la aventura, el honor. Es el siglo de las grandes colonias y los grandes aventureros y en donde el espíritu victoriano impregnaba los espacios culturales. Antes de la Gran Guerra, el reconocimiento social de la mujer sólo se conocía atendiendo a dos conceptos: el espacio privado y su alteridad, es decir, su ser «para el otro» que producía como decía Beauboir8 confusión con su mismo ser.
En estas circunstancias, pese a los postulados revolucionarios con los que irrumpe el siglo XIX que hicieron caer instituciones y barreras en la construcción de las sociedades occidentales, el papel social de la mujer se constreñía a un universo reduccionista marcado por la explotación doméstica, las representaciones ideológicas y artísticas de cómo «debía ser» y cómo «debía comportarse» y su falta de instrucción pública (la mayoría de las mujeres eran analfabetas)9. Es decir, la revolución introdujo derechos pero éstos no se aplicaron a las mujeres. Se siguió dejándolas al margen del derecho, excluyéndolas del voto, de la educación y de cualquier derecho laboral, no pudiendo acceder a puestos cualificados10. Es más, en el siglo XIX, los juristas trataron de legitimar la desigualdad de tratamiento según el sexo con la afirmación de que las mujeres, en el fondo, «desean ser protegidas contra sí mismas» y dejando entrever la posibilidad de reformas a favor de la igualdad de derechos entre sexos, «cuando las mujeres estén en condiciones de regir asuntos…». En aquella época, el estereotipo burgués de mujer era aquel que la representaba con una imagen de dulzura y compasión, construida de acuerdo al modelo de la madre de familia burguesa.
El imaginario decimonónico establecía los estereotipos de acuerdo a las concepciones arquetípicas que se plasmaban en las imágenes de la época. Tres eran los arquetipos femeninos que poblaron la imaginación del siglo XIX: la mujer Virgen, la mujer seductora y la musa11, y aunque en este siglo se produce una evolución en las imágenes femeninas literarias y artísticas de lo religioso a lo profano, mostrando escenas familiares y cotidianas, estas todavía ayudaron a marcar más si cabe, los estereotipos establecidos entre mujeres y hombres.
Durante la década de los sesenta del siglo XIX hubo una fuerte representación de imágenes femeninas en el ámbito doméstico y familiar, en los que se insistía en los roles femeninos de hijas castas, esposas y madres. La ideología burguesa de aquella época situaba con toda firmeza las mujeres virtuosas en el hogar12 y la sociedad tradujo esta visión diferenciando claramente los sexos y sus roles. Esto se llevó hasta extremos máximos, siendo en esta época cuando más se diferenciaron las indumentarias femeninas de las masculinas. De hecho, los pantalones simbolizaban la masculinidad y usarlos significaba aspirar a obtener derechos propios de los hombres, lo cual fue objeto de posicionamiento ideológico como en el caso de George Sand13, cuyo atuendo masculino con el que se paseaba por París, manifestó con radicalidad su planteamiento con más énfasis que su seudónimo de varón e incluso el contenido trasgresor de su obra escrita. Sand manifestaba que «el genio no tiene sexo». George Sand, encarnó un contraestereotipo de la mujer victoriana, que se ha repetido en la historia por otras mujeres para poder aspirar a entrar en el espacio público ocupado por los varones: Juana de Arco, Concepción Arenal…
Los contraestereotipos que rompen y chocan con los constructos sociales establecidos, introducen los cambios que mejoran la sociedad. Frente a la mujer angelical, el otro estereotipo de mujer decimonónico es la mujer fatal, llamada por los románticos «mujer turbia» o «mujer contaminada», representa el modelo de mujer transposición femenina del héroe byroniano14. La fascinación hacia lo femenino se percibe siempre como un elemento diabólico, y donde el ideal erótico se combina con lo exótico, a menudo de carácter orientalizante. Por tal motivo, el escenario bizantino resulta recurrente en la representación de la «femme fatale», tanto en la literatura como en las artes plásticas. La mezcla de voluptuosidad y misticismo, tan característica en el fin de siglo, corresponde, de hecho, al éxtasis del exotista, siendo el exotismo una proyección fantástica de una necesidad sexual, como se puede apreciar en múltiples ocasiones en Th. Gautier o en G. Flaubert, entre otros. Mata Hari15 se valió de su exótico físico y de su conocimiento sobre las danzas javanesas eróticas para convertirse en una de las cortesanas más famosas de la primera década del siglo XX.
