NAVEGACIÓN: Monografía independiente de la línea secuencial principal. Para salir utilice «TODAS las SECCIONES»
Material complementario disponible:
LA TRAYECTORIA DE STEFAN ZWEIG COMO ESCRITOR COMPROMETIDO
La posibilidad de distinguir una trayectoria engagée dentro del vasto mundo de las obras zweigianas se debe, fundamentalmente, a dos motivos. Por un lado, al hecho de que no siempre existió en nuestro autor la voluntad de participar con su pluma en los debates sociopolíticos y culturales de su época. Por el otro, cabe considerar que, una vez atestiguamos la existencia de una consciencia engagée, no todos los textos zweigianos presentan el mismo grado de compromiso, haciéndose este más evidente y significativo en los escritos que destacaremos a continuación.
Como hemos señalado arriba, no siempre existió en Zweig la consciencia de poder/querer participar en la sociedad desde su posición de escritor. En sus primeros acercamientos a la literatura, como niño y adolescente, primaban las cuestiones o consideraciones estéticas. Educado para poseer un marcado sentido estético y apreciar la belleza artística, Zweig anhelaba la excelencia formal y estilística en sus versos. Así lo muestran las diferentes reseñas de su primera publicación, la colección de poemas Silberne Saiten, que vio la luz en 1900. En relación a esta colección, Matuschek afirma que «[…] much silvery moonlight shone through these verses, the scents of flowering blossoms was overpowering, and longing was an ever-present theme1»2.
La importancia de la publicación yacerá en el reconocimiento, por parte de la sociedad y de su familia, de una joven promesa en Zweig, dando alas a su incipiente carrera de escritor. Esta tendencia, la de crear arte ‘puro’, se combinó con la traducción al alemán de autores franceses, como Verlaine o Baudelaire3. Sin embargo, aunque esto formará parte de la adquisición de una consciencia cosmopolita –clave en el pensamiento zweigiano–, no será hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial que nuestro autor se concienciará de las responsabilidades inherentes, según él mismo, a su rol –quizá siguiendo el mismo proceso que Hofmannshtal, uno de sus referentes. De este modo, Zweig afirmará en las primeras líneas del capítulo de las memorias «La lucha por la fraternidad espiritual»:
«En realidad no sirvió de nada recluirme. La atmósfera seguía siendo opresiva. Y por eso mismo comprendí que no bastaba con una actitud meramente pasiva, con no tomar parte en los burdos insultos contra el enemigo. Al fin y al cabo, uno era escritor, tenía la palabra y, por lo tanto, la obligación de expresar sus convicciones, aunque sólo fuese en la medida que le era posible en una época de censura.» (2004a: 304).
Al mismo tiempo, lamentará el camino que han tomado muchos de los escritores e intelectuales con el estallido del conflicto, quienes adoptan una actitud propagandística y enaltecedora de la guerra y de su país:
«[…] la mayoría de nuestros escritores creía que su mejor contribución consistía en alimentar el entusiasmo de las masas y en cimentar la presunta belleza de la guerra con llamadas poéticas o ideologías científicas. Casi todos los escritores alemanes […] se creían obligados […] a enardecer a los guerreros con canciones e himnos rúnicos para que entregaran sus vidas con entusiasmo. Llovían con abundancias los poemas que rimaban krieg (guerra) con sieg (victoria) y not (penuria) con tod (muerte) [sic.]4».
Según Zweig, lo que olvidaron todos estos intelectuales –quienes fomentaron con sus escritos la guerra, el odio entre los pueblos y los discursos nacionalistas– es la verdadera misión del escritor, que «[…] consiste en defender y proteger lo común y universal en el hombre.5» . Ante estas palabras, parece que en 1914 ya podríamos estar hablando de un Zweig que está dispuesto a unirse a la causa del pacifismo, adoptando el rol de mediador entre pueblos, tal y como corresponde, según él mismo, al escritor. Sin embargo, esta imagen sin fisuras, esta transición hacia el que sería su posicionamiento ante el mundo posterior, no es tannatural y fluida como aparece en las memorias. De hecho, con el inicio de la guerra, Zweig sentirá cierta identificación con la causa nacionalista austríaca, alabando su capacidad para unir a personas que antes se odiaban, para erradicar «[…] todas las diferencias de posición, lengua, raza y religión [que] se vieron anegadas por el torrencial sentimiento de fraternidad6».
Ésta, sin embargo, será la única concesión que hará en sus memorias. Las páginas que siguen mostrarán un Zweig decidido a oponerse al conflicto, vacunado contra toda euforia nacional y dispuesto a defender su «[…] convicción y fe en la necesaria unidad de Europa7». Seguro como ciudadano del mundo, buscará una ocupación8, la menos violenta, en los archivos de guerra, donde «[t]enía que prestar servicio en la biblioteca […] y también corregir estilísticamente muchos comunicados dirigidos al público9».
