Mujeres de uniforme

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NAVEGACIÓN: Monografía independiente de la línea secuencial principal. Para salir utilice «TODAS las SECCIONES»

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Secuencia cinematográfica: Mujeres en sanidad/Documental - ACCEDER
Secuencia cinematográfica: Jhonny cogió su fusil/D. Trumbo - Desesperación - ACCEDER


La guerra

La Primera Guerra Mundial ha sido objeto de numerosas preguntas por parte de la historia, la primera y más fundamental ha sido la de por qué querría suicidarse un continente, el europeo, que por entonces gozaba de los beneficios del control del planeta. Ciertamente, en 1914 Europa era un continente con un siglo entero de paz a sus espaldas, lo cual no era en absoluto un logro desdeñable. Puede parecer adecuado señalar como respuesta orientativa el ansia insatisfecha de poder absoluto por parte de las diferentes potencias del momento: Alemania, Francia, Gran Bretaña… La historia está cuajada de momentos estelares de esta catadura. No obstante, y porque casi nada que es tan claro en la historia como lo es en la experiencia, la causa final de la así llamada Gran Guerra del 14, o si se prefiere, el final de la así llamada Gran Paz1, debe rastrearse en la corriente de fondo que mueve la historia.

El desencadenamiento de esta catástrofe2 humana, la síntesis de cuya explicación apunta en esencia a la gigantesca estupidez de la condición humana, puede señalar también a la ceguera general a propósito de los efectos tangibles que habría de tener el concatenado de arrogancias varoniles dispuestas sobre un tablero de operaciones militares. Para la historiadora Margaret MacMillan, la guerra –así lo recoge el título de su libro- terminó con la Gran Paz, y ello porque los líderes y dirigentes de la época no midieron con sensatez la enorme destrucción que iban a destilar sus masculinas decisiones, especialmente en el uso de las tecnologías militares más punteras.

Como fuere, estupidez general o prepotencia varonil, lo cierto es que la guerra produjo en cinco años la desaparición puntual de más de nueve millones de personas, amén del goteo incesante de vidas rotas o truncadas durante la posguerra, los desajustes demográficos y la condiciones miserables en que hubo de forjarse la supervivencia de quienes tuvieron la suerte de no morir entre 1914 y 1919. Lo que aporta McMillan al clásico problema de los orígenes de la Gran Guerra es una mirada cualitativa muy perspicaz que, sin el desarrollo en las academias de los Estudios de Género, no hubiera siquiera tenida en consideración. Y en cierto sentido, no deja de ser interesante comprobar que el enfoque de Margaret McMillan es herencia aplazada de los cambios sociales operados a raíz de la Guerra del 14.

Esta historiadora introduce en el estudio del final de la Paz –que ya de por sí es un enfoque refrescante- la crisis de la masculinidad de finales del siglo XIX, en plena era de darwinismo social, y de cómo esta especie de explosión varonil en cadena cegó con el humo la visión generalizada de sus propios efectos, pues, en la perspectiva de aquellos mandos irritados no solo por el particular chauvinismo sino también por la arrogancia, la guerra habría de tener a lo sumo la duración de una corta fiebre del heno, agotándose en sí misma aquel mismo invierno de 1914. Los mismos oficiales que habían entregado a los estados planes de guerra ineficaces para las condiciones dispuestas ya por el armamento moderno, tampoco sabían ahora gestionar los campos de batalla: lugares hostiles y de comportamiento desconocido por el efecto de las nuevas armas (ametralladoras, gases, carros de combate…).

La gran distancia que separaba a los mandatarios en sus decisiones –élites acomodadas a los usos liberales de finales del siglo XIX- y los efectos insospechados de las tecnologías que ellos manejaban desde el refugio de sus palacios y despachos oficiales se convertía en una brecha insalvable cuando se trataba de su relación con la gente, con los soldados a los que mandaban a la batalla. Quienes luchaban en el frente y en las trincheras eran obreros y campesinos, gente por lo habitual con escasos recursos y nulo patrimonio que, una vez pasada la fiebre jingoísta de los primeros días de combate, desconocían las razones por las que se veían obligados a abandonar a sus seres queridos, dejándoles a menudo sin recursos para subsistir, para afrontar el peligro de la guerra.

