La música como elemento de análisis histórico

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NAVEGACIÓN: Monografía independiente de la línea secuencial principal. Para salir utilice «TODAS las SECCIONES»

Material complementario disponible:
Audio: Pomp and circumstance. nº 1/Elgar - ESCUCHAR
Audio: Louise. Depuis le jour/Charpentier - ESCUCHAR
Audio: Der Rosenkavalier. Fin. act. I./R. Strauss - ESCUCHAR


Todo movimiento artístico o cultural es fruto, y a la vez rasgo definitorio, de su época. En ella hay que buscar explicación y razón de ser y ella aporta sus más significativas características y señas de identidad. Aceptado el principio, es claro que la música no permanece al margen del mecanismo general.

La influencia de lo político en la creación musical del siglo XX ha sido más intensa que en ninguna otra época anterior. Los conflictos ideológicos y sociales asumieron una función explicita en las artes, comparable a la que en otras épocas habían desempeñado la religión o las grandes monarquías. El papel de las manifestaciones artísticas, incluida la música, ha ido fluctuando siguiendo el curso de los acontecimientos.

El alto grado de desarrollo industrial alcanzado por las grandes estados europeos a partir de 1870 exigió una expansión territorial para la obtención de nuevos recursos, mano de obra y mercados. Como es sabido, las principales potencias se embarcaron en una conquista sistemática que terminó por hacerles controlar unas tres quintas partes del planeta, afectando a más de la mitad de la población mundial. En el complejo proceso imperialista — además del interés económico— el factor del prestigio es un elemento clave en la interpretación del periodo. La difusión de los logros de cada metrópoli en su producción cultural fue frecuente. Pero no sólo podemos encontrar en ello fines propagandísticos, sino también legitimadores. La justificación del expansionismo europeo encuentra sus cimientos en el nacionalismo, pero no en aquél de base revolucionaria desarrollado durante la primera mitad del siglo XIX, sino uno de carácter conservador y agresivo, en ocasiones racista, basado en un sentimiento de desprecio a otros pueblos considerados inferiores, y que, a la larga, terminaría derivando en los grandes totalitarismos nacidos en la década de 1920.

Bajo este interesado punto de vista. Las metrópolis tenían la misión humanitaria de civilizar a los pueblos salvajes de sus colonias. Elgar fue uno de los más destacados publicistas de las glorias del Imperio Británico. Muy bien relacionado en la Corte, escribió la Oda oficial pan la coronación de Eduardo VII en 1901, motivo por el cual sería ennoblecido por el monarca. La colección de marchas Pomp and circumstance (1904—1907), fueron valoradas como la máxima expresión de la grandeza británica; y aún hoy en día se siguen identificando con la imagen más prestigiosa del país y utilizadas, por tanto, para fines parecidos para los que fueron creadas.

Esta música debe mucho al último Romanticismo alemán, antiguo imperio en expansión, aunque fue capaz de reflejar el espíritu optimista de la alta sociedad inglesa de los años inmediatamente anteriores a la I Guena Mundial. Asimismo, Delius y Vaughan Williams dedicarían sus esfuerzos emotivos a glorificar el elemento civilizador inglés en el mudo, en el caso del primero evocando una idílica vida en la campiña inglesa y, en el del segundo, a través de la recuperación de la tradición composicional de Inglaterra desde Dunstable hasta Purcell.

Varias décadas antes, Offenbach encarnó en su música la frivolidad y brillo del II Imperio. Sus operetas se convirtieron en clásicos del teatro ligero francés y en piezas obligadas en las fiestas de la burguesía. El fin del Imperio y la experiencia de la Comuna de Paris cambiaron el rumbo creativo de Offenbach que, bajo sospecha de autor superficial y conservador, dedicó sus esfuerzos finales a la composición de una ambiciosa ópera: Les contes d 'Hoffmann (1880).

Bizet, Saint Sáens, Delibes y Massenet difundieron con sus óperas la cultura francesa. En ellas lo estrictamente francés es muchas veces ajeno al desarrollo de la acción teatral, pero el empleo de la lengua gala y el cultivo de un especial melodismo asociable con este país construyen el singular entramado cultural que sostiene la idea de la capacidad civilizatoria de Francia en el mundo, argumento legitimador de su expansionismo imperialista. En oposición a esta música de respaldo oficial, surgirían en el tránsito del XIX al XX una brillante generación de músicos, Lalo, Fauré, Debussy, Ravel…, identificados con el Impresionismo pictórico.