Hasta aquí la versión zweigiana. No obstante, conocemos a través de sus biógrafos que sus vacilaciones respecto a los sentimientos patrióticos tuvieron un peso mayor en los primeros compases del conflicto, hasta el punto de que, llevado por la embriaguez patriótica, Zweig participó en la campaña propagandística nacional austríaca y alemana. Mientras se dirige a Austria al conocer la noticia del inicio de la guerra, redactará Heimfahrt nach Österreich, un texto con claros tintes patrióticos, donde exaltará la fuerza y poder alemanes y su indestructibilidad. Asimismo, en las siguientes semanas escribirá otras piezas donde dejará claras sus simpatías, como en Ein Wort zu Deutschland. Un pasaje de dicho texto, resaltado por Matuschek, contiene las siguientes aseveraciones: «Germany must now strike with both fists, to the right and to the left, to extricate itself from the double pincer movement of its enemies10»11.
En octubre de 1914, escribió una de las piezas más ambiguas de este periodo, An die Freunde im Fremdland, una carta abierta en la cual se despedía de sus amigos extranjeros hasta que acabara el conflicto, abandonando temporalmente los ideales europeos que habían compartido12. En la misma dirección, Karl Müller situará este texto dentro del discurso nacionalista, destacando las siguientes líneas de la carta de Zweig:«[…] Aujourd’hui les normes sont changées et la vérité de chaque homme réside dans son appartenance à sa nation. A présent je n’ai plus d’affaires personnelles, je ne connais plus aucune amitié […] mes amours et mes haines ne m’appartiennent plus13».
Por el contrario, para Zweig, así como para el biógrafo Lafaye, dicho texto marcará un cambio en su posicionamiento, siendo el primero en el que muestra su lealtad a la causa europea y pacifista: «[e]scribí un artículo […] en el que, rehuyendo clara y rotundamente las fanfarrias de odio de los demás, confesaba que me mantendría fiel a todos mis amigos del extranjero […] con el fin de seguir trabajando conjuntamente, a la primera oportunidad, en la construcción de una cultura europea14».
Sea como fuere, es evidente que nos encontramos ante un texto ambiguo, que supone un punto de inflexión, ya que, a partir de ahora, sus textos mostrarán un compromiso bien distinto. Este cambio se debe, en gran parte, a tres factores. En primer lugar, a la figura de Romain Rolland, quien se encargará de responder a su carta abierta con la frase «Non, je ne quitterai jamais mes amis15», afirmando su voluntad de seguir luchando por la unidad. A esta respuesta seguirá una invitación a adherirse al movimiento pacifista, que en ese momento tiene su sede principal en Suiza, donde Rolland trabaja para la Cruz Roja internacional16.
En segundo lugar, un hecho que marcará profundamente a nuestro autor será la marcada actitud nacionalista del que había sido su maestro hasta la fecha –Émile Verhaeren–, quien escribirá todo tipo de textos panfletarios en contra de las naciones enemistadas con Francia y Bélgica.
En tercer lugar, en junio de 1915, es enviado a Galicia, recientemente reconquistada a Rusia, para recabar información sobre la ocupación rusa. Esta experiencia, que le pondrá en contacto directo con los efectos devastadores de la guerra, acabará por convencer al poeta de tomar su pluma e iniciar su propia contribución al proyecto pacifista, que adquirirá forma en una obra de teatro: Jeremías. Previamente a su composición y estreno en Zurich, el nuevo posicionamiento zweigiano ante la guerra se hará patente en el ensayo La torre de Babel (1916), en el cual Zweig retomará el mito bíblico, en la construcción de cuyo símbolo principal –la torre– Zweig verá el esfuerzo común de la humanidad unida en fraternidad, persiguiendo un mismo objetivo. El momento actual representa, para Zweig, la caída de la segunda torre de Babel, construida después de miles de años de fronteras y aislamiento entre los pueblos gracias a unos «hombres audaces» que se habían propuesto retomar la «colaboración perdida»:
«Así, poco a poco, empezó a levantarse de nuevo en el suelo de Europa la torre de Babel, el monumento de la comunidad fraterna, de la solidaridad humana. […] la nueva torre estaba construida con el material más delicado e indestructible del ser terreno, con espíritu y experiencia, con las substancias anímicas más sublimes. […] cada nación aportó al monumento de Europa lo que había creado […]. Así creció la torre, la nueva torre de Babel, y nunca su flecha se elevó tanto como en nuestro tiempo17».