Las mujeres

Y aquí es donde las mujeres tuvieron algo que decir a propósito de lo que estaba pasando, y lo hicieron además a la manera diversa en que los seres humanos afrontan los problemas: unas lamentándose de todo y en la difícil cotidianidad del que aguarda el regreso de los varones, rezando porque regresasen sanos y salvos, arrostrando todo el esfuerzo del sostenimiento familiar, y afrontando los trabajos de la retaguardia y de la producción en tiempos de guerra. Otras, empeñadas en esfuerzos escasamente populares, relacionados con la detención de la guerra y el establecimiento de la paz. Finalmente, un tercer grupo de mujeres pelearon codo con codo junto a los hombres, directamente en los ejércitos uniformadas y mostrando los colores de la patria. Muchas de las tareas que desempeñaron las no pocas mujeres de este tercer grupo se habrían considerado militares –comunicaciones, armamento, sanidad- de haberlas desempeñado los hombres. Como no fue el caso, fueron por lo general dejadas al margen de esta denominación.

La función de las mujeres una vez comienza la guerra fue la de servir de cebo a la propaganda militarista de los gobiernos. En todos los países implicados se crean programas de propaganda, reclutamiento de soldados y la organización correspondiente para el sostenimiento de las familias. Los slogans al estilo de: Women’s Land Army en Reino Unido pretendían impulsar el esfuerzo de Guerra de las mujeres en el frente doméstico. En Estados Unidos las jóvenes uniformadas publicitaban el reclutamiento de los soldados.

El trabajo de las mujeres en todo este complejo armazón social improvisado adquiere tres componentes básicos: el familiar y doméstico, el voluntariado (en puestos sanitarios, fabriles, de transporte, etc.) y, en ciertos momentos del conflicto, cerca o en el frente. En algunos casos los puestos públicos les eran remunerados a las jóvenes. De uniforme o sin él, hubo una buena nómina de mujeres que se dedicaron a instigar a los hombres para que fueran a la guerra, o a avergonzarles públicamente por resistirse a ello. Las británicas de la Women of England’s Active Service League juraban apartarse en público de los hombres que no quisiesen servir en el ejército: los not in khaki. Pero no se olvide que tampoco eran ellas las únicas culpables de este chantaje a los varones, pues los propagandistas de la guerra fomentaban este tipo de argucia en los reclamos publicitarios, para empujar a los hombres que dudaban a alistarse en los ejércitos cuando aún la recluta era voluntaria. Las mujeres eran brillantes espejos en que los hombres se veían a sí mismo en las sociedades modernas.

Con la guerra en curso, se actualiza además un conjunto de situaciones que desbaratan los esquemas morales existentes. La hipocresía o la doble moral pierden cuerpo en estas sociedades en transformación. El nacimiento de niños ilegítimos en situaciones extremas rebaja las exigencias de antaño. Se multiplica el caso de las mujeres desreguladas: solteras con hijos, adúlteras, etc., y se observa a las amateur girls británicas, mujeres cuya promiscuidad sexual –forzada o buscada- ayuda a la difusión de las enfermedades infecciosas –sobre todo venéreas-, en el frente y en las poblaciones.

La preocupación de los mandos es notoria pues la vulnerabilidad de las tropas no dependía tan solo de las heridas y muertes por obra de la metralla o los gases, sino también de las enfermedades transmitidas por el contacto con las mujeres. De modo que no fueron infrecuentes los arrestos y encarcelamiento de mujeres para verificar su estado de limpieza antes de devolverlas a los burdeles: cada país tuvo su regulación al respecto. Era llamativa la discriminación, denunciada por algunas mujeres, feministas y sufragistas, en el ámbito de los ejércitos aliados de la Commonwealth, pues a los hombres no se les aplicaban las mencionadas medidas legales tendentes a prevenir el contagio de las enfermedades, siendo ellos en definitiva los principales transmisores de las enfermedades por su dispersión geográfica en la guerra.

La prostitución –regularizada fundamentalmente para frenar los contagios indeseados- ya no estaba ligada exclusivamente al hedonismo o la doble moral de los hombres, sino que cumplía ahora ciertos requerimientos de índole patriótica, por lo que se daba una cierta comprensión permisiva en relación a ella. Se admiten además –no sin reproche social- situaciones ambiguas que lamentablemente afectan a muchas mujeres desposeídas de medios de vida.

La guerra fue también un buen caldo de cultivo para los feminismos en curso y la exigencia de derechos políticos y laborales, por medio del activismo sufragista, el pacifismo internacionalista, o la militancia de las mujeres occidentales en partidos y sindicatos. Las dificultades cotidianas permitían retirar del foco femenino la crítica a la quiebra de las convenciones sociales. Tanto fue así, que la guerra proyectó definitivamente a las mujeres hacia la escena histórica por su amplia participación en hitos tan relevantes como las revoluciones socialistas y obreras en Europa, en torno al 1917, y las gestas político-sociales que alteraron las condiciones preexistentes, dando como resultado las bases del futuro estado del bienestar.