La «mujer fatal» se representa con gran sensualidad y experiencia sexual. En su representación evoca los placeres prohibidos y sacrílegos de un erotismo perverso que trae la perdición al hombre: voz profunda e insinuante, mirada, fría y cruel, desdén, ironía, ira, enigmática sonrisa, o sádica risa, palidez de su rostro y boca singularmente roja. Se halla a menudo envuelta en rosas sensuales, cubierta de perfumes y joyas, y rodeada de una decoración suntuosa y bizantina, exuberante como ella misma: es una diosa. Destaca por su movimiento (por contraste con el estatismo de las representaciones de la «femme fragile»), por lo que a menudo se combina su representación con la imagen de la serpiente, el fuego o la danza16.
La Primera Guerra Mundial y su influencia en las estereotipaciones de género
El final del siglo XIX se caracterizó por la entrada en el escenario social de las luchas feministas que reclamaron los derechos enunciados y no aplicados por los principios revolucionarios democráticos. El derecho al trabajo y en el trabajo, la lucha por la autonomía económica fundamentalmente reclamada por las mujeres burguesas solteras, el derecho al voto y a la educación entre otras cuestiones, son exigidos por grupos de mujeres burguesas que han tenido acceso a la instrucción.
Frente a este panorama la concepción del trabajo como algo natural para el hombre y anormal para las mujeres se modifica durante la Gran Guerra suponiendo un cambio en las relaciones entre los sexos y una emancipación de las mujeres inigualable hasta la fecha. La reestructuración total de la industria civil a la militar y la marcha de los hombres en edad laboral al frente (el hecho de movilizar enormes ejércitos provocó que la retaguardia quedase huérfana), obligó la incorporación de la mano femenina a la industria, no tan solo en los puestos menos cualificados, sino también en los técnicos y especializados, que las mujeres desempeñaron tan bien (si no mejor) que los hombres. Además, las mujeres por necesidad desarrollaron trabajos que tradicionalmente eran masculinos (camareras, deshollinadoras, conductoras de tranvías, de camiones y otros vehículos, obreras fabriles…).
Por otro lado, durante la guerra la prensa y la literatura reconocen el trabajo tradicional de las mujeres, poniendo en valor figuras como la enfermera, la madrina de guerra o la dama de caridad, es decir, reviven los mitos de la mujer salvadora y consoladora, la mujer ángel y madre. La mujer blanca, asociada a la virginidad, a la madre a la princesa de los cuentos… Tras la guerra, fue muy difícil hacer retornar a la mujer a la vida privada e íntima del hogar y aunque todavía quedaba un largo camino por la igualdad salarial, reniegan del papel anterior en el ámbito privado y exigen el derecho al trabajo y su integración y emancipación social. Pese a ello, en 1919 más de 650.000 mujeres están desempleadas en la Inglaterra post bélica17.
Las mujeres que tenían oportunidad de viajar, de leer, y acceso a la cultura, adoptaron actitudes y comportamientos que reñían con el ideal virginal y ascético de mujer victoriano y patriarcal e imponen la sofisticación en el vestir, el afán de lujo, el flirt, la coquetería, los deportes, etc. Las inquietudes intelectuales y artísticas de este segmento social, frecuentemente encontraron resistencias, censuras y burlas tanto de la prensa católica como de sectores tradicionales, más que todo masculinos, de la sociedad. Por otro lado, la guerra impuso el modelo de la mujer garçonne producto de la contienda y de los años locos. Al disminuir la población masculina la mujer ocupó su posición y adquirió nuevas responsabilidades y un nuevo estilo. Pasó del estilo maduro y voluminoso propio de las matronas, a uno más juvenil y esbelto, con un cierto aire varonil, con el pelo corto como los hombres, vestidos sueltos de cintura baja, pieles blancas y boca pequeña. Surge un nuevo grupo de mujeres, denominadas flappers. Eran las mujeres rebeldes de la época, con un fuerte deseo de liberación e independencia. Se conoce como la mujer roja, la mujer sexuada, la mujer carnal y liberada sexualmente, la mujer pasional, también la prostituta.
Finalmente, en medio de esta dualidad de percepción de las féminas hay otro tipo de mujer tremendamente estereotipado, la mujer negra. Se trata de la mujer que no puede cumplir el principal papel que le otorga la sociedad patriarcal, es decir, la reproducción. Por este motivo se le añade un carácter agrio, histérico y una apariencia fea, normalmente desagradable. Se le asocia con la figura de la suegra, la viuda, la monja, la bruja18. Este tipo de mujer también es asociado a aquellas mujeres independientes y liberadas que son fieles a sus principios y que no tienen en el sexo, (propio de la mujer roja), o en el hogar y la familia (propio de la mujer blanca) sus máximas aspiraciones.