Zweig se sentirá como uno de sus constructores, de los pocos que –después de que haya sido destruida por segunda vez– no abandonan la tarea con la firme creencia de que la unidad espiritual aún es posible en Europa.
Siguiendo con Jeremías, retomamos de nuevo un episodio bíblico, en este caso la destrucción de la ciudad de Jerusalén, que sirve como escenario de la acción principal. A grandes rasgos, las nueve escenas que componen la obra narran la historia del profeta Jeremías, cuya advertencia es desoída por su pueblo. Con los ejércitos babilónicos en camino, liderados por Nabucodonosor, Dios hablará a Jeremías en sueños, en los que éste visionará la destrucción inevitable de la ciudad. Sin embargo, cuando Jeremías intenta divulgar su mensaje, ni su madre, ni el sacerdote real, ni el líder de las tropas, ni el propio rey querrán escucharlo, ocupados en alimentar la creencia en la invencibilidad de su pueblo, el escogido por Dios. A pesar de los esfuerzos de Jeremías, que se verá rechazado por todos como traidor, el día de la derrota llega y los babilonios se adueñan de la ciudad, saqueando el templo y cegando al rey.
Al final de la obra, Jeremías lidera a su pueblo hacia el éxodo ante la mirada incrédula de los caldeos18, quienes llegarán a la siguiente conclusión: «Who can conquer the invisible? Men we can slay, but the God who lives in them we cannot slay. A nation can be controlled by force; its spirit, never»19.
De este modo, Zweig enaltece a aquellos que han sido derrotados por las armas pero que son vencedores en la lucha espiritual. Con ello, Zweig pondrá en evidencia las falacias y los sinsentidos vociferados por aquellos que han conducido a sus pueblos a la guerra con falsas promesas. En palabras de Zweig:
«Escogí como símbolo a la figura de Jeremías, el profeta que predicaba en vano. Pero no me interesaba en absoluto escribir una obra ‘pacifista’, poner en verso una verdad tan de Perogrullo como que la paz es mejor que la guerra, sino que quería describir otro hecho: quien en tiempos de entusiasmo es menospreciado por débil y pusilánime, en el momento de la derrota suele demostrar ser el único que no sólo la soporta, sino que también la domina20».
Por otro lado, el hecho de que se remonte a hechos míticos e históricos para transmitir sus mensajes devendrá una técnica recurrente a lo largo de su carrera21. Zweig hará al pasado partícipe de su engagement, mostrando una particular concepción de la historia; una historia hecha de símbolos, de imágenes que interactúan con el presente del autor en tanto que son significativas para él y para sus lectores, aduciendo un cierto grado de contemporaneidad. Con todo, Jeremías será una de sus obras más personales y privadas; «[s]e trata del primer texto compuesto por Zweig para justificar su existencia de hombre moderno, sujeto a la necesidad de una dolorosa lucha moral. Asimismo, es el primero en que se compromete y en el que apela a un mundo ciego y sordo22».
Con Jeremías hemos sido testigos de una de las dos dimensiones del engagement zweigiano, la sanadora, esto es, la dedicada a reparar el daño, a parar el sangrado; es la respuesta inmediata. De esta línea “pacifista”, nacerá, sin embargo, una segunda dimensión que ya se había empezado a gestar en los años previos a la guerra: la creadora, dedicada a fomentar la visión de una Europa sin fronteras, unida espiritualmente.
Antes de continuar, cabe insistir en el impacto real de dichas obras engagées. En el caso de Jeremías, uno podría pensar que, dado que es apenas conocida hoy en día, la obra no tendría mucha repercusión en su tiempo, infravalorando, así, la fuerza de Zweig como escritor ‘comprometido’. No obstante, hay que tener en cuenta que Zweig, especialmente a partir del final de la guerra, se convertiría en uno de los escritores más leídos a nivel mundial23. De ahí nacería años más tarde el enfado de muchos, quienes lamentarán perder una voz tan potente, dada la negativa de Zweig a oponerse frontalmente al régimen hitleriano.
Después de este breve paréntesis, sigamos nuestro recorrido. Como habíamos señalado, con el fin del conflicto se iniciará la etapa más fecunda de Stefan Zweig. Instalado en Salzburgo con Friderike y sus dos hijas, Suse y Alix, Zweig producirá sus obras más leídas hoy en día –sus biografías y sus novelas cortas. Dejando de lado las segundas, cabe ver en las primeras el retomar del «camino europeo» de Zweig, como lo denominará Karl Müller24.