La mayoría de las mujeres quedó presa del llamado Home Front. Su esfuerzo –de madres, enfermeras, y trabajadoras- merece sin duda la memoria y la historia que actualiza el reconocimiento de grandes sacrificios y labores particulares, si bien su imagen adquiere la pátina del tópico, herencia seguramente de la asignación de las mujeres del siglo anterior a las funciones privadas.

A propósito de las que llegaron al frente de la batalla en cambio, la historia ha sido cicatera, pues guardado una mayor reserva, por ser quizá muchas menos en número, o quizá porque la arrogancia varonil que –a juicio de la historiadora Margaret MacMillan- originó la guerra se mantuvo en pie tras su final. La victoria bélica fue una victoria de hombres, incapaces de ceder a las mujeres siquiera el lugar que les correspondía en los reconocimientos oficiales. Pensemos en que los monumentos dedicados a los héroes de la patria de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX son lugares dedicados a la memoria de los hombres. Familiares y ciudadanos -hombres y mujeres- visitan y rinden homenaje a los caídos, sin tener para nada en cuenta la nómina de mujeres que –también de uniforme o sin él- murieron por la patria.

En conjunto, puede mirarse la I Guerra Mundial como una experiencia histórica en la que las mujeres afrontan un tipo de actividades fundamentalmente en el ámbito esperado: la asistencia a los heridos, pero también como una oportunidad al hilo de la crisis, para abundar en la consecución de derechos tales como el de votar o combatir. Como fuere, la I Guerra Mundial no puede evaluarse solamente en la dualidad de lo bueno y lo malo. Conviene entenderla como el gran episodio –agridulce- de enorme complejidad que fue, también para los asuntos de género, pues durante y tras la guerra las mujeres ganaron sin duda visibilidad y obtuvieron permiso para desarrollar capacidades que poco antes se ignoraba tuvieran, pero también perdieron mucho.

De entrada, se quedaron solas. Solas ante las adversas condiciones de la reconstrucción y la supervivencia, ya que para la mayoría –de las europeas sobre todo- los hijos, los hermanos, los maridos y hasta los amantes habían perecido, desaparecido o estaban mutilados, física o anímicamente. Además, y este tema no es menor, su acceso a los trabajos que antes de la guerra hacían los hombres seguía estando regulado por el sometimiento a la condición de seres de segunda. Las mujeres recibían salarios inferiores y sobre ellas se ejercían prácticas de control laboral y social más estrictas por lo general que las que se aplicaba a los varones. Sin duda la vida de las mujeres fue más libre tras la guerra, pero no más fácil. Los prejuicios a propósito de su independencia como individuos sociales y civiles eran aún enormes, a la vez que –en sociedades demográficamente descompensadas- se les exigía más esfuerzo físico y presencia de ánimo que nunca.

En los ejércitos

El tema del sentimiento de libertad que muchas mujeres adquirían en tiempos de guerra ha sido recurrente en muchos episodios bélicos a lo largo de la historia. Tras las estrictas condiciones de las sociedades victorianas del siglo anterior, la guerra fue sin duda una ventana de aire fresco para muchas mujeres. También les sucedía a muchos hombres el que, al abandonar la monotonía de la vida civil para afrontar las condiciones de la vida en el ejército descubrían en sí mismo a la persona oculta que ni siquiera imaginaban existía.

El ejemplo del Capitán Conan (1934), personaje de la novela de Roger Vercel, encarna a la perfección este particular. Las mujeres de natural valeroso en el frente, como los hombres, descubrían en esta nueva forma de vida la excitación ante el peligro, la aventura y, lo que era realmente singular, la camaradería. Las jóvenes que trabajaban cerca de los campos de batalla podían convivir con los soldados en un plano de igualdad sorprendente, eludiendo los tabúes propios de las relaciones amorosas y desarrollando a cambio vínculos de amistad y de mutua ayuda hasta entonces desconocidos entre los dos sexos. Para muchas de ellas, como la británica Flora Sandes, supuso un gran impacto y una enorme frustración la vuelta a la vida civil tras la guerra. En la paz las chicas se topaban con las restricciones que la sociedad imponía a las mujeres. Tenían que desprenderse de la cómoda ropa del uniforme militar, que les daba libertad de movimientos y volver a mirar a los hombres con el recelo habitual, pues otra cosas hubiese sido considerada indecorosa. Al igual que muchos hombres, también las mujeres en la guerra adquirían personalidades singulares a las que luego no querían renunciar […].

Montserrat Huguet, «Batallar fuera de casa. Mujeres de uniforme en la Primera Guerra Mundial», Ponencia en el marco del curso: Las guerras en Europa desde una perspectiva de género. En homenaje a Valentina Fernández Vargas, UAM, IEEE, IUEM, CSIC, IPP, Facultad de Filosofía y Letras, UAM, 28 de enero al 3 de febrero de 2014.


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