Giacomo Puccini: La ópera

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Material complementario disponible:
Audio: La bohème (O soave fanciulla)/G. Puccini - ESCUCHAR
Documento: Poster. Estreno de La bohème 1896 - VER


Cuando murió Verdi en 1901, Giacomo Puccini (1858-1924), era el compositor vivo más famoso del mundo. Los derechos que obtuvo de su cuarta ópera, La bohème (1896), y de la quinta, Tosca (1900), le hicieron rico. La primera se ganó la admiración viva y afectuosa no sólo de los grandes cantantes de la época dorada del canto, como Enrico Caruso y sus entusiastas admiradores de todo el mundo, sino también de un músico tan erudito como Anton Webern, quien, de acuerdo a los recuerdos de su amigo Egon Wellesz, se sentía muy emocionado por el final en pianissimo del primer acto. También Debussy la elogió, en una conversación que mantuvo con Falla, como el retrato más verdadero y atractivo de la vida que él conoció en las buhardillas de los artistas parisienses.

La armonía y orquestación de esta obra y de las anteriores le debían tanto a Wagner, Massenet y Bruneau, como a Verdi, cuya Aída sirvió de principal aguijón para que Puccini se dedicase a la composición y cuya Traviata se hallaba muy cerca en atmósfera de La bohème. Las formas y contrapunto de Puccini, por el contrario, seguían las sencillas reglas que aprendió en el Conservatorio de Milán bajo la dirección de Amilcare Ponchielli, enseñanzas que conservó incluso cuando su armonía y su orquestación mostraron diversas influencias de la música del siglo XX.

La estupenda combinación que creo Puccini de elementos antiguos y nuevos constituyó toda una aventura, a pesar de sus limitaciones, que merece ser reconocida, al mismo tiempo que sus logros inspiran respeto hasta a los críticos que le censuraron. Entre el momento en que compuso La bohème y el que escribió Tosca, Puccini le pidió permiso a Maeterlinck para ponerle música a Pélleas et Mélisande, pero Debussy ya se había hecho con los derechos para suerte de todos los interesados.

Tosca constituyó un éxito mucho mayor que el que habría obtenido cualquier versión musical de Pélleas, además de satisfacer más que La Bohème a los cantantes principales y a los aficionados. Por otra parte, sus pretensiones de tragedia a gran escala nunca convencieron a los oyentes exigentes. Sus poderosos efectos teatrales no servían a ningún argumento ni caracterizaciones creíbles, aunque, con seguridad, y tal como ha demostrado Mosco Carner, la sincera fe de Puccini en su tema y el ardiente amor que le inspiró la heroína, superaron la fe y el amor que sintiese hacia cualquier otra cosa en la vida.

El uso frecuente de frases culminantes —que D. J. Grout ha definido como «preñez perpetua de la melodía»—, nunca crea un conjunto melódico satisfactorio y comparable al de las arias de Verdi. Los ritmos son trillados, casi lánguidos, estando a merced del rubato de los cantantes. La armonía de los clímax incluye el acorde de Tristán en movimiento paralelo y, finalmente, una prolongada escala de tonos enteros, pero estos detalles se ven absorbidos dentro de frases convencionales, que dependen de fuertes progresiones armónicas. Los motivos recurrentes conductores aseguran una especie de claridad, sin que haya desarrollo.

Toda la atmosfera está impregnada de sadismo y masoquismo. «El amor y el odio son la misma cosa», dice el malvado Scarpia, y Puccini les otorga la misma especie de expresión musical exasperada. La heroína pide clemencia e impunidad especiales, ya que «vive para el arte», pero al final se ve arrastrada al engaño y a la violencia que la equiparan con su atormentador.

Hay estimulantes referencias a la política y a la religión, sin que nunca se pronuncie ninguna declaración clara sobre estos temas; las referencias sólo sirven para hacer mayor el fondo espectacular del melodrama. Tosca probó ser ejemplo típico de las obras de Puccini escritas en el siglo XX, aunque cada una de sus óperas posteriores posee características distintivas que merecen estudiarse.

William W. Austin, La música en el siglo XX. Desde Debussy hasta la muerte de Stravinsky, trad. José M.ª Martín Triana, Madrid, Taurus, 1984 pp.157-160.


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