Una de sus principales contribuciones a la construcción de una comunidad europea supranacional y hermanada espiritualmente será la serie de ensayos biográficos «Los grandes constructores del mundo» (‘Die Baumeister der Welt’). Dicha serie está compuesta de cuatro volúmenes con tres biografías cada uno, cuyos protagonistas representan, de algún modo u otro, una serie de valores que Zweig consideraba europeos, constructores de la civilización occidental25. Dichos volúmenes contenían Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski) (1920), La batalla contra el demonio (Nietzsche, Holderlin, Kleist) (1925), Tres poetas de sus vidas (Casanova, Stendhal, Tolstói) (1928), La curación por el espíritu (Mesmer, Freud, Eddy) (1931).
Otro punto en común de dichas biografías será, en palabras de de Araújo Lima, «[…] la eterna inclinación del hombre por lo desconocido, por el arte de ser comprendido y comprender26».
En su voluntad de articular un legado europeo común, Zweig continuará su escritura biográfica con personajes como Erasmo, Montaigne o Cicerón. Sin embargo, estos textos, escritos a partir de 1933, presentarán un mayor contenido autobiográfico27. En estos últimos, como se expondrá en el siguiente apartado, Zweig reconoce a sus predecesores, a verdaderos intelectuales portadores de los valores humanistas. Además, dichas obras también contendrán un engagement más evidente.
En el caso de Erasmo (1934), ésta fue la ‘respuesta’ de Zweig a la ascensión de Hitler al poder el año anterior, la contribución del autor al debate ideológico de los años 3065. En el relato, el lector puede discernir fácilmente los dilemas del intelectual en una época de conflicto. Erasmo se erige como el constructor de un imperio universal –la consciencia moral de Europa–, defensor de los valores humanistas, que se erigen en contra de la intolerancia y los que atentan contra la libertad interior. Con el latín como lingua franca, Erasmo concibe la creación de una comunidad supranacional, que a diferencia de la que anhelaban personajes como Napoleón o Julio César, se establece como «[…] una idea moral, una demanda espiritual exenta de egoísmos. [Erasmo] [e]s el primero en proponer unos estados unidos de Europa bajo el signo de una cultura y una civilización comunes, un postulado aún no cumplido.» Asimismo, Erasmo, como «[…] el primer teórico del pacifismo28», se opondrá a toda forma de violencia, encarnada en el texto por la figura de Lutero, líder popular demagógico, poseedor de «[…] ese don genial de la gestualidad plástica, del discurso programático, que caracteriza a los líderes populares29». En el fanatismo de Lutero, Erasmo verá el peligro del levantamiento del pueblo en rebelión y, por ende, el subsiguiente desencadenamiento de la violencia. La misma oposición entre violencia y consciencia se convertirá en el eje del ensayo histórico Castellio contra Calvino. Este último personaje, al igual que Lutero, se configurará como alter ego de Hitler:
«Desde que comenzó el mundo, todos los males han venido de los doctrinarios, que, intransigentes, proclaman su opinión y su ideario como los únicos válidos. Esos fanáticos de una sola idea y un único proceder son los que, con su despótica agresividad, perturban la paz en la tierra y quienes transforman la natural convivencia de las ideas en confrontación y mortal disensión30».
Como ya se ha mencionado previamente, los manuscritos de Zweig encontraron cada vez más dificultades para ser publicados. De hecho, Erasmo será el primer volumen publicado por la editorial Reichner, que continuará editando sus libros en Alemania hasta 1936, momento en que su distribución se limitará a Austria y Suiza31.
Con el paso del tiempo, Zweig irá perdiendo lectores, lo que supondrá una frustración y un duro golpe para su proyecto. Cabe destacar que, en esta época, la actividad engagée de Zweig no se limita a sus publicaciones, sino que, como vimos en la primera parte, sus acciones humanitarias se multiplicarán32.
Finalmente, como último estadio de su carrera como escritor comprometido, es necesario mencionar el texto central de este trabajo de investigación, El mundo de ayer, finalizado en 1942 y publicado el mismo año póstumamente. Como argumentaremos en el siguiente apartado, dicho texto se configura como el legado más engagé de Zweig, dirigido a la posteridad, como una advertencia, un monumento contra el olvido, el lugar donde el proyecto zweigiano cobrará coherencia y fuerza en el marco de la vida del autor.
David Fontanals Garcia, La historia de una utopía fallida: proyectando una Europa cosmopolita y sin fronteras en El mundo de ayer: memorias de un europeo de Stefan Zweig, Departamento de Filología Inglesa y Alemana, Universidad de Barcelona, 2013, págs. 36-44.
IMPORTANTE: Acerca de la bibliografía.
Toda referencia no detallada en el texto o en nota a pie, se encuentra desarrollada en su integridad en la Bibliografía General.
Envía un comentario