Pero lo musical no sólo reflejó el discurso del poder. También realidades sociales cuya dureza habitualmente propiciaba su ocultación por el orden establecido. El desarrollo del movimiento obrero puso de manifiesto las duras condiciones de vida del proletariado industrial. La novela realista y la ópera verista —su equivalente musical— denunciaron estas desigualdades, contribuyendo a la toma de conciencia de la situación de los sectores sociales marginados.

Casi siempre la actitud de estos creadores era la de buscar soluciones inmediatas antes que, por infravaloración del problema, estallase una revolución que pusiera en peligro el sistema imperante. En Francia, uno de los principales centros creativos del Realismo, destacó Gustave Charpentier. Hijo de un obrero del sector textil, en su obra se reflejan los problemas laborales del proletariado, alejándose de los temas épicos, literarios o históricos que hasta entonces eran comunes en la ópera. Su obra más destacada fue Louise (1900), una historia de trabajadores parisinos cuajada de elementos autobiográficos, que luchan por sobrevivir en circunstancias difíciles. A pesar de su audacia —era poco habitual encontrar en un escenario de ópera a proletarios— alcanzó gran éxito entre el público burgués parisino. La sorpresa es aún mayor si tenemos en cuenta las ideas socializantes que salpican las reflexiones de los principales protagonistas. Julien (1913), su continuación, no alcanzaría el mismo impacto. En ambas, la literatura de Zola está cercana en forma y contenido.

Los intereses económicos contrapuestos de las grandes metrópolis terminarían por estallar en 1914. Este fue el principio del fin de Europa como centro de poder mundial. El inglés Holst fue autor de la suite orquestal The Planets (1919), en la que cada una de las piezas está dedicada a un planeta que es retratado musicalmente por sus características astrológicas, la referida a Marte, la más célebre de ellas, describe la tormentosa vivencia de la guerra de modo dramático. Escribió la obra durante los dos años iniciales de la I Guerra Mundial y en ella se recoge el estupor causado por la carnicería provocada por la maquinaria bélica. Los recursos empleados. Una composición tríadica y modal con toques audaces, consiguen una eficaz atmósfera para el portador de la guerra.

Richard Strauss ilustró en su ópera Der Rosenkavalier (1911) la nostalgia de los esplendores de la corte vienesa pocos años antes de la descomposición de Imperio Austro-Húngaro. La acción, trasladada a la época de la Emperatriz María Teresa, evocan una atmósfera decadente y sutil en la que el hilo conductor es la inexorable degradación de la belleza con el paso del tiempo, la decadencia física de la fascinante Mariscala encuentra un paralelismo evidente con el ocaso del Imperio frente a nuevos centros de poder. La aristócrata es una mujer de treinta y dos años y no es vieja más que a los ojos de su amante adolescente —lo nuevo—, que terminará por abandonarla para esposarse con la hija de un rico burgués. El enfrentamiento entre lo veterano y antaño poderoso y lo novel es lo que constituye el elemento determinante de acción y música, un conflicto que intenta simbolizar los trascendentales cambios que se avecinaban para los austríacos.

Der Rosenkavalier llegó a disfrutar de una gloriosa carrera en los teatros de todo el mundo desde su estreno en Dresde, en 1911, y aún hoy en día es valorada como símbolo del término de una época. Dos década más tarde, cuando el Imperio ya había llegado a su fin y los ecos del nazismo comenzaban a cobrar forma, Strauss vuelve a tomar este terma en Arabella (1932). Aquí la decadencia está representada en los problemas económicos de una familia antes poderosa y en sus esfuerzos para ocultar esta situación ante una sociedad que ya no es la misma que la de sus tiempos de mayor esplendor.

Joaquín Piñeiro Blanca, «La música como elemento de análisis histórico: La historia actual», HAOL, Núm. 5, Universidad de Cádiz, 2004, pp. 155-157.


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