Con todo lo expuesto podemos concluir que los estereotipos señalados nos muestran dos tipos claros de mujeres, las buenas y negociables (madres, esposas…) y las malas y consumibles (prostitutas, vampiresas…), dando mayor importancia a las primeras y quedando la mujer negra como un tertium genus, que en muchos casos se ha convertido en el contraestereotipo de la mujer patriarcal ya que ni es consumible, ni negociable, sino que se trata de una mujer independiente, no sujeta al varón, que apuesta por cultivarse y cree en ella misma y por estos motivos es desprestigiada y representada de manera antipática para provocar el rechazo social.
Experiencias contraestereotípicas femeninas en el contexto de la Gran Guerra
Para entender claramente nuestro objeto de estudio y poder hablar de los estereotipos y contraestereotipos del papel de la mujer en la Gran Guerra, es fundamental apoyarnos en la experiencia de varias mujeres coetáneas a este conflicto que sirvieron de inspiración para la realización de películas sobre su persona o que inspiraron el papel de las protagonistas o coprotagonistas de la mayoría de las películas que trataron la Gran contienda.
La Primera Guerra Mundial supuso el tránsito de la mujer victoriana, inmersa en la cultura patriarcal al inicio de la emancipación femenina que en los años veinte representó la mujer garçonne, a caballo entre la liberación sexual, el derecho al voto y la incorporación a la vida laboral y a la sociedad de consumo19. En esta sociedad anclada en la cultura patriarcal surgen mujeres que rompen los estereotipos establecidos y que han servido de ejemplo para que muchas mujeres y la propia sociedad en general, hayan roto las cadenas victorianas que sumían a la mujer en los papeles binarios establecidos: o mujer ángel o mujer demonio. En este punto, recogeremos muy brevemente algunos ejemplos de estas mujeres que sirvieron de contraestereotipo a la sociedad patriarcal de su época, y que desde sus diferentes experiencias tuvieron el mérito de ser las precursoras en la introducción de la mujer en el espacio público y ayudar a conformar la sociedad actual tal como es hoy en día.
Es el caso de la doctora escocesa Elsie Inglis, una de las primeras mujeres que estudió medicina en Gran Bretaña y quien tuvo un importantísimo papel en la gran contienda en la creación de hospitales con personal femenino a través de una organización de mujeres financiada por movimientos sufragistas femeninos. En este papel de mujer preparada encontramos a otras mujeres como Marie Curie, premio Nobel en 1911 quien junto a su hija impone la radiografía en la cirugía de guerra, ayudando considerablemente al acierto de los diagnósticos o Edith Cavell, enfermera británica que dirigía en Bruselas una fundación hospitalaria para los heridos de guerra y quien fue fusilada por los alemanes en 1915, acusada de espionaje20, entre otras muchas.
Otras mujeres como Louise Bryant que lideró las ideas sufragistas, sin embargo, pese a ser una reputada periodista y escritora, líder feminista y precursora de la liberación sexual, no es conocida por sí misma, sino como compañera del periodista y político marxista John Reed. Como Bryant, muchas mujeres comienzan a destacar en la política a través de los movimientos sufragistas después de la gran Contienda, Mary Van Kleeck o Mary Anderson, intentan aplicar las nuevas teorías de la distribución del trabajo adaptando a las mujeres al mismo a través de las teorías del taylorismo.
Otras mujeres aprovecharon la entrada femenina al ámbito laboral masculino y por tanto su consiguiente masculinización, para romper los yugos del constructo estético femenino, liberando a las mujeres de los excesos ornamentísticos en el vestir. Dos figuras destacan en este aspecto, Coco Channel e Isadora Duncan, que supieron ser libres e independientes. Ambas representan la mujer-hombre peligrosa y desvergonzada, perversa congénita de aspecto y psiquismos masculinos, según los trabajos del psiquiatra alemán Krafft Ebing21.
Finalmente, otros tipos de mujeres como Margarita Zelle (Mata-Hari), representan lo carnal, la liberación femenina a través de la mujer roja, consumible. Zelle para huir de la miseria aprovechó su físico y conocimientos de las danzas de Indonesia (donde vivió al ser colonia Holandesa), para frecuentar a hombres ricos, políticos y militares de ambos bandos. Es acusada de espionaje y fusilada en Vincennes en 1917. Ella lo negó y afirmó que se acostaba con militares por placer y no por deber, el halo de mujer perversa, contraestereotipo de la mujer virginal patriarcal.
Estela Bernad Monferrer, Magdalena Mut Camacho, César Fernández, Estereotipos y contraestereotipos del papel de la mujer en la Gran Guerra. Experiencias femeninas y su reflejo en el cine, Historia y Comunicación Social, Vol. 18, 2013, pp. 169-189.
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