
NAVEGACIÓN: Monografía independiente de la línea secuencial principal. Para salir utilice «TODAS las SECCIONES»
Material complementario disponible:
Audio: El origen del fuego/J. Sibelius - ESCUCHAR
Lectura complementaria: Kálevala - Epopeya nacional finlandesa
Rechazado durante décadas por su supuesto conservadurismo, calificado en vida por buena parte de la crítica europea como un mero epígono posromántico, la singular figura de Jean Sibelius se nos aparece hoy como la de un auténtico gigante de la música de su tiempo. Muy pocos compositores de su categoría han suscitado tantos juicios contradictorios respecto a una obra que, con el peso de los años, cabe considerar sin sombra de duda como de conocimiento absolutamente ineludible en la evolución del lenguaje musical —y, en particular, sinfónico— del siglo XX.
Son muchas las paradojas que rodean la personalidad de Sibelius y que han contribuido a envolver su perfil —tan rico y sugerente como, en ocasiones enigmático— de un cierto halo de indefinible misterio. Si para Stravinski Sibelius fue el más tedioso de los músicos serios, según su biógrafo inglés Cecil Gray, el finlandés fue «el mayor sinfonista desde Beethoven».
Considerado en su patria desde la misma hora de sus grandes triunfos iniciales (Kullervo, Finlandia, Segunda Sinfonía) como un intocable héroe nacional, el prestigio del músico ganará sus mayores adeptos allí donde, desde la segunda década de la pasada centuria, el eco de la revolución atonal propugnada por la Segunda Escuela de Viena se escuchó con menor intensidad: los países nórdicos, Inglaterra y los Estados Unidos. Su valoración crítica sería, sin embargo, mucho más reciente entre los públicos de Alemania, Francia, Italia y España.
Probablemente una de las causas de la incomprensión manifiesta hacia su obra en los países germánicos y latinos —nos lo recuerda Patrick Szersnowicz— haya sido la obstinación de sus analistas en juzgarlo a través de los esquemas estructurales heredados del clasicismo —esquemas que el compositor, desde muy temprano, intentó superar a su manera—, ignorando la novedad esencial de su música: una suerte de «crecimiento temático», a partir de motivos breves que se alimentan a sí mismos originando temas más extensos y desarrollados, en una ordenación alejada progresivamente del rigor formal y de la sonata clásica. Como dejó escrito el músico, cada pieza es el producto de una lucha laboriosa «como si Dios hubiera lanzado sobre la tierra los fragmentos de un mosaico celeste y me hubiera pedido reconstruir la imagen. ¿Quizá ésta sea una buena definición del verbo componer? Quizá no. ¿Cómo podría saberlo?».
A semejanza del renegado romántico noruego Evard Grieg, muchos han considerado a Sibelius como un simple ilustrador de los bosques y lagos de su tierra. Si para Gavazzeni lo mejor que tenía era «la mirada hacia la lejanía de los hombres de los fiordos; la contemplación de las aguas inmóviles y de los abetos; la mirada a una dimensión indefinida de paisaje y cielo», Niemann incide en su vertiente patriótica ensalzando «el relato de una oscura prehistoria heroica, el espectáculo de la naturaleza, la expresión del dolor profundo y de los pocos placeres del pueblo; de los sufrimientos de la nación y del presentimiento de una aurora esplendorosa de libertad». Hoy Sabemos que ambas interpretaciones —que el propio Sibelius denostaría— son sólo parciales y distan mucho de valorar en su justa medida la transcendencia de su generoso legado.
Si la visión del paisaje finlandés que nos ofrece su música, lejos de un fácil descriptivismo, es siempre interiorizada o subjetiva, las raíces folclóricas —otro prejuicio instalado por la tradición— son prácticamente inexistentes. La apariencia popular de algunos de sus temas es tan sólo fruto de la cosecha propia: un folclor inventado o «a la manera de» como el que en la siguiente generación crearán en la lejana Hungría Bela Bartok o Zoltan Kodaly.
La obra de Sibelius es, antes que nada, una indagación personal una suerte de esencialización —aunque algunos de los argumentos de partida sean literarios o paisajísticos— en busca de una música pura o abstracta. Como en el caso de su admirado Beethoven, la producción sibeliana puede dividirse en tres períodos. El primero aparece dominado por la temática legendaria bebida en las fuentes de la epopeya del Kálevala, recopilación de poemas, cuentos y leyendas populares, llevada a cabo por el médico y erudito Elias Lönnrot (1802-1884), cuya segunda y definitiva edición, publicada en 1849, contiene cincuenta cantos o runos integrados por un total de 23.000 versos.
A esta primera etapa del quehacer del músico pertenecen obras fundamentales como la sinfonía coral Kullervo (1892), una pieza de gran envergadura y —pese a sus desigualdades— dueña de un poderoso aliento épico; el poema sinfónico En Saga, fechado ese mismo año y revisado una década después; la muy bella pieza coral Rakastava (1893); las suites orquestales Karelia (1893) y Lemminkäinen (1893-1895); la Primera Sinfonía (1901-1902) y la breve cantata El origen del fuego (1902), obras que aseguraron a su autor una espectacular recepción entre sus paisanos hasta el punto de que, desde 1897, la administración finlandesa le asigna una renta anual, diez años más tarde convertida en pensión vitalicia, que ayudará a mantener la numerosa familia de quien ya se había convertido en cabeza de su indiscutible escuela nacional.
La extensión de Kullervo y las dos primeras sinfonías hubiera permitido vincular por un instante al músico con sus coetáneos Mahler y Strauss, pero pronto se vería que el camino emprendido por Sibelius apuntaba en otra dirección. Cuando Mahler y Sibelius se encuentran en la primera década del nuevo siglo, el músico bohemio le explica que para él «la sinfonía debe abarcar todo un universo entero». Para Sibelius, sin embargo, «la sinfonía está hecha para expresar lo esencial de las cosas» […]
La modernidad de Sibelius
Si el lenguaje de Sibelius fue menos «moderno» que el de algunos de sus más distinguidos contemporáneos, su trabajo sobre la estructura formal y el tratamiento del material temático ha dejado una huella que llega hasta los músicos de hoy como Lutoslawski, Ligeti, Maxwell Davies, Lindberg o los «espectralistas» Dufourt, Grisey y Murail. Como ha expresado con precisión Szersnovicz «el trabajo sobre la sonoridad, la concepción misma de la continuidad y más aún su manera única de crear verdaderos e inmensos desarrollos a partir de un material muy limitado, su manera de integrar armonía y timbre abren asombrosas perspectivas y se revelan más actuales que muchas músicas más actuales».
El francés Pascal Dusapin, uno de los nombres más interesantes de la creación musical contemporánea, comentó hace unos años que «Sibelius es de una modernidad increíble, si se le escucha bien». En realidad, ya lo había augurado el autor de Finlandia: «Mientras que numerosos compositores contemporáneos preparan cocktails muy coloreados, yo ofrezco agua pura».
Juan Manuel Viana, «Las paradojas del gigante solitario», prólogo a la edición de Jean Sibelius, Segunda Sinfonía y otras obras orquestales. CD-Book, El País, 2004, pp. 9-52